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viernes, 27 de julio de 2012

Capítulo 11: La investigación avanza


Irene despertó a las ocho de la mañana. Tras dar una vuelta bajo las sábanas se incorporó, tratando de sentarse. Un intenso dolor invadió todo su cuerpo, haciéndola caer de espaldas sobre el colchón. Se arropó de nuevo. Fuera de su cama hacía frío, pero dentro no. Fuera le dolía todo, dentro no. Fuera no la necesitaban, pero la cama parecía insistir en que se quedara allí metida, haciéndola compañía. Así, aquella mañana, Irene mandó al mundo entero a freír espárragos, volviéndose a dormir.
Volvió a despertar tres horas más tarde, cuando Looker entró en la habitación. Se acercó a la cama, le puso la mano sobre el hombro y la sacudió suavemente para ver si estaba despierta o no.
-¿Sigues viva?
-Lo dudo –gruñó ella con voz soñolienta.
-¿Te sigue doliendo?
-Tanto como desearía que les doliera a ellos. Sé que algún día me vengaré.
-Ni que fueras Ingo –murmuró Looker.
-A veces me gustaría serlo –respondió ella, hundiendo su cara en la almohada.
-No veo qué puede tener de bueno.
Irene sintió una punzada de tristeza, pero lo disimuló al levantar la cabeza de la almohada y, mirándolo de reojo, dijo:
-Su mala hostia es épica, no lo niegues.
El policía suspiró. Se sentó en un borde de la cama.
-Tenemos que hablar –dijo, serio.
-Malo.
Looker no supo qué contestar. Se preguntó a sí mismo si su tono de voz había anunciado con tanta claridad que no traía buenas noticias.
-Podrías darme una tregua si eso. No estoy para charlas negativas –le rogó Irene.
-Está bien, pero no podrá esperar mucho tiempo. ¿Te vas a quedar aquí todo el día?
-Es posible…
-Vale, llámame si te ocurre algo.

Looker pasó el día entero en el Centro Pokemon investigando a las víctimas que aparecían en la lista de Gianni Bianchi. Quería identificar bien a todas las personas que aparecían allí para poder buscar un nexo de unión que lo pudiera guiar por el buen camino. Por desgracia, aquél era un trabajo lento y laborioso, y, siendo tiempo lo que más falta le hacía en aquel momento, no estaba obteniendo grandes resultados.
Solo había trabajado sobre tres víctimas cuando se dio cuenta de que ya se había pasado la hora de comer. Con un suspiro de resignación, pues no era la primera vez que se enfrascaba en sus tareas y perdía la noción del tiempo, recogió la documentación, la guardó bajo llave en su maletín y, cogiendo algo de dinero, salió de su habitación en dirección a la cafetería del Centro Pokemon. Al entrar, una sensación de incomodidad lo invadió: no había un alma en el establecimiento. “Mala hora para venir”, se lamentó. Se acercó a la cocina, donde encontró a una jovencita con uniforme blanco que estaba fregando el suelo.
-Lo lamento, señor, pero a estas horas ya no servimos comida –se disculpó ella cuando él le preguntó.
Looker le dio las gracias, a pesar de su resignación. Tras reflexionar un poco, decidió dirigirse a la Estación Radial, donde estaba seguro de que sí podría comer algo. Era lo bueno de los lugares en los que se reunían los viajeros: siempre había alguien con hambre a quien servir un buen plato, fuera la hora que fuera. Pese a que el policía iba con la intención de sentarse en una mesa y tomarse su tiempo para almorzar, cambió de idea en el último momento y compró algo para llevar. Fue su decisión lo que provocó que, al salir de nuevo a la calle, estuviera a punto de chocar contra Ingo, que estaba en la entrada fumando.
-Últimamente no sales de mi vida –gruñó Looker.
-Habló –respondió él, mirando hacia otro lado.
-No sabía que fumaras –comentó el policía como curiosidad.
-¿Por qué todo el mundo tiene la necesidad de decir eso cuando fumo? –se quejó Ingo, dándole otra calada al cigarro.
-Vale, vale… Qué borde eres.
-¿Y qué necesidad hay de puntualizar que soy borde? ¿Acaso no ha quedado ya claro?
-Que te den –se despidió Looker.
Tras haberse alejado varios pasos, el agente tuvo una idea. Se giró y deshizo el camino, plantándose frente al jefe del metro, que lo miró con interés.
-Irene te habló de su pasado ayer.
-Sí. ¿Estás celoso? –se burló Ingo.
-No. Pero esto es importante… ¿Te dijo por qué huyó?
El rostro del hombre rubio se tornó serio tras la mofa inicial.
-Al parecer, su padre la amenazó de muerte.
-¿Y ya?
-¿Te parece poco? –respondió Ingo, frunciendo el ceño.
-Sí. Quiero decir, no. Pero tengo motivos para creer que hubo algo más.
Looker podía leer en el rostro de Ingo un enfado cada vez mayor.
-¿A qué te refieres?
-No puedo asegurarlo porque aún no he hablado con Irene sobre ello. Ni siquiera sé cómo abordar el tema ni si querrá contarme qué ocurrió.
-Pero aun así, ¿qué piensas tú? –tanteó Ingo.
-Verás… Tengo pruebas de que el padre de Irene asesinó a la madre de ésta el mismo año que ella huyó. Lo que no sé es qué relación puede haber entre ambos hechos.
-¿Insinúas que Irene huyó porque mataron a su madre?
-No lo sé, pero es una posibilidad. También pudo haber sido asesinada tras la huida de Irene.
-Ella comentó que sabía de qué era capaz su padre. Puede que hubiese visto el asesinato.
-O puede que supiera que Gianni había matado a más gente. Cuenta con una larga lista, te lo aseguro.
-Gianni es su padre, ¿no?
-Sí. ¿Quién si no?
-Nunca había oído su nombre, no me odies –replicó Ingo, malhumorado.
-Cierto, tú no estás en la investigación. Como metes tanto las narices, pareces uno más de los míos –se burló Looker.
Ingo cruzó los brazos y mostró un claro gesto de fastidio.
-Pues bien que vienes a preguntarme cosas, detective de pacotilla.
Durante unos segundos, ambos hombres desearon partirse la cara mutuamente. Después volvieron a la seriedad previa.
-Sea como sea, está claro que Gianni es un psicópata y disfruta asesinando gente. Cada vez me urge más acabar con esa mafia. No dejo de pensar en la cantidad de vidas que hay en peligro. Pero claro, no me resulta fácil tratar estas cosas con Irene… Para ella tiene que suponer un trauma bien gordo –divagó Looker.
-Mantiene su pasado oculto. No confía en nadie y finge que no ha pasado nada. Me pregunto si lo hace porque quiere olvidar o porque le cuesta abrirse a los demás en un aspecto tan íntimo. ¿Quién sabe qué le ha ocurrido a lo largo de su vida?
-He ahí mi problema –se lamentó-. Cuando le he preguntado cómo era su vida antes de huir, ha tratado de escaquearse y no responderme.
Ingo le dio una profunda calada al cigarrillo. Seguidamente dijo:
-Cada persona es un mundo. Unos se caen con una pequeña piedra del camino y no vuelven a levantarse, mientras que otros sobreviven golpes brutales. A veces no es fácil determinar quién es quién –hizo una pausa-. Ella parece resistirlo todo, pero no sabemos a qué precio lo hace.
Se quedaron en silencio, mirando al suelo apesadumbrados.
-Creo que no me lo va a contar –confesó Looker tras un minuto.
-Aún no lo has intentado.
-Ya, pero no creo que confíe lo suficiente en mí. Por el contrario, estoy bastante seguro de que a ti sí te lo diría.
-¿Por qué piensas eso?
-Porque te admira. Ya te contó parte de su pasado.
-Me contó la parte suave, tras mucho insistir. Tú también la conoces.
-Yo lo tuve que descubrir por mi cuenta. A ti, aunque no a la primera, te lo contó voluntariamente.
Ingo lo pensó, frunciendo el ceño.
-¿Y qué quieres que haga?
-Intentar que te cuente lo que ocurrió con su madre, si es que no me lo quiere contar a mí.
-Aunque yo lo supiera, no te lo contaría sin su permiso –objetó el rubio.
-Lo sé. Pero si es algo trascendental para la investigación, podrías intentar convencerla de que me lo diga.
Con una mirada seria, Ingo dijo:
-Ya veremos. Primero inténtalo tú.
Looker suspiró, se despidió y volvió, al fin, al Centro Pokemon. Empezaba a estar cansado de todo aquel asunto.

Irene había pasado el día entero encerrada en su habitación, sin apenas moverse para evitar en la medida de lo posible el dolor que la atenazaba. Contra el aburrimiento había decidido leer un libro de estrategias de combate que le había prestado una enfermera. Por suerte, la lectura le pareció tan interesante que se enfrascó en ella y la abandonó cuando ya era noche cerrada. Animada tras haber aprendido varios trucos útiles que pondría en práctica a la más mínima oportunidad, fue a la cafetería para cenar algo. Le costaba un poco andar, pero se esforzó igualmente en valerse por sí misma. Al fin y al cabo, había estado en situaciones peores.
No había coincidido con Looker en la cena, por lo que volvió pronto a su habitación. Al llegar a la puerta, miró la que tenía justo enfrente de la suya. Se veía luz bajo la rendija y pensó que el policía debía de estar trabajando duro con la investigación. Le preocupaba que se hubiera olvidado de cenar, aunque temía interrumpirle en algún asunto importante solamente para preguntarle. Al final, optó por abrir la puerta de su habitación y volver a encerrarse en la soledad de su pequeño cuarto. Se metió en la cama, tapándose bien con la manta, y se acurrucó, quedándose dormida poco después.

Un crujido interrumpió su sueño. Al despertar, se quedó completamente quieta en la cama, aunque estaba alerta ante cualquier ruido. Oyó otro sonido que procedía de la ventana. Pensó que sería el viento, a pesar de que sentía miedo por si fuera otra cosa. Cuando estaba intentando calmarse, la ventana se abrió de repente con un chirrido, y una oscura y ágil figura entró con gran rapidez. Todo ocurrió tan deprisa que Irene se quedó paralizada, sin saber cómo reaccionar. El intruso se acercó a ella, se inclinó y… encendió la lamparita de la mesilla. Los asustados ojos oscuros de Irene se encontraron con la mirada clara y curiosa de Ingo.
-Serás… burro –masculló ella-. Casi se me sale el corazón.
-Me temía que sería fácil entrar por la ventana, a pesar de la altura. No me equivocaba.
-¡¿Es que no puedes entrar por la puerta como las personas normales?!
-Nah, las puertas no son tan divertidas. Aunque bien podría haberme roto la crisma al entrar.
-Te estaría bien empleado.
-Bueno.
Cerró la ventana, sacó un extraño objeto del bolsillo de su abrigo y lo colocó en el marco de metal.
-Ahora será más seguro.
-¿Qué haces aquí? –quiso saber Irene, aún enfadada y alterada.
-Misión uno: mejorar la seguridad de las ventanas. Completada con éxito. Misión dos: ¿qué tal se encuentra la señorita?
Se sentó en la cama, al lado de Irene, que seguía intentando calmarse.
-Fräulein? –repitió en un susurro, al no obtener respuesta.
-B-bien… Bueno, mi corazón ha salido corriendo del susto. Creo que se ha tirado por la ventana. ¿Q-qué es lo que has dicho antes?
-¿Qué he dicho antes?
-Algo raro. No lo he entendido.
-Ah. Fräulein. Significa “señorita” en alemán.
-¿Entras a mi habitación por la ventana, me das un susto de muerte y encima me hablas en alemán? –rechistó.
-¿No te gusta el alemán?
-No es que no me guste, es que… ¿Por qué en alemán? Es un idioma que no entiendo.
-Pero yo sí. Es mi idioma natal.
-¿Eres alemán? –se sorprendió ella.
Ingo asintió con la cabeza.
-Bueno, viéndote la cara que tienes, no me extraña.
-¿Qué le pasa a mi cara? –se la palpó con una mano.
-Tienes cara de alemán.
-¿En serio? –preguntó, extrañado.
-Sí.
-¿Y Emmet también? –bromeó él.
-No, Emmet no –respondió ella, siguiéndole el juego.
Tras una breve pausa, Ingo preguntó:
-¿Por qué no cierras bien las puertas y las ventanas?
-No hay necesidad –murmuró ella.
-Pero si estás en constante peligro.
-¿Crees que si las cerrara cambiaría algo?
-Claro que sí.
-Hablamos de asesinos profesionales. ¿De verdad crees que si aún sigo viva es por pura casualidad?
-No entiendo –admitió Ingo, su ceño más fruncido de lo habitual.
-Ellos siempre han jugado conmigo. Al menos eso creo. Llevan once años queriendo matarme y aún no lo han logrado. Son una mafia entera contra una chica pequeña e indefensa. Yo no soy tan especial como para haber podido sobrevivir once años. ¿Crees que si de verdad hubiesen querido matarme no lo habrían hecho ya? Y una ventana cerrada no los habría detenido.
Ingo escuchó con gran atención. Para intentar atar algunos cabos sueltos entre sus ideas almacenadas en su cabeza, preguntó:
-¿Por qué crees que te dejan vivir?
-No lo sé –se encogió de hombros, apática-. Tendrán cosas mejores que hacer, supongo. Quizás quieran ver hasta dónde aguanto la presión, o si decido volver a casa o pegarme un tiro. Cosa que no pienso hacer, por supuesto.
La expresión de enfado de Ingo se relajó hacia una de mayor tristeza.
-Eres fuerte –susurró.
-Tengo mala leche –puntualizó-. Si no sirvo para nada en esta vida, al menos seguiré adelante, aunque solo sea para llevarles la contraria.
El alto hombre puso sus manos sobre los hombros de la joven, apretándolos con suavidad.
-Claro que sirves.
Irene bajó la mirada, evitando la del hombre, que siempre conseguía atravesarla. Él no sabía muy bien cómo expresar sus pensamientos, así que prefirió callar a soltar algún comentario poco acertado.
-Pero… Te atacaron ayer –le recordó finalmente-. ¿Ha sido la única vez o ha ocurrido en más ocasiones?
-Ocurrió antes. Sufrí tres ataques, de los que me salvé gracias a mis pokemon. Aun así creo que fueron más de aviso, para meterme miedo, que para hacerme verdadero daño. El de ayer, por el contrario…
-Fue en serio, ¿no?
Irene asintió.
-O al menos eso creo. Antes no me habían atacado como lo hicieron ayer, por la espalda. Me confié demasiado. Creía conocerlos ya.
-Ya veo. Igualmente no harías mal en extremar las precauciones. Colocando ese aparato en las ventanas, no podrán abrirla desde fuera.
-Gracias por preocuparte –murmuró ella, poco convencida de que dichas precauciones pudieran funcionar.
A pesar de todo lo que Irene intentó evitarlo, Ingo consiguió observarla fijamente con sus claros ojos e incomodarla.
-Estas cosas no los detendrán, como adivino que piensas. Pero te darán tiempo.
-¿Tiempo para qué?
-Para que me avises. Ellos podrán hacerte daño, pero tendrán que vérselas conmigo antes.
El jefe del metro esbozó una insólita y malvada sonrisa, añadiendo:
-A ver si pueden conmigo.
-No… No te atreverás a arriesgar tu vida por mí –le espetó ella, recelosa.
-¿Por quién si no?
La joven pelirroja lo miró, incrédula.
-Odiaría que te ocurriera algo por mi culpa –confesó ella.
-Mejor quedarme de brazos cruzados y ver cómo te matan –ironizó-. Si eso aplaudo cuando terminen.
Irene se quedó sin palabras. La atención de los claros ojos de Ingo tenía ahora un matiz especialmente doloroso.
-Este es asunto mío, tú no pintas nada –lo rechazó.
-Tus intentos de protegerme y persuadirme son en vano. Si es tu asunto pero te hacen daño, se convierte también en mi asunto.
-¿Y quién decide eso? –preguntó ella, su voz llena de rabia.
-Yo, por supuesto.
-No eres quien para…
-Soy tu amigo –sentenció él.
Irene permaneció en completo silencio. Su mente se había quedado en blanco.
-¿O no?
Silencio.
-Te atacaron y te salvé. Puedo enfrentarme a ellos.
La chica siguió sin responder.
-¿No vas a decirme nada? ¿Doy por supuesto que no soy tu amigo? Entonces  me voy –decidió, levantándose y dirigiéndose de nuevo a la ventana.
Irene se mordió el labio, confusa. Se sentía fatal, atrapada en un callejón sin salida. Aquel era un tema al que nunca antes había tenido que enfrentarse. Cuando vio que Ingo abría la ventana, dijo rápidamente:
-Sí eres mi amigo. Por eso quiero evitar que sufras.
Él la miró de nuevo, su cara iluminada por la luz de las farolas de la calle. Ella mostraba claramente la desesperación a la que se enfrentaba, e incluso se estaba viendo tentada de correr tras él.
-Casi nadie se ha interesado por mí, y menos con tu insistencia. ¿Cómo pretendes que ponga en riesgo a alguien tan importante? –se lamentó.
-¿Y cómo crees que me siento yo contigo? –contestó Ingo-. Estamos igual. Es la misma situación, y alguien tiene que ceder.
-¿Y por qué yo y no tú?
-Ya te lo he dicho, puedo enfrentarme a tus enemigos. Soy el más fuerte.
-¿Y si dejas de serlo?
-Habrá que procurar detenerlos antes de que eso suceda, ¿no crees? Está claro que perder nunca ha dejado de ser una posibilidad.
Irene hizo un ademán de levantarse de la cama.
-No, quédate ahí –le indicó Ingo-. Yo ya me iba. Escucha: Looker tiene que hablar contigo de un tema delicado. Es posible que su investigación avance si le das la información adecuada, pero teme que para ti sea demasiado difícil tener que hablar de ello. Aun así, inténtalo, ¿vale? Si avanzamos, el peligro disminuirá.
Ella permaneció pensativa, con la mirada triste perdida en el vacío. Cuando tomó una decisión, respondió que lo intentaría. Ingo asintió, se despidió con brevedad y se lanzó por la ventana. Irene se levantó corriendo, lamentándolo cuando una punzada de dolor la atravesó. Aun con dificultad, se asomó por la ventana. Vio a la figura vestida de negro corriendo a lo lejos hasta doblar una esquina y perderlo de vista. “¿Cómo ha hecho eso?”. Pasó dos minutos mirando hacia el lugar por el que había desaparecido Ingo, completamente fascinada. A pesar de la angustia que la invadía de nuevo, no pudo evitar sonreír. Se sentía afortunada por conocer a un hombre tan interesante. Finalmente, cerró la ventana, colocó el dispositivo de seguridad y se acostó de nuevo.

Al día siguiente, Looker comprobó el estado de salud de Irene. Aunque ésta seguía dolorida, ya podía moverse sin gran esfuerzo.
-¿Crees que podríamos mantener hoy nuestra charla pendiente? –preguntó entonces el policía.
Irene se lo pensó un instante. Sabía que a Looker le corría prisa hablar con ella. Recordó lo que le había dicho Ingo la noche anterior. Le había pedido expresamente que ayudara al policía. ¿Cómo podía negarse ante la propuesta de aquel hombre? Había tanto en juego… Finalmente, la joven asintió.
Looker la llevó a las oficinas de la policía de Nimbasa. Una vez allí, buscaron (con ayuda del agente Smith) una sala vacía y tranquila donde el policía de la gabardina pudiera tomarle declaración a Irene. Entraron en una habitación pequeña, cuyo único mobiliario era una mesa de madera clara y dos sillas enfrentadas. La iluminación provenía de una pequeña ventana situada al fondo de la estancia. Cara a cara, Looker comenzó repasando con ella la denuncia de la agresión que había sufrido dos días antes, comprobando que no faltara ningún detalle importante. Seguidamente, el agente la puso al corriente de la investigación realizada hasta el momento, y aprovechó el detalle de la lista de Gianni para pasar al tema más delicado del que quería hablar.
-Es una lista de todas las víctimas que han muerto a manos de Gianni –la informó-. Entre ellas, una tal Giulia Bianchi.
Irene recibió la noticia un tanto alarmada. Bajó la mirada con gran tristeza, evitando hablar de ello.
-Tu madre –murmuró Looker.
Ella asintió débilmente.
-¿Lo sabías?
Irene levantó de nuevo la cabeza, sin entender bien la pregunta.
-Que si sabías que… que ya no está viva –aclaró Looker.
-Sí… Sí, lo sabía –respondió, apretando los labios.
Un silencio incómodo invadió la sala. Looker se revolvió en su silla, pero Irene no se movió ni un centímetro.
-¿Estás bien, Irene?
-Lo intento. Ocurrió hace ya muchos años, pero aún no lo he superado del todo.
-Es difícil superar algo así, y más aún en tu situación.
Irene respiró hondo, cerrando los ojos con fuerza. Tenía un nudo en la garganta y notó que le temblaban las piernas.
-Escucha, Irene… Sé que esto es difícil, pero me sería de gran utilidad si pudieras aclararme algunas cosas.
-Lo intentaré –aseguró ella, tratando de reunir fuerzas.
-Bien. Muchas gracias. Veamos… Necesito situar mejor la fecha en que ocurrió. ¿Tienes alguna idea…?
-El 8 de abril. Hace once años.
Looker se quedó impresionado por la exactitud de la fecha. Había esperado un mes, en el mejor de los casos, pero no un día concreto.
-A medianoche, más o menos –recalcó ella.
-Ya veo. Mmm… ¿Fuiste testigo de ello o te enteraste más tarde?
-Fui testigo –contestó ella, con una firmeza que no dejaba lugar a dudas.
-Vale… -murmuró él, desolado.
Escribió los datos en silencio mientras pensaba qué pregunta podría hacerle después. De repente, Irene añadió:
-Fue la noche en la que hui de casa.
-La noche que huiste de casa –repitió Looker, incrédulo.
-Sí. Yo… Era la siguiente. No lo dudé un instante. Simplemente salí corriendo. A donde fuera.
-Ya veo… Y no sabes qué ocurrió después, supongo.
Ella negó con la cabeza.
-No he vuelto a saber nada.
-¿Y antes? Quiero decir… ¿Hubo una razón para que él la matara? –preguntó con toda la delicadeza que pudo.
-No lo sé. Siempre la maltrató, al menos desde que tengo uso de razón, pero no hay que ser muy listo para darse cuenta de que fue así desde el principio. Esa noche… Quizás se le cruzaron los cables o algo…
No pudo seguir hablando. Una lágrima caía por su mejilla y se llevó las manos a la cara, frotándosela mientras respiraba profundamente.
-Lo siento mucho, Irene…
Retiró las manos de su rostro, mirándolo con rabia contenida.
-Era un verdadero cabrón. Las cosas como son.
Looker no supo qué decir, así que se limitó a asentir.
-Gianni es un psicópata, no lo podemos negar. Sin embargo, he podido comprobar que siempre tenía un motivo para matar. No parece ser el caso de Giulia, al menos a simple vista, pero creo que tuvo que haber una razón de peso tras ello.
-La odiaba, Looker. La odiaba. La trataba a palos, al igual que a mí. La odiaba por existir, como a mí.
-Pero tardó años en matarla. Si tanto la odiaba…
-Igual que conmigo. Llevo años huyendo y aún estoy viva.
-¿Pero por qué tanto tiempo? –se extrañó él.
-Porque le gusta vernos sufrir.
Looker suspiró, apesadumbrado.
-Lo siento. De verdad. Cada vez tengo más ganas de pillar a ese…
Se contuvo para no decir una palabrota.
-Comparto el sentimiento –admitió Irene, con un extraño tono de rabia que Looker no había escuchado antes en ella-. ¿Qué? –preguntó seguidamente, perpleja ante la mirada sorprendida del policía.
-Hablas como Ingo.
-¿Qué dices? –frunció el ceño.
-¿Ves? Lo has vuelto a hacer.
-No jodas.
-Eres como él.
-Te la estás buscando…
-¡Clavadita!
Irene deseó romperle la cabeza a Looker. Al menos había conseguido liberar un poco la rabia que llevaba acumulada.
-¿Pero no lo admirabas tanto? –se burló el policía.
-Él es demasiado interesante. Imitarle sería destrozar su increíble personalidad.
-Y lo dirás en serio…
-¿Qué problema tienes? –amenazó ella.
-¡Ninguno! Gracias por tu colaboración, buscaré una razón por la cuál mataran a Giulia aunque tú digas que no, porque tiene que haberla, sé que la hay. Que tengas un buen día –se apresuró a decir Looker, echándola de allí.
Irene salió de las oficinas de la policía de morros. Aquella salida había sido cuanto menos brusca, pero al menos la conversación había ido mejor de lo que se temía. Esperó que a Looker le sirviera de algo la información que acababa de obtener.

jueves, 19 de julio de 2012

Capítulo 10: Confesión


Looker y Smith habían llevado al matón a la comisaría. Éste tenía la nariz rota, pero, por lo demás, estaba en perfecto estado, como demostró al resistirse a que se lo llevaran, a pesar de las esposas que lo aprisionaban.
-Ha tenido suerte –comentó Matt-. Ingo no se suele conformar con solo romperle la nariz a alguien.
-Vaya fama tiene el señor –opinó el agente más mayor-. Aunque no me extraña, ya lo he visto en acción antes. ¿Y de dónde ha sacado las esposas?
-Ah, él siempre lleva unas encima. Ya sabes, es también como un “segurata” del metro.
-Y también me he fijado en que lleva armas. ¿Tiene licencia?
-Sí, no te preocupes –rio Smith.
-Este tío se cree que es policía –gruñó Looker.
-Bueno, en el fondo nunca dejó de ser un militar. Pero no se le da mal.
-Claro, pelearse con todos se le da de lujo –se quejó-. ¿Pero por qué dejó de ser militar?
-No lo sé muy bien, es un asunto que nunca ha quedado claro. Creo que tuvo algún problema dentro del ejército y se vio obligado a dejarlo por algo más “tranquilo”. No, no me mires así –volvió a reír-. Ya sé que estás pensando que no te extraña que tuviera problemas.
-Maldita sea. Es que todo lo que oigo sobre él es malo. Y encima Irene se ha aficionado a juntarse con él.
-No te preocupes, Looker. En el fondo es un buen tío. Cuidará de ella, ya lo verás.
-Ojalá no te equivoques…
         Tras esa breve conversación, ambos agentes entraron en la sala de interrogatorios, donde el mafioso los esperaba. Cuando pasaron, notaron la mirada asesina del detenido sobre sus nucas, pero no se acobardaron. Tenían mucha información que obtener.

-Llevo huyendo de la mafia desde que tenía ocho años.
-¿Cuántos tienes ahora? –preguntó Ingo con suavidad.
-Diecinueve.
-Es mucho tiempo huyendo… ¿Por qué lo haces? ¿Es que querían que pertenecieras a ellos y te negaste?
-No. Aún era muy pequeña para decidir eso. Simplemente pensaron que yo estaría mejor muerta.
-Entiendo muy bien qué es eso –murmuró él.
Ella asintió en silencio.
-¿Quién quería matarte?
-El capo de la mafia. Es mi padre –susurró Irene, el miedo en su voz.
Ingo se quedó pasmado al oír dicha revelación.
-¿Tu propio padre? Jamás hubiese podido imaginar que un padre pudiera querer matar a su hija…
-Mi caso es una excepción. Nunca me quiso tener. Mi existencia simplemente le molestaba, pero logré huir a tiempo. Desde entonces la mafia me persigue para matarme.
-¿Simplemente por existir? –repitió él, incrédulo.
-Sí… Puro odio irracional, supongo. Es una persona muy violenta, un psicópata, un inestable mental.
A Ingo le vino a la mente el recuerdo de la joven diciendo que la pegaban.
-Entiendo… ¿Y un día decidiste huir, así sin más?
Irene permaneció muda unos segundos, ordenando sus ideas y memorias en su mente.
-Mi padre me había amenazado de muerte –hizo una pausa-. Hui sin pensármelo dos veces. Estaba aterrorizada porque sabía de qué era capaz él. Tardé unos días en comprender realmente qué había ocurrido. Estaba perdida en el bosque, herida, cansada y hambrienta. Por suerte, conocí a mi Skarmory, que aún era pequeño. Lo curé, ya que tenía una herida, y él decidió acompañarme, así que dejé de sentirme tan sola a partir de entonces. Fue gracias a él como pude comenzar a librar batallas pokemon y a ganar dinero, que fui ahorrando poco a poco, a la vez que lo usaba para conseguir comida y algo de ropa. Juntos nos fuimos haciendo más fuertes, pasando por muchos momentos difíciles pero sin dejar de confiar en nosotros mismos. Según íbamos ganando más y más batallas, así como dinero, conseguíamos viajar a lugares más lejanos.
>>A lo largo de mi viaje pude conocer a los habitantes de los pueblos y ciudades por los que pasaba. Hubo varias personas que me ayudaron, bien dándome de comer cuando no tenía apenas nada, bien curándome las heridas, bien aconsejándome seguir ciertas rutas en lugar de otras. Por desgracia, nunca se lo pude agradecer debidamente, así que al menos me aseguraba de que no les ocurriera nada por mi culpa. Era consciente de que, por mucho que me alejara de casa, siempre había alguien que me perseguía y me vigilaba constantemente. Al menos, como mi equipo pokemon fue creciendo y haciéndose más fuerte, me ayudaban a defenderme mejor y a escapar en las situaciones más arriesgadas.
-Y has pasado todos estos años huyendo sin parar.
-Sí.
-Ha debido de ser muy duro…
-He tenido momentos buenos y malos, pero siempre he seguido adelante con la esperanza de que un día todo terminará y podré vivir en paz. Solo quiero tranquilidad, no pido mucho más. Suerte que he tenido a mis pokemon a mi lado siempre, no sé qué habría hecho sin ellos.
-Eres muy optimista…
-Intento serlo. No tengo mucho a lo que agarrarme.
El rubio hombre la contempló, presa de una mezcla de preocupación y tristeza que le presionaba el pecho.
-¿Cuándo conociste a Looker?
-Hace unas semanas. Yo aún estaba en Hoenn y un mafioso me atacó. Pensé que era mi fin cuando unos policías aparecieron, entre ellos Looker. Él me había estado investigando y decidió protegerme a cambio de que le diera toda la información posible. Juntos cogimos inmediatamente un barco que nos trajo a Unova. Pensábamos que aquí estábamos seguros, pero la mafia volvió a aparecer. Nosotros aún estábamos en Castelia y fue cuando nos trasladamos aquí.
-Y después fue cuando nos conocimos, imagino.
Irene asintió.
-Ya veo. Pues sí, el asunto es serio.
-Es muy peligroso –dijo ella con voz grave-. Ahora que lo sabes debes guardar el secreto. Finge que nunca has oído nada sobre este tema y no intervengas, pase lo que pase.
-Que te lo has creído –contestó él, burlón.
Irene se puso de morros y se cruzó de brazos, aunque desistió inmediatamente de lo último cuando notó un fuerte dolor en todo su cuerpo.
-Como te pase algo te mato –amenazó, pues, ya que no podía demostrar su inconformismo de forma no verbal.
-Mira como tiemblo –dijo él con ironía-. ¿Algo que añadir?
Ella negó con la cabeza.
-Pues a dormir –ordenó.
La joven se levantó y se dirigió al baño para cambiarse de ropa. Mientras tanto, Ingo le preparó la cama para no obligarla a hacer esfuerzos innecesarios.
-¿Ahora te da vergüenza que te vea y antes no? –quiso saber Ingo, hablándole desde el otro lado de la puerta.
-Es que antes también me daba…
-Pero aun así me dejaste verte.
-Era un caso especial. Yo estaba confusa y tú actuabas como un médico –explicó ella.
Ingo frunció el ceño, pensativo. La chica no dejaba de tener razón: cuando se trataba de curar heridas, contemplaba los cuerpos de la gente desde otro punto de vista, mucho más objetivo.
-¡Auch!
-¿Estás bien?
-Sí… Ya salgo.
La puerta se abrió y salió Irene con un pijama oscuro. Se quejó del frío que hacía.
-No sabía que supieras tratar a gente herida.
-Estuve en el ejército y me tocó curar a varias personas.
-¿Se te daba bien?
-Sí… Digamos que tenía bastante estómago y pulso. Aunque en caso de necesidad, todo vale.
-Ahm. Pues no sabía que hubieses estado en el ejército, aunque sí pensé que caminabas como un militar.
-¿Cuándo has pensado eso? –preguntó él, visiblemente extrañado.
-Cuando nos conocimos en el metro –respondió ella, con una alegre sonrisa.
-Venga, basta de charla. A dormir.
Irene se deslizó entre las sábanas e Ingo la arropó con suavidad.
-¿Te cuento un cuento? –bromeó él.
La muchacha lo miró con timidez, apretando entre sus puños un trozo de sábana.
-Nunca me han contado un cuento –murmuró con tal inocencia que al alto hombre se le escapó un suspiro.
-Lo siento, no me sé ninguno… Pero, si quieres, buscaré alguno para la próxima vez.
Irene asintió, ilusionada.
-Ahora toca descansar. Buenas noches.
-Buenas noches, y gracias por ayudarme tanto.
El jefe del metro sonrió, se inclinó por última vez sobre ella y le dio un dulce beso en la frente. Le divirtió notar que Irene se sonrojaba. La miró y comprobó que estaba bien antes de apagar la luz y cerrar la puerta. Sabía que nadie entraría allí ni le haría daño; era un Centro Pokemon muy seguro. Finalmente cerró la puerta y volvió a la Estación Radial, donde aún le quedaba trabajo por hacer.

Looker y Smith trataron de sacarle toda la información posible a Guido, pero éste no estuvo por la labor. A pesar de las amenazas que recibió por parte de los policías, no soltó prenda durante la hora en la que estuvo en la sala de interrogatorios.
-Mi jefe me mataría si llegara a hablar. Igualmente, no pienso traicionarlo.
-Hables o no, irás a la cárcel, y lo sabes. Pero si nos cuentas ciertas cosas, podríamos reducirte la pena. Has intentado asesinar a una persona, y no vas a salir impune.
-Yo no iba a asesinarla. De eso se encargará mi jefe.
-¿Por qué quiere matarla tu jefe? –preguntó Looker.
-Lo sabes perfectamente. Pregúntale a ella si quieres.
El agente moreno frunció el ceño.
-¿Y qué me dices de las drogas? –intervino Smith-. ¿Dónde estáis actuando por ahora?
-No lo sabrás.
-Irás a la cárcel.
-Pues sí –respondió Guido con gesto burlón.
Smith bufó y miró de reojo a Looker, que le hizo una seña para que salieran de la sala. Una vez fuera, le dijo:
-Déjalo, Matt. Todos actúan igual: son tan fieles a su “familia” que prefieren ir al a cárcel antes que irse de la lengua. No es la primera vez que me pasa. Tendremos que seguir confiando en los de dentro.
-Vale. ¿Y qué hago con éste? –preguntó Smith, señalando con la cabeza la puerta de la sala de interrogatorios.
-Que pase la noche entre rejas, y el resto se verá en el juicio.
-Está bien. ¡Ah! –gritó cuando Looker estaba a punto de marcharse-. Los de dentro enviaron algo antes. Con todo el ajetreo se me olvidó decírtelo.
-¿Y qué es? –preguntó Looker, frunciendo el ceño.
-Solo lo he mirado por encima, pero parece una lista –explicó Smith.
-¿Una lista de qué?
-De nombres. Pero no se me ocurre quiénes pueden ser.
Looker permaneció pensativo unos segundos.
-Luego lo miro. Buenas noches, Matt.

Cuando el policía regresó al Centro Pokemon, lo primero que hizo fue preguntar a las enfermas sobre el estado de salud de Irene. Para su alivio, le dijeron que todo estaba en orden.
-Su acompañante cuidó bien de ella. Aunque era un borde –le comentó la enfermera que había tratado las heridas de Irene.
-Ah, Ingo… -se lamentó el policía.
Seguidamente continuó su rumbo hasta su habitación, donde dejó su abrigo y sus pertenencias. Después salió sigilosamente al pasillo y llamó con suavidad a la puerta de la habitación de Irene, que se encontraba justo enfrente de la suya. No oyó respuesta, por lo que se coló en la pequeña estancia con gran sigilo. Irene no tardó en despertar al notar la presencia del policía en su habitación.
-Hola… -saludó, soñolienta.
-¿Por qué no has cerrado la puerta por dentro?
-Ingo no dijo nada. Supongo que será seguro.
-Toda precaución es poca. La próxima vez que lo vea le echaré la bronca.
-Ay, déjalo… No pasa nada.
-Sí pasa –replicó él-. ¿Y si entra alguien a mitad de la noche, qué?
-Bueno, supongo que pensó que tú querrías entrar a verme o algo. Además, si alguien quisiera hacerme daño, colarse por la ventana es lo más sencillo del mundo.
Looker suspiró.
-Vale. ¿Cómo te encuentras?
-Un poco dolorida, pero nada grave.
-El matón que te ha atacado no nos ha dicho nada, pero pasará la noche en la cárcel, así que no hay de qué preocuparse por ahora.
Irene asintió. Se sentía bastante tranquila.
-¿Y qué tal te ha tratado Ingo? –preguntó con tono escéptico.
-Pues bien –respondió ella, serena-. Me ha ayudado mucho. Aun así se ha puesto pesado y he terminado contándole lo de mi huida.
-Espero que no sepa más que yo, o me enfadaré.
-Nah –contestó, con una sonrisa soñolienta.
-Bueno, te dejo que vuelvas a dormir. Estoy enfrente si me necesitas.
Anduvo hasta la puerta, pero antes de llegar oyó a Irene dándole las buenas noches mientras se acurrucaba entre las sábanas de nuevo. Looker creyó escuchar, además, que ella murmuraba “espero que estés bien tú también”.
-Buenas noches –se despidió, con una sonrisa sincera, y cerró la puerta.
Volvió a su habitación y encendió su ordenador portátil. Comprobó la información nueva que le había llegado, buscando con especial interés la lista de la que le había hablado Smith. Cuando la encontró, la abrió y la leyó con gran atención. Era una lista con los nombres de todas las víctimas mortales de la mafia. Según el policía infiltrado que se la había facilitado, Gianni Bianchi apuntaba siempre el nombre de las personas que asesinaba, dónde se había cometido el crimen y cómo. Era un listado macabro, pero útil para el agente, pues así podría identificar a las víctimas y unir lazos entre ellas. Dedujo que aquella información no habría sido fácil de obtener, pues el infiltrado habría corrido gran riesgo de ser descubierto. Dando gracias por la suerte que había tenido su compañero de no haber pasado asimismo a la lista como una víctima más, se dispuso a investigar el preciado documento.
La mayoría de los nombres que allí constaban eran bien italianos bien procedentes de habitantes de Hoenn. Era lógico, pues era en ambos lugares donde la mafia había tendido su red criminal. En varios casos, no había quedado registrado gran número de detalles acerca de las muertes. Muchas de ellas habían ocurrido hacía mucho tiempo, aproximadamente veinte años atrás. Looker tuvo en cuenta este detalle y agrupó a las víctimas según la fecha en la que habían muerto.
Gracias a este descubrimiento pudo fijarse también en que las muertes más detalladas se diferenciaban o porque habían ocurrido en una fecha anormal o porque, por alguna razón, las víctimas no cuadraban con el perfil que el policía había creado para ordenar los asesinatos. Una muerte violenta y descrita con exactitud de detalles, que estuvieron a punto de revolver el estómago al policía, era la de un conde francés llamado Guillaume Benoit. La razón por la cuál Gianni la había tomado con él era simple: el conde, en un arranque de soberbia, había hecho comentarios ofensivos acerca de la mafia. El capo no dudó en vengarse y exhibir la muerte del rico hombre como trofeo. Otra de las muertes violentas era la de un matrimonio formado por Albert y Marlene Zimmermann. Sus muertes habían tenido lugar veinte años atrás, como las de la mayoría de las víctimas. Al parecer, era un matrimonio que controlaba una serie de vías de comunicación y se negaron a colaborar con la mafia. Los descuartizaron en el interior de un tren, dejando a tres hijos huérfanos.
La última muerte que Looker investigó aquella noche lo dejó completamente perturbado. Allí, en la lista, constaba el nombre de Giulia Bianchi. La mujer de Gianni. La madre de Irene. La fecha de su asesinato coincidía con la edad a la que Irene había huido de su casa. ¿Tendrían ambos acontecimientos algo que ver? Cerró el portátil y decidió acostarse, esperando poder descansar tras un día duro. Necesitaba asimilar toda la información, en concreto el duro golpe de conocer la muerte de la madre de la pelirroja, y decidir cómo abordar el tema ante la joven.

Eran más de las once de la noche, pero Ingo seguía encerrado en su pequeño despacho. Era tan disciplinado que había conseguido apartar de su mente cualquier pensamiento para seguir con el papeleo sin ninguna distracción. Ahora, sin embargo, una vez terminadas sus tareas, el caos volvía a su mente y necesitaba ordenar sus ideas como fuera. El primer paso era tranquilizar su alma trastornada, por lo que se levantó de su silla, se acercó a paso lento hasta una estantería y abrió una pequeña puerta en ésta. Allí descansaba su viejo violín, bien protegido en su funda y cuidado con esmero, como demostraba su reluciente madera. Lo tomó con delicadeza y probó a sonarlo. Por suerte seguía bien afinado, aunque no lo tocara todos los días. Con gran calma improvisó una lenta sinfonía que pudo oírse en toda la zona que rodeaba el despacho. La música recorría cada músculo y nervio de su cuerpo, fundiéndose éste con la triste melodía. Cuando tocaba, el mundo desaparecía de su alrededor como por arte de magia. Al finalizar su composición, habiendo perdido la noción del tiempo, miró a su alrededor. En el sofá estaba sentado Emmet, que lo contemplaba con una sonrisa que denotaba gran curiosidad. Era obvio que no lo había oído entrar al despacho, aunque no era la primera vez que tal cosa sucedía.
-¿Ha ocurrido algo, Ingo?
El hombre del uniforme negro miró fijamente a su hermano pequeño, que no se había movido ni un milímetro del sofá.
-Una persona me necesita.
-¿Quién?
-Una mujer.
Emmet pareció sorprendido.
-No me habías contado nada. ¡Una mujer, tú! Pensé que no llegaría el día en que dijeras eso.
-No digas tonterías. Ni que fuera la primera.
-A ninguna le has compuesto una melodía con el violín.
Ingo sonrió. Podría decirle a su gemelo que tocaba para calmarse, pero Emmet sabía bien que la necesidad de sosiego provenía de la preocupación. Solo la inquietud provocada por una persona especial podía causar una melodía así de triste.
-Ella es diferente.
-¿Cómo de diferente?
-Dice que le importo –explicó Ingo, sonriendo amargamente.
Un gesto de simpatía cruzó el rostro del hombre vestido de blanco.
-¿Y ella a ti?
Ingo reflexionó unos segundos antes de responder:
-Demasiado para conocerla desde hace solo tres días. Es extraño, porque no deja de ser una desconocida, pero tengo la sensación de comprenderla mucho mejor que a ninguna otra persona. Estoy tan confuso…
-El tiempo lo dirá todo, supongo –opinó Emmet.
-Pero el tiempo no juega a nuestro favor –se lamentó.
-¿Por qué dices eso?
-Ya te dije que me necesita. Una mafia la persigue para matarla. Ya han estado muy cerca de lograrlo dos veces, si no más. No puedo permitirlo. No como hombre de acción que soy.
-Más bien eras –remarcó Emmet-. No eres un héroe, y lo que cuentas suena ciertamente peligroso.
Ingo caviló mientras pellizcaba suavemente las cuerdas del instrumento.
-Sabes bien que he estado muerto mucho tiempo –le recordó.
El rostro de Emmet se ensombreció al oír las últimas palabras.
-Ella arrojó luz en un túnel que llevaba años sumido en la oscuridad –relató Ingo con sombría lentitud-. Me hizo ver que aún queda alguien que confía en mí. ¿Cuánto más habría aguantado la vida si ella no hubiera aparecido?
-Llevas mucho tiempo sin aguantarla –murmuró Emmet, atormentado.
Ingo cerró los ojos con pesar. Aquellos reproches le hacían sentir una culpabilidad insoportable. Cuando volvió a abrirlos, dirigió su mirada a su muñeca izquierda, en la cual relucía su elegante reloj de acero. Retiró la vista inmediatamente, dándose cuenta de que su hermano había contemplado el mismo sitio que él. Sintió una punzada en el estómago.
-Ahora tengo una motivación en la vida. Sé que no es fácil, pero si puedo sacar lo mejor de mí para ayudar a alguien que me importa…
-¿Y si no te importa tanto como crees? ¿Y si solo reflejas en ella una necesidad que llevas años sin satisfacer? –sugirió Emmet, más serio que nunca.
-Si así fuera, aunque lo dudo… ¿Cómo prefieres que arriesgue mi vida? ¿Cómo antes, o como ahora?
El hombre de blanco se mordió el labio.
-¿Quién es ella? –cambió de tema.
-Se llama Irene. Es italiana, pequeña y pelirroja.
-¿Y tímida?
-Un poco. Pero eso no está mal.
-Creo haberla visto el otro día –recordó Emmet-. En la cafetería.
-¿Qué te pareció? –preguntó, una sonrisa inocente asomando en sus labios.
-Le sacaba tres cabezas.
-Una y media –puntualizó Ingo.
-Parecían tres.
Se hizo un silencio que el mayor de los hermanos se encargó de rellenar con otra melodía de violín. Cuando finalizó, Emmet se atrevió a preguntar:
-¿Crees de verdad que ella merece la pena?
-¿Una chica que ha seguido adelante a pesar de todo lo malo que le ha ocurrido? Sí.
Emmet se levantó del viejo sofá, se acercó a su hermano y le cogió del cuello de la camisa en un gesto amigable.
-Ten cuidado. Y protégela, si crees que es lo correcto. Aunque no lo creas, te apoyo.
Ingo lo abrazó y le susurró:
-Lo sé.
-¿Aunque haya estado alejado de ti últimamente?
-Ya te lo dije, ahora tienes una vida más allá de mí. Me parece perfecto.
Se separaron y, mirándose una última vez a los ojos, Emmet se dirigió a la puerta. Antes de salir, dijo:
-Estaré aquí para lo que quieras.
Ingo asintió, viendo la puerta cerrarse. Acto seguido, tocó la última melodía de la noche, semejante a la primera, aunque ligeramente más alegre.