Aquella noche, a pesar de que estaba
bastante cansada tras haber pasado el día entero combatiendo, Irene volvió a
dormir mal. Empezaba a notar ya cómo el estrés de verse siempre bajo vigilancia
y la fatiga de la constante huida se acumulaban en su cuerpo. Lo peor era la
incertidumbre de no saber si podría tomarse un descanso pronto o si seguiría
cargando con todo ello hasta colapsar. ¿Y si un día necesitaba echar a correr
pero se desmayaba y la capturaban? Al pensarlo, un nudo se formó en su estómago
y se envolvió más entre las sábanas. Debían de ser más de las dos de la
madrugada y aún no había pegado ojo. “Piensa en algo agradable, o volverás a
tener pesadillas”.
Se despertó unas horas después, alterada y
empapada en sudor. Tardó unos segundos en ser consciente de que solo había sido
otro mal sueño. Unas lágrimas recorrieron su rostro, despejándola un poco.
Siempre soñaba lo mismo: estaba en un callejón sin salida, a oscuras. No podía
volver atrás porque su padre, armado con un hacha, le cortaba el paso. “Seguirás
los pasos de tu querida mamá muy pronto…”, le decía, con una macabra sonrisa.
Justo entonces se despertaba.
Miró por la ventana de su pequeña
habitación. El cielo empezaba a aclararse por el horizonte. Aunque no había
nubes, la ventana estaba fría al tacto. Quizás no nevara, pero sin duda haría
frío ese día. “Definitivamente necesito un abrigo”. Escuchó atentamente, pero
no oyó ningún ruido. Aún era pronto y la mayoría del mundo seguía durmiendo, a
pesar de que había algunas luces en los edificios que se veían a lo lejos.
Decidió darse una ducha y después daría una vuelta por el Centro Pokemon hasta
la hora de desayunar.
Tomar un café caliente recién hecho y un
croissant ayudó considerablemente en la tarea de que Irene olvidara la mala
noche que había pasado. Imaginó que Looker tardaría aún un rato en bajar a la
cafetería, por lo que se entretuvo hojeando la revista de los entrenadores.
Releyó con gran atención la página dedicada a los jefes del Metro Batalla. Por
lo que decía allí, por regla general utilizaban tácticas defensivas en sus
primeros combates. Así, podían examinar bien a sus rivales y poner a prueba sus
habilidades antes de enfrentarse a ellos en una batalla definitiva. Si aquello
era cierto, entonces ella había sido una excepción. ¿Por qué Ingo la había
tratado de una forma diferente? Pensó en preguntárselo si volvía a verlo y si
su timidez se lo permitía.
Looker apareció por allí más pronto de lo
habitual. Había un gesto de determinación en su rostro.
-Buenos días –lo saludó.
-Buenos días –contestó él-. Tengo que darte
una noticia.
-¿Buena o mala?
-¡Buena! Hemos conseguido averiguar hacia
dónde se moverá la mafia en esta región. Hoy estarán en el sur, así que
intentaremos descubrir exactamente dónde se esconden allí y qué piensan hacer.
Si tenemos suerte podríamos detenerlos. Eso significa que estaré ausente todo
el día.
-¿Qué estarás? ¿Y yo?
-No, tú no. Preferiría que te quedaras
aquí. Estarás más segura.
-¿A solas, en una ciudad gigante y sabiendo
que alguien nos vigila? Lo dudo –repicó ella.
-¿Conmigo, en una redada contra la mafia
que te busca? Prefiero dejarte aquí. Sé que ningún lugar es del todo seguro,
pero aun así creo que Nimbasa es mejor para ti en cuestión de protección.
Irene bajó la cabeza, enfurruñada.
-Igualmente tienes a tus pokemon y ya te
las has apañado antes sin ayuda. Confío en que no te ocurrirá nada malo por un
día que estés sola –alegó él.
-Pero no podré salir del Centro Pokemon –se
quejó ella.
Looker se inclinó hacia delante y le habló
con voz más baja de lo habitual.
-Puedes ir a darle una paliza al Ingo ese…
Irene lo miró con los ojos muy abiertos.
-Si no me ha hecho nada malo. ¿Es que te
cae mal?
El policía se quedó sorprendido, su mirada
fija en ella. Entonces, al entender lo que había dicho, se llevó las manos a la
cara.
-¡Me refería a que lo retaras a un combate
pokemon como revancha!
-¡Ah, eso! –exclamó Irene, riendo-. Pero
aún es pronto…
Looker le puso una mano en la cabeza,
alborotándole el pelo.
-Haz lo que quieras, pero en el metro
estarás segura, recuérdalo.
La joven asintió, aunque aún estaba de
morros. Supuso que, al fin y al cabo, el policía tenía razón, pero temía que
pese a todo la vigilaran o incluso atacaran.
Irene había acompañado a Looker a la
estación. El tren era el medio de transporte más rápido para llegar al sur de
la región. Una vez en el andén, el agente le recordó que tuviera cuidado.
-Sí, señor policía –se burló ella.
A Looker le dieron ganas de estamparle el
maletín en la cabeza.
-No puedo saber con certeza cuándo volveré,
así que te iré informando. Te mandaré mensajes o algo. Tienes mi número,
¿verdad?
Irene asintió. No le dijo que el suyo era
el único número que tenía registrado en el móvil.
-Ten cuidado tú también. No sobran policías
interesados en mi caso –dijo ella.
-Non
ti preoccupare. Todo irá bien –sonrió él, tratando de tranquilizarla.
Irene no pudo evitar sonreír también.
Apreciaba que Looker le hubiera dicho algo en su idioma natal. Finalmente el
policía montón en el tren, que dos minutos después se puso en marcha. La joven
observó cómo el transporte se alejaba por el túnel. Se quedó de pie en medio
del andén, en silencio, pensando en qué podría hacer durante todo el día. Si no
era capaz de pensar en algo así, ¿cómo pretendía tener una vida normal? Aunque
la rutina la ayudaría entonces, supuso. En el fondo, lo que le había propuesto
Looker era la opción más sensata. Sin prisa, se dirigió al andén del tren de
combates individuales, dispuesta a retomar el reto.
Todo fue sobre ruedas aquella mañana. La
joven entrenadora le había cogido el truco enseguida a los pokemon más comunes
de Unova. Así, vencer los siete combates seguidos le había resultado muy
sencillo. Por supuesto, volvió a bajarle la moral a los críos que había
vencido, así que como compensación les enseñó algunos pequeños trucos de
combate. La gratitud de los niños le hizo sentir muy bien, y descendió del tren
ensimismada.
Fue a la cafetería y guardó cola para
comprar un café. Era media mañana y empezaba a tener hambre, pero aún quedaba
un rato hasta la hora de comer. Se dispuso a comprar un pequeño aperitivo, pero
dudaba entre tomar un tentempié ligero o algo más complejo. Dejó que las
personas tras ella fueran comprando mientras se decidía.
-La pizza está muy rica, y llena lo
suficiente hasta la hora de comer –le dijo alguien a su lado.
Irene miró a la persona que la había
aconsejado y se quedó con la boca abierta. Allí, frente a ella, estaba Emmet,
que no dejaba de sonreírle.
-En serio, es la especialidad de la casa
–añadió el jefe del metro al ver que la muchacha no contestaba.
-La… La probaré, sí. Tiene… buena pinta
–balbuceó Irene-. Gracias –añadió con brusquedad.
Emmet sonrió complacido.
-No tengas vergüenza. Y no hay de que
–contestó alegremente.
Le dio una suave palmadita en la espalda,
que le aportó seguridad. Aún sonrojada, Irene pidió lo que quería y pagó.
Pronunció un tímido “hasta luego” cuando Emmet se despidió de ella, maldiciendo
ser tan vergonzosa delante de gente importante.
Oyó un pitido que provenía de algún lugar
cercano a ella. No le dio mayor importancia hasta que, un minuto después, cayó
en la cuenta de que era su propio móvil el que había emitido el sonido. Tenía
un mensaje nuevo. Pensó que era normal no haberse dado cuenta, ya que nunca le
habían enviado ningún mensaje. Comprobó que era de Looker, que la avisaba de
que ya había llegado a Nacrene y se disponía a investigar algunos almacenes.
Irene le respondió deseándole suerte.
Looker recibió el mensaje de Irene con un
suspiro de alivio. Si había contestado significaba que se encontraba bien.
Siguió entonces con la investigación, por lo que caminó por las calles de
Nacrene junto al agente Smith. Éste le preguntó si todo iba bien.
-Sí, deduzco que ella se encuentra sana y
salva por el momento.
-¿Sabes dónde está?
-No, pero me imagino que estará en el
metro.
Se movieron por las calles empedradas,
analizando todos los edificios a su alrededor. Se cruzaban con habitantes de la
ciudad de aspecto inofensivo y no detectaban nada raro en el ambiente.
-No te preocupes por ella –lo intentó
tranquilizar Matt.
-Sabes que podría estar vigilándola ese
matón.
-Ya, pero si está en el metro no habrá
problema. Te recuerdo que los jefes de allí tienen fichado al macarra –explicó
Matt con una sonrisa traviesa.
Looker le devolvió la sonrisa con
preocupación. “Ojalá tengas razón”.
-Mira, entremos a este almacén. Es una
tienda y podremos preguntar si han notado alguna presencia fuera de lugar.
Abrieron la puerta de madera y cristal,
provocando un tintineo que puso en aviso a la dependienta. Ésta, una mujer de
mediana edad y apariencia tranquila, se acercó para atenderlos. Looker sacó su
placa y la mujer le preguntó qué había ocurrido.
-¿Ha visto a alguien extraño por aquí estos
últimos días? Algún extranjero que hablara de algo raro, o algo similar…
-Pues… No, no me suena. Solo han venido
clientes habituales y algún niño que esté de viaje. Nada raro.
Looker oyó el suspiro agotado de Smith a
sus espaldas.
-Pero ayer oí un rumor. Dicen que hay algo
de drogas en el Bosque Pinwheel. No sé si será verdad, pero me da un poco de
miedo.
-¿Sabe algo más acerca de ese rumor?
-No, lo siento. Se lo oí decir a una pareja
de ancianos. Viven al final de la ciudad, cerca del bosque. Pero no sé nada
más.
-Podemos preguntar allí –dijo Smith-.
Muchas gracias por su ayuda, señora.
Salieron del almacén a paso rápido, en
dirección al bosque.
Irene había pasado el resto de la mañana
buscando un abrigo en las tiendas cercanas a la estación, hasta haber
encontrado uno negro y grueso que la protegería bien del frío. Sin embargo, las
compras le habían hecho perder la noción del tiempo y, cuando se dio cuenta,
estaba a punto de perder el primer tren de la tarde. Se maldijo a sí misma por
ello, pero tomó la decisión de perderlo a cambio de poder comer tranquilamente,
así que fue a la cafetería de nuevo y pidió un sándwich y una ensalada.
Mientras comía se entretuvo observando al resto de la gente que estaba en la
cafetería. Podía deducir qué clase de entrenadores eran fijándose en pequeños
detalles que los demás no llegaban a ver. Había niños que aspiraban a ser
entrenadores legendarios, jóvenes tan creídos que estaban convencidos de ser
míticos, y entrenadores legendarios que hacían todo lo posible por pasar
desapercibidos. Por suerte para estos últimos, los egocéntricos que trataban de
captar toda la atención los apartaban de la mirada de la gente corriente, por
lo que nadie los molestaba.
En uno de sus recorridos con la mirada,
captó de reojo a un hombre alto con una chaqueta de cuero. Cuando lo vio, éste
estaba ya saliendo del establecimiento. Por un instante, Irene creyó que se le
iba a salir el corazón, pero cuando se levantó y miró por las grandes ventanas
hacia la estación no vio a nadie. Permaneció unos momentos mirando fijamente a
la multitud allí afuera, pero no pudo distinguir nada. “Me estoy volviendo
paranoica”, se lamentó. Finalmente volvió a su sitio y terminó de comer con
lentitud. De repente, ya no sentía nada de hambre.
Tardó un rato largo en salir de la
cafetería. Cuando lo hizo, tenía todos los sentidos puestos en aquello que la
rodeaba. La estación estaba casi desierta, lo que le facilitaba analizar a
cualquier persona que se cruzara con ella. Llevaba una mano colocada en su
cinturón, acariciando sus pokeballs. Si alguien se acercaba demasiado a ella,
no dudaría en reclamar la ayuda de sus compañeros pokemon.
Rodeó la columna central con gran atención
en las esquinas y rincones oscuros. En su cabeza repetía constantemente que
todo iría bien. Empezaba a creérselo ya, una vez llegada de nuevo al punto de
partida, cuando vio a lo lejos, en las escaleras de uno de los andenes, al
hombre de la chaqueta de cuero. Alto, moreno, barba, pelo largo. Era el tipo de
la mafia, sin duda. Sin saber muy bien por qué, Irene corrió hacia él, con la
pokeball de Skarmory en su mano. Quería averiguar quién era ese hombre que la
seguía, a pesar del peligro que podía correr. Si no lo seguía ella, él la perseguiría
igualmente.
Cuando llegó al andén miró frenéticamente a
su alrededor. No había ni un alma. El temor comenzó a apoderarse de ella. Iba a
darse la vuelta y volver a la cafetería cuando oyó una voz a su espalda.
-Irene, eres jodidamente pelirroja. Se te
distingue a kilómetros.
Looker y Matt Smith llegaron al Café Alma,
una cafetería en las afueras de la ciudad. Pese a su situación, era un lugar
muy concurrido. Los dos agentes preguntaron a los camareros si sabían algo del
rumor que corría sobre la droga y el bosque. Por suerte para ellos, los
empleados asintieron.
-Ocurrió ayer. Tres tipos raros entraron
aquí. Tenían pintas de macarras y eran bastante brutos. Se bebieron varias
cervezas –explicó un joven de mirada azul.
-¿Puedes describirlos? –le pidió Looker.
Smith sacó una pequeña libreta y un
bolígrafo para tomar nota.
-Dos eran morenos. Muy morenos. Y otro tenía
el pelo castaño. Eran bajos pero corpulentos. Mmm… Ojos marrones y pieles
morenas. Más que tú –indicó, señalando con la cabeza a Looker-. Uno era gordo y
tenía cerca de cuarenta años. Los otros dos eran más jóvenes, de unos treinta.
-¿Recuerdas cómo vestían?
-Muy descuidados. Vaqueros rotos, camisetas
blancas y negras. El gordo llevaba una chaqueta vaquera, otro de ellos llevaba
también una camisa a cuadros, y el tercero llevaba una chupa de cuero.
-Uno de ellos también llevaba una cadena de
oro en el cuello –intervino una camarera-. Me llamó la atención porque no es
normal ver a gente vestida así por aquí.
-Y hablaban con acento. Creo que eran
italianos.
-Ya veo… -asintió Looker-. ¿Armaron mucho
jaleo?
-Un poco, porque gritaban mucho, pero
bueno… No hicieron daño a nadie.
-¿Iban armados? –preguntó Smith.
-Creo que no. Al menos yo no vi nada
–respondió el joven camarero.
-¿Cuánto tiempo estuvieron aquí? ¿Recuerdas
la hora exacta?
-Pues… Era por la tarde. Sobre las cinco.
Estuvieron más o menos una hora aquí.
-Sí, a las seis se fueron –corroboró la
mujer.
-¿Dijeron a dónde iban?
-Creemos haber oído que se dirigían al Bosque
Pinwheel. También oímos algo de drogas, pero no sabemos si está relacionado,
aunque nos alarmó un poco.
-Es posible que sí –comentó Smith-.
Hacednos un favor: si volvéis a verlos, avisadnos enseguida.
Los camareros asintieron.
-¿Habéis vuelto a verlos desde entonces?
–quiso saber Looker.
-No, pero eso no quiere decir que no hayan
vuelto al bosque.
-Ya veo… Muchas gracias por vuestra ayuda.
Salieron de la cafetería a paso ligero y
Looker propuso a Smith dirigirse directamente al bosque.
Irene se tiñe jodidamente con peperoni rossi.
ResponderEliminarMuy buen capítulo, para variar y eso.
PD: Looker sabe más italiano que yo... -.-"
Vale. Me he imaginado a Irene tiñéndose con las rodajas de chorizo de las pizzas.
EliminarPD: Looker es Llongueras. Oh, mierda, te he desvelado el verdadero final del fic.
"¿...que me persigue para matarmeeeeee?"
ResponderEliminarHe ahí la gracia,que no sepáis quién es.
¿De quién sospechas? ^^
Dios mío quiero saber quién le ha dicho eso a Irene XDDD
ResponderEliminarSupongo que será el de la mafia, y como la secuestren o algo... malo :/ pero tengo esperanza en que sea Ingo ><
Ya sé que estás ocupada y demás pero... ¡¡necesito la segunda parte!! ;_;
Intentaré subirla cuanto antes, pero me llevará un tiempo ^^U
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