Irene despertó a las ocho de la mañana.
Tras dar una vuelta bajo las sábanas se incorporó, tratando de sentarse. Un
intenso dolor invadió todo su cuerpo, haciéndola caer de espaldas sobre el
colchón. Se arropó de nuevo. Fuera de su cama hacía frío, pero dentro no. Fuera
le dolía todo, dentro no. Fuera no la necesitaban, pero la cama parecía
insistir en que se quedara allí metida, haciéndola compañía. Así, aquella
mañana, Irene mandó al mundo entero a freír espárragos, volviéndose a dormir.
Volvió a despertar tres horas más tarde,
cuando Looker entró en la habitación. Se acercó a la cama, le puso la mano
sobre el hombro y la sacudió suavemente para ver si estaba despierta o no.
-¿Sigues viva?
-Lo dudo –gruñó ella con voz soñolienta.
-¿Te sigue doliendo?
-Tanto como desearía que les doliera a
ellos. Sé que algún día me vengaré.
-Ni que fueras Ingo –murmuró Looker.
-A veces me gustaría serlo –respondió ella,
hundiendo su cara en la almohada.
-No veo qué puede tener de bueno.
Irene sintió una punzada de tristeza, pero
lo disimuló al levantar la cabeza de la almohada y, mirándolo de reojo, dijo:
-Su mala hostia es épica, no lo niegues.
El policía suspiró. Se sentó en un borde de
la cama.
-Tenemos que hablar –dijo, serio.
-Malo.
Looker no supo qué contestar. Se preguntó a
sí mismo si su tono de voz había anunciado con tanta claridad que no traía
buenas noticias.
-Podrías darme una tregua si eso. No estoy
para charlas negativas –le rogó Irene.
-Está bien, pero no podrá esperar mucho
tiempo. ¿Te vas a quedar aquí todo el día?
-Es posible…
-Vale, llámame si te ocurre algo.
Looker pasó el día entero en el Centro
Pokemon investigando a las víctimas que aparecían en la lista de Gianni
Bianchi. Quería identificar bien a todas las personas que aparecían allí para
poder buscar un nexo de unión que lo pudiera guiar por el buen camino. Por
desgracia, aquél era un trabajo lento y laborioso, y, siendo tiempo lo que más
falta le hacía en aquel momento, no estaba obteniendo grandes resultados.
Solo había trabajado sobre tres víctimas
cuando se dio cuenta de que ya se había pasado la hora de comer. Con un suspiro
de resignación, pues no era la primera vez que se enfrascaba en sus tareas y
perdía la noción del tiempo, recogió la documentación, la guardó bajo llave en
su maletín y, cogiendo algo de dinero, salió de su habitación en dirección a la
cafetería del Centro Pokemon. Al entrar, una sensación de incomodidad lo
invadió: no había un alma en el establecimiento. “Mala hora para venir”, se
lamentó. Se acercó a la cocina, donde encontró a una jovencita con uniforme
blanco que estaba fregando el suelo.
-Lo lamento, señor, pero a estas horas ya
no servimos comida –se disculpó ella cuando él le preguntó.
Looker le dio las gracias, a pesar de su
resignación. Tras reflexionar un poco, decidió dirigirse a la Estación Radial,
donde estaba seguro de que sí podría comer algo. Era lo bueno de los lugares en
los que se reunían los viajeros: siempre había alguien con hambre a quien servir
un buen plato, fuera la hora que fuera. Pese a que el policía iba con la
intención de sentarse en una mesa y tomarse su tiempo para almorzar, cambió de
idea en el último momento y compró algo para llevar. Fue su decisión lo que
provocó que, al salir de nuevo a la calle, estuviera a punto de chocar contra
Ingo, que estaba en la entrada fumando.
-Últimamente no sales de mi vida –gruñó
Looker.
-Habló –respondió él, mirando hacia otro
lado.
-No sabía que fumaras –comentó el policía
como curiosidad.
-¿Por qué todo el mundo tiene la necesidad
de decir eso cuando fumo? –se quejó Ingo, dándole otra calada al cigarro.
-Vale, vale… Qué borde eres.
-¿Y qué necesidad hay de puntualizar que
soy borde? ¿Acaso no ha quedado ya claro?
-Que te den –se despidió Looker.
Tras haberse alejado varios pasos, el
agente tuvo una idea. Se giró y deshizo el camino, plantándose frente al jefe
del metro, que lo miró con interés.
-Irene te habló de su pasado ayer.
-Sí. ¿Estás celoso? –se burló Ingo.
-No. Pero esto es importante… ¿Te dijo por
qué huyó?
El rostro del hombre rubio se tornó serio
tras la mofa inicial.
-Al parecer, su padre la amenazó de muerte.
-¿Y ya?
-¿Te parece poco? –respondió Ingo,
frunciendo el ceño.
-Sí. Quiero decir, no. Pero tengo motivos
para creer que hubo algo más.
Looker podía leer en el rostro de Ingo un
enfado cada vez mayor.
-¿A qué te refieres?
-No puedo asegurarlo porque aún no he
hablado con Irene sobre ello. Ni siquiera sé cómo abordar el tema ni si querrá
contarme qué ocurrió.
-Pero aun así, ¿qué piensas tú? –tanteó
Ingo.
-Verás… Tengo pruebas de que el padre de
Irene asesinó a la madre de ésta el mismo año que ella huyó. Lo que no sé es
qué relación puede haber entre ambos hechos.
-¿Insinúas que Irene huyó porque mataron a
su madre?
-No lo sé, pero es una posibilidad. También
pudo haber sido asesinada tras la huida de Irene.
-Ella comentó que sabía de qué era capaz su
padre. Puede que hubiese visto el asesinato.
-O puede que supiera que Gianni había
matado a más gente. Cuenta con una larga lista, te lo aseguro.
-Gianni es su padre, ¿no?
-Sí. ¿Quién si no?
-Nunca había oído su nombre, no me odies
–replicó Ingo, malhumorado.
-Cierto, tú no estás en la investigación.
Como metes tanto las narices, pareces uno más de los míos –se burló Looker.
Ingo cruzó los brazos y mostró un claro
gesto de fastidio.
-Pues bien que vienes a preguntarme cosas,
detective de pacotilla.
Durante unos segundos, ambos hombres
desearon partirse la cara mutuamente. Después volvieron a la seriedad previa.
-Sea como sea, está claro que Gianni es un
psicópata y disfruta asesinando gente. Cada vez me urge más acabar con esa
mafia. No dejo de pensar en la cantidad de vidas que hay en peligro. Pero
claro, no me resulta fácil tratar estas cosas con Irene… Para ella tiene que
suponer un trauma bien gordo –divagó Looker.
-Mantiene su pasado oculto. No confía en
nadie y finge que no ha pasado nada. Me pregunto si lo hace porque quiere
olvidar o porque le cuesta abrirse a los demás en un aspecto tan íntimo. ¿Quién
sabe qué le ha ocurrido a lo largo de su vida?
-He ahí mi problema –se lamentó-. Cuando le
he preguntado cómo era su vida antes de huir, ha tratado de escaquearse y no
responderme.
Ingo le dio una profunda calada al
cigarrillo. Seguidamente dijo:
-Cada persona es un mundo. Unos se caen con
una pequeña piedra del camino y no vuelven a levantarse, mientras que otros
sobreviven golpes brutales. A veces no es fácil determinar quién es quién –hizo
una pausa-. Ella parece resistirlo todo, pero no sabemos a qué precio lo hace.
Se quedaron en silencio, mirando al suelo
apesadumbrados.
-Creo que no me lo va a contar –confesó
Looker tras un minuto.
-Aún no lo has intentado.
-Ya, pero no creo que confíe lo suficiente
en mí. Por el contrario, estoy bastante seguro de que a ti sí te lo diría.
-¿Por qué piensas eso?
-Porque te admira. Ya te contó parte de su
pasado.
-Me contó la parte suave, tras mucho
insistir. Tú también la conoces.
-Yo lo tuve que descubrir por mi cuenta. A
ti, aunque no a la primera, te lo contó voluntariamente.
Ingo lo pensó, frunciendo el ceño.
-¿Y qué quieres que haga?
-Intentar que te cuente lo que ocurrió con
su madre, si es que no me lo quiere contar a mí.
-Aunque yo lo supiera, no te lo contaría
sin su permiso –objetó el rubio.
-Lo sé. Pero si es algo trascendental para
la investigación, podrías intentar convencerla de que me lo diga.
Con una mirada seria, Ingo dijo:
-Ya veremos. Primero inténtalo tú.
Looker suspiró, se despidió y volvió, al
fin, al Centro Pokemon. Empezaba a estar cansado de todo aquel asunto.
Irene había pasado el día entero encerrada
en su habitación, sin apenas moverse para evitar en la medida de lo posible el
dolor que la atenazaba. Contra el aburrimiento había decidido leer un libro de
estrategias de combate que le había prestado una enfermera. Por suerte, la lectura
le pareció tan interesante que se enfrascó en ella y la abandonó cuando ya era
noche cerrada. Animada tras haber aprendido varios trucos útiles que pondría en
práctica a la más mínima oportunidad, fue a la cafetería para cenar algo. Le
costaba un poco andar, pero se esforzó igualmente en valerse por sí misma. Al
fin y al cabo, había estado en situaciones peores.
No había coincidido con Looker en la cena,
por lo que volvió pronto a su habitación. Al llegar a la puerta, miró la que
tenía justo enfrente de la suya. Se veía luz bajo la rendija y pensó que el
policía debía de estar trabajando duro con la investigación. Le preocupaba que
se hubiera olvidado de cenar, aunque temía interrumpirle en algún asunto
importante solamente para preguntarle. Al final, optó por abrir la puerta de su
habitación y volver a encerrarse en la soledad de su pequeño cuarto. Se metió
en la cama, tapándose bien con la manta, y se acurrucó, quedándose dormida poco
después.
Un crujido interrumpió su sueño. Al
despertar, se quedó completamente quieta en la cama, aunque estaba alerta ante
cualquier ruido. Oyó otro sonido que procedía de la ventana. Pensó que sería el
viento, a pesar de que sentía miedo por si fuera otra cosa. Cuando estaba
intentando calmarse, la ventana se abrió de repente con un chirrido, y una
oscura y ágil figura entró con gran rapidez. Todo ocurrió tan deprisa que Irene
se quedó paralizada, sin saber cómo reaccionar. El intruso se acercó a ella, se
inclinó y… encendió la lamparita de la mesilla. Los asustados ojos oscuros de
Irene se encontraron con la mirada clara y curiosa de Ingo.
-Serás… burro –masculló ella-. Casi se me
sale el corazón.
-Me temía que sería fácil entrar por la
ventana, a pesar de la altura. No me equivocaba.
-¡¿Es que no puedes entrar por la puerta
como las personas normales?!
-Nah, las puertas no son tan divertidas.
Aunque bien podría haberme roto la crisma al entrar.
-Te estaría bien empleado.
-Bueno.
Cerró la ventana, sacó un extraño objeto
del bolsillo de su abrigo y lo colocó en el marco de metal.
-Ahora será más seguro.
-¿Qué haces aquí? –quiso saber Irene, aún
enfadada y alterada.
-Misión uno: mejorar la seguridad de las
ventanas. Completada con éxito. Misión dos: ¿qué tal se encuentra la señorita?
Se sentó en la cama, al lado de Irene, que seguía
intentando calmarse.
-Fräulein? –repitió en un susurro, al no
obtener respuesta.
-B-bien… Bueno, mi corazón ha salido
corriendo del susto. Creo que se ha tirado por la ventana. ¿Q-qué es lo que has
dicho antes?
-¿Qué he dicho antes?
-Algo raro. No lo he entendido.
-Ah. Fräulein. Significa “señorita” en
alemán.
-¿Entras a mi habitación por la ventana, me
das un susto de muerte y encima me hablas en alemán? –rechistó.
-¿No te gusta el alemán?
-No es que no me guste, es que… ¿Por qué en
alemán? Es un idioma que no entiendo.
-Pero yo sí. Es mi idioma natal.
-¿Eres alemán? –se sorprendió ella.
Ingo asintió con la cabeza.
-Bueno, viéndote la cara que tienes, no me
extraña.
-¿Qué le pasa a mi cara? –se la palpó con
una mano.
-Tienes cara de alemán.
-¿En serio? –preguntó, extrañado.
-Sí.
-¿Y Emmet también? –bromeó él.
-No, Emmet no –respondió ella, siguiéndole
el juego.
Tras una breve pausa, Ingo preguntó:
-¿Por qué no cierras bien las puertas y las
ventanas?
-No hay necesidad –murmuró ella.
-Pero si estás en constante peligro.
-¿Crees que si las cerrara cambiaría algo?
-Claro que sí.
-Hablamos de asesinos profesionales. ¿De
verdad crees que si aún sigo viva es por pura casualidad?
-No entiendo –admitió Ingo, su ceño más
fruncido de lo habitual.
-Ellos siempre han jugado conmigo. Al menos
eso creo. Llevan once años queriendo matarme y aún no lo han logrado. Son una
mafia entera contra una chica pequeña e indefensa. Yo no soy tan especial como
para haber podido sobrevivir once años. ¿Crees que si de verdad hubiesen
querido matarme no lo habrían hecho ya? Y una ventana cerrada no los habría
detenido.
Ingo escuchó con gran atención. Para
intentar atar algunos cabos sueltos entre sus ideas almacenadas en su cabeza,
preguntó:
-¿Por qué crees que te dejan vivir?
-No lo sé –se encogió de hombros, apática-.
Tendrán cosas mejores que hacer, supongo. Quizás quieran ver hasta dónde
aguanto la presión, o si decido volver a casa o pegarme un tiro. Cosa que no
pienso hacer, por supuesto.
La expresión de enfado de Ingo se relajó
hacia una de mayor tristeza.
-Eres fuerte –susurró.
-Tengo mala leche –puntualizó-. Si no sirvo
para nada en esta vida, al menos seguiré adelante, aunque solo sea para
llevarles la contraria.
El alto hombre puso sus manos sobre los
hombros de la joven, apretándolos con suavidad.
-Claro que sirves.
Irene bajó la mirada, evitando la del
hombre, que siempre conseguía atravesarla. Él no sabía muy bien cómo expresar
sus pensamientos, así que prefirió callar a soltar algún comentario poco
acertado.
-Pero… Te atacaron ayer –le recordó
finalmente-. ¿Ha sido la única vez o ha ocurrido en más ocasiones?
-Ocurrió antes. Sufrí tres ataques, de los
que me salvé gracias a mis pokemon. Aun así creo que fueron más de aviso, para
meterme miedo, que para hacerme verdadero daño. El de ayer, por el contrario…
-Fue en serio, ¿no?
Irene asintió.
-O al menos eso creo. Antes no me habían
atacado como lo hicieron ayer, por la espalda. Me confié demasiado. Creía
conocerlos ya.
-Ya veo. Igualmente no harías mal en
extremar las precauciones. Colocando ese aparato en las ventanas, no podrán
abrirla desde fuera.
-Gracias por preocuparte –murmuró ella,
poco convencida de que dichas precauciones pudieran funcionar.
A pesar de todo lo que Irene intentó
evitarlo, Ingo consiguió observarla fijamente con sus claros ojos e
incomodarla.
-Estas cosas no los detendrán, como adivino
que piensas. Pero te darán tiempo.
-¿Tiempo para qué?
-Para que me avises. Ellos podrán hacerte
daño, pero tendrán que vérselas conmigo antes.
El jefe del metro esbozó una insólita y
malvada sonrisa, añadiendo:
-A ver si pueden conmigo.
-No… No te atreverás a arriesgar tu vida
por mí –le espetó ella, recelosa.
-¿Por quién si no?
La joven pelirroja lo miró, incrédula.
-Odiaría que te ocurriera algo por mi culpa
–confesó ella.
-Mejor quedarme de brazos cruzados y ver
cómo te matan –ironizó-. Si eso aplaudo cuando terminen.
Irene se quedó sin palabras. La atención de
los claros ojos de Ingo tenía ahora un matiz especialmente doloroso.
-Este es asunto mío, tú no pintas nada –lo
rechazó.
-Tus intentos de protegerme y persuadirme
son en vano. Si es tu asunto pero te hacen daño, se convierte también en mi
asunto.
-¿Y quién decide eso? –preguntó ella, su
voz llena de rabia.
-Yo, por supuesto.
-No eres quien para…
-Soy tu amigo –sentenció él.
Irene permaneció en completo silencio. Su
mente se había quedado en blanco.
-¿O no?
Silencio.
-Te atacaron y te salvé. Puedo enfrentarme
a ellos.
La chica siguió sin responder.
-¿No vas a decirme nada? ¿Doy por supuesto
que no soy tu amigo? Entonces me voy
–decidió, levantándose y dirigiéndose de nuevo a la ventana.
Irene se mordió el labio, confusa. Se
sentía fatal, atrapada en un callejón sin salida. Aquel era un tema al que
nunca antes había tenido que enfrentarse. Cuando vio que Ingo abría la ventana,
dijo rápidamente:
-Sí eres mi amigo. Por eso quiero evitar
que sufras.
Él la miró de nuevo, su cara iluminada por
la luz de las farolas de la calle. Ella mostraba claramente la desesperación a
la que se enfrentaba, e incluso se estaba viendo tentada de correr tras él.
-Casi nadie se ha interesado por mí, y
menos con tu insistencia. ¿Cómo pretendes que ponga en riesgo a alguien tan
importante? –se lamentó.
-¿Y cómo crees que me siento yo contigo?
–contestó Ingo-. Estamos igual. Es la misma situación, y alguien tiene que
ceder.
-¿Y por qué yo y no tú?
-Ya te lo he dicho, puedo enfrentarme a tus
enemigos. Soy el más fuerte.
-¿Y si dejas de serlo?
-Habrá que procurar detenerlos antes de que
eso suceda, ¿no crees? Está claro que perder nunca ha dejado de ser una
posibilidad.
Irene hizo un ademán de levantarse de la
cama.
-No, quédate ahí –le indicó Ingo-. Yo ya me
iba. Escucha: Looker tiene que hablar contigo de un tema delicado. Es posible
que su investigación avance si le das la información adecuada, pero teme que
para ti sea demasiado difícil tener que hablar de ello. Aun así, inténtalo,
¿vale? Si avanzamos, el peligro disminuirá.
Ella permaneció pensativa, con la mirada
triste perdida en el vacío. Cuando tomó una decisión, respondió que lo intentaría.
Ingo asintió, se despidió con brevedad y se lanzó por la ventana. Irene se
levantó corriendo, lamentándolo cuando una punzada de dolor la atravesó. Aun
con dificultad, se asomó por la ventana. Vio a la figura vestida de negro
corriendo a lo lejos hasta doblar una esquina y perderlo de vista. “¿Cómo ha
hecho eso?”. Pasó dos minutos mirando hacia el lugar por el que había
desaparecido Ingo, completamente fascinada. A pesar de la angustia que la
invadía de nuevo, no pudo evitar sonreír. Se sentía afortunada por conocer a un
hombre tan interesante. Finalmente, cerró la ventana, colocó el dispositivo de
seguridad y se acostó de nuevo.
Al día siguiente, Looker comprobó el estado
de salud de Irene. Aunque ésta seguía dolorida, ya podía moverse sin gran
esfuerzo.
-¿Crees que podríamos mantener hoy nuestra
charla pendiente? –preguntó entonces el policía.
Irene se lo pensó un instante. Sabía que a
Looker le corría prisa hablar con ella. Recordó lo que le había dicho Ingo la
noche anterior. Le había pedido expresamente que ayudara al policía. ¿Cómo
podía negarse ante la propuesta de aquel hombre? Había tanto en juego…
Finalmente, la joven asintió.
Looker la llevó a las oficinas de la
policía de Nimbasa. Una vez allí, buscaron (con ayuda del agente Smith) una
sala vacía y tranquila donde el policía de la gabardina pudiera tomarle
declaración a Irene. Entraron en una habitación pequeña, cuyo único mobiliario
era una mesa de madera clara y dos sillas enfrentadas. La iluminación provenía
de una pequeña ventana situada al fondo de la estancia. Cara a cara, Looker
comenzó repasando con ella la denuncia de la agresión que había sufrido dos
días antes, comprobando que no faltara ningún detalle importante. Seguidamente,
el agente la puso al corriente de la investigación realizada hasta el momento,
y aprovechó el detalle de la lista de Gianni para pasar al tema más delicado
del que quería hablar.
-Es una lista de todas las víctimas que han
muerto a manos de Gianni –la informó-. Entre ellas, una tal Giulia Bianchi.
Irene recibió la noticia un tanto alarmada.
Bajó la mirada con gran tristeza, evitando hablar de ello.
-Tu madre –murmuró Looker.
Ella asintió débilmente.
-¿Lo sabías?
Irene levantó de nuevo la cabeza, sin
entender bien la pregunta.
-Que si sabías que… que ya no está viva
–aclaró Looker.
-Sí… Sí, lo sabía –respondió, apretando los
labios.
Un silencio incómodo invadió la sala.
Looker se revolvió en su silla, pero Irene no se movió ni un centímetro.
-¿Estás bien, Irene?
-Lo intento. Ocurrió hace ya muchos años,
pero aún no lo he superado del todo.
-Es difícil superar algo así, y más aún en
tu situación.
Irene respiró hondo, cerrando los ojos con
fuerza. Tenía un nudo en la garganta y notó que le temblaban las piernas.
-Escucha, Irene… Sé que esto es difícil,
pero me sería de gran utilidad si pudieras aclararme algunas cosas.
-Lo intentaré –aseguró ella, tratando de
reunir fuerzas.
-Bien. Muchas gracias. Veamos… Necesito
situar mejor la fecha en que ocurrió. ¿Tienes alguna idea…?
-El 8 de abril. Hace once años.
Looker se quedó impresionado por la
exactitud de la fecha. Había esperado un mes, en el mejor de los casos, pero no
un día concreto.
-A medianoche, más o menos –recalcó ella.
-Ya veo. Mmm… ¿Fuiste testigo de ello o te
enteraste más tarde?
-Fui testigo –contestó ella, con una
firmeza que no dejaba lugar a dudas.
-Vale… -murmuró él, desolado.
Escribió los datos en silencio mientras
pensaba qué pregunta podría hacerle después. De repente, Irene añadió:
-Fue la noche en la que hui de casa.
-La noche que huiste de casa –repitió
Looker, incrédulo.
-Sí. Yo… Era la siguiente. No lo dudé un
instante. Simplemente salí corriendo. A donde fuera.
-Ya veo… Y no sabes qué ocurrió después,
supongo.
Ella negó con la cabeza.
-No he vuelto a saber nada.
-¿Y antes? Quiero decir… ¿Hubo una razón
para que él la matara? –preguntó con toda la delicadeza que pudo.
-No lo sé. Siempre la maltrató, al menos
desde que tengo uso de razón, pero no hay que ser muy listo para darse cuenta
de que fue así desde el principio. Esa noche… Quizás se le cruzaron los cables
o algo…
No pudo seguir hablando. Una lágrima caía
por su mejilla y se llevó las manos a la cara, frotándosela mientras respiraba
profundamente.
-Lo siento mucho, Irene…
Retiró las manos de su rostro, mirándolo
con rabia contenida.
-Era un verdadero cabrón. Las cosas como
son.
Looker no supo qué decir, así que se limitó
a asentir.
-Gianni es un psicópata, no lo podemos
negar. Sin embargo, he podido comprobar que siempre tenía un motivo para matar.
No parece ser el caso de Giulia, al menos a simple vista, pero creo que tuvo
que haber una razón de peso tras ello.
-La odiaba, Looker. La odiaba. La trataba a palos, al igual que a mí. La odiaba por
existir, como a mí.
-Pero tardó años en matarla. Si tanto la
odiaba…
-Igual que conmigo. Llevo años huyendo y
aún estoy viva.
-¿Pero por qué tanto tiempo? –se extrañó
él.
-Porque le gusta vernos sufrir.
Looker suspiró, apesadumbrado.
-Lo siento. De verdad. Cada vez tengo más
ganas de pillar a ese…
Se contuvo para no decir una palabrota.
-Comparto el sentimiento –admitió Irene,
con un extraño tono de rabia que Looker no había escuchado antes en ella-. ¿Qué?
–preguntó seguidamente, perpleja ante la mirada sorprendida del policía.
-Hablas como Ingo.
-¿Qué dices? –frunció el ceño.
-¿Ves? Lo has vuelto a hacer.
-No jodas.
-Eres como él.
-Te la estás buscando…
-¡Clavadita!
Irene deseó romperle la cabeza a Looker. Al
menos había conseguido liberar un poco la rabia que llevaba acumulada.
-¿Pero no lo admirabas tanto? –se burló el
policía.
-Él es demasiado interesante. Imitarle
sería destrozar su increíble personalidad.
-Y lo dirás en serio…
-¿Qué problema tienes? –amenazó ella.
-¡Ninguno! Gracias por tu colaboración,
buscaré una razón por la cuál mataran a Giulia aunque tú digas que no, porque
tiene que haberla, sé que la hay. Que tengas un buen día –se apresuró a decir
Looker, echándola de allí.
Irene salió de las oficinas de la policía
de morros. Aquella salida había sido cuanto menos brusca, pero al menos la
conversación había ido mejor de lo que se temía. Esperó que a Looker le
sirviera de algo la información que acababa de obtener.