A pesar de que permanecieron varias horas
en el Café Alma y hablaron con toda la gente que encontraron, Looker y Smith no
descubrieron nada nuevo ni vieron a alguien que levantara sus sospechas. Al
final, ya de madrugada, no les quedó más remedio que volver al hotel y
descansar unas horas.
Al día siguiente, una llamada de móvil
despertó a Looker de su agradable sueño. Poco después, estaba llamando frenéticamente
a la puerta de la habitación de Smith. El rubio agente apareció con cara de
dormido, despeinado y gruñendo.
-¿Qué? –murmuró, intentando enfocar la
vista.
Looker se coló en la habitación, cerrando
la puerta tras él.
-Uno de los agentes infiltrados en la mafia
nos ha avisado de la situación del almacén en el que se esconden. Lo hemos
tenido delante de nuestras narices y no lo hemos visto. Ya he avisado a la
policía local, así que date prisa en vestirte.
-¿…Puedo desayunar antes?
-No.
Llegaron frente al almacén, un edificio
sencillo con una gran puerta metálica al frente y unas escaleras en un lateral.
Había varios agentes de policía repartidos por las calles colindantes, con
cuidado de no llamar la atención. Looker y Smith eran los encargados de entrar
en el edificio para investigar todo lo que pudiera esconderse allí. Según los
datos que habían recibido, en aquel sitio solo quedaban dos miembros de la
mafia, a los que esperaban encontrar. Habían acordado entrar por la escalera
lateral en lugar de por la principal para hacerse notar menos.
Una vez en lo alto de la escalera, y con
toda la atención puesta en no hacer ruidos con sus pasos, Looker sacó del
bolsillo de su gabardina marrón un kit especial para abrir puertas. Aunque
tardó cerca de dos minutos en manipular la cerradura de la puerta, finalmente
consiguió abrirla sin que apenas chirriase. Smith se adelantó, entrando en el
oscuro almacén con su pistola en la mano. Looker guardó el kit y lo siguió,
empuñando también un arma. Caminaron por la pasarela de metal que formaba el
estrecho segundo piso del almacén, iluminado tan solo por algunos débiles rayos
de sol que se colaban por las ventanas de los sucios cristales. Se notaba que
el edificio no había sido muy usado en los últimos años.
Por más que buscaron no atisbaron ninguna
sombra moviéndose por el almacén. Pese a todo, no bajaron la guardia en ningún
momento: el primer piso estaba hasta arriba de cajas de madera, tras las cuales
podía esconderse cualquier peligro al acecho del momento óptimo para atacar.
Los dos agentes se movieron sigilosamente entre las cajas, sus nervios a flor
de piel, pero no vieron a nadie. Tras terminar la ronda, se relajaron un poco.
Abrieron una de las grandes cajas de madera y comprobaron que contenía una gran
cantidad de droga.
-Al menos podremos incautar la droga…
-Sí, pero, ¿dónde se esconden ellos? –se
preguntó Looker.
Como respuesta a su pregunta sonó un
crujido de metal que parecía provenir de la pasarela del segundo piso. Looker y
Smith empuñaron con fuerza sus pistolas al grito de:
-¡Policía! ¿Quién está ahí?
Subieron corriendo las escaleras, a punto
incluso de tropezar por las prisas. Llegaron a tiempo de ver a uno de los
mafiosos, de pelo castaño y rizado, y constitución atlética, que estaba
abriendo la ventana del lado contrario a la entrada de las escaleras laterales.
Desde allí calcularon que habría una altura de unos tres metros hasta el suelo
de la calle. El hombre les lanzó una mirada burlona, acompañada de una sonrisa
de similar naturaleza.
-Troppo
tardi. Ciao!
Cuando Looker se lanzó sobre él, éste ya
había dado un enérgico salto por la ventana.
-¡No! –chilló Smith.
Asomados por el marco metálico de la
ventana contemplaron atónitos cómo el italiano caía al suelo con una asombrosa
voltereta, saliendo completamente ileso. Una vez posado en la acera, comenzó a
correr con gran rapidez, perdiéndose entre los callejones. Smith ya estaba
avisando a los policías de guardia acerca de la huida, mientras que Looker
maldecía por lo bajo su mala suerte. Habían estado tan cerca…
De repente, una idea se presentó en su
cabeza como si hubiera caído del cielo. Faltaba el otro mafioso. Miró a su
alrededor con gran rapidez, escaneando el edificio en busca de cualquier
indicio que le indicase que había otra persona allí. Pocos segundos después
detectó la puerta principal del almacén, abierta de par en par.
-¡Matt, se ha escapado el que faltaba!
–exclamó con amargura.
Salieron a la calle y se unieron a una
exhaustiva búsqueda de ambos criminales por toda la zona. No podían haber ido
lejos y, sin embargo, habían desaparecido sin dejar rastro, con una rapidez
sobrenatural. Los policías que estaban colocados en las calles colindantes
apenas habían visto una sombra moverse, sin saber en qué dirección iban.
Intentando soportar por todos los medios la inmensa frustración que lo invadía,
Looker caminó por las calles más cercanas al almacén. Pocos minutos después
encontró, en una oscura esquina, una tapadera del sistema de alcantarillado
levantada. Era obvio que aquélla era una brillante forma de que los mafiosos
hubieran escapado, dando esquinazo a una desesperada policía que siempre
comprobaba lo que no debía. Con una mezcla de rabia e impotencia, Looker cogió
su móvil y llamó a Smith.
-Olvida la búsqueda. Han escapado hace un
rato por las alcantarillas. Que busquen allí por si tuvieran suerte, pero
nosotros aquí ya no pintamos nada.
Aquélla misma tarde, Looker, de vuelta en
Nimbasa y con los ánimos por los suelos, se tomó un café en la Estación Radial.
Se encontraba sentado en una de las mesas de la cafetería, medio inclinado, la
cabeza descansando sobre su mano en señal de resignación. Su mirada se perdía
en el monótono techo del establecimiento. Necesitaba pensar, así que aprovechó
el rato en el que esperaba a que Irene volviese de luchar de los trenes para
ordenar su mente un poco. Estaba tan inmerso en sus pensamientos que no notó
que alguien se había acercado a él hasta que dicha persona dijo:
-Toc toc.
-¿Sí? –respondió, aún distraído.
-Estoy buscando al Doctor.
-¿Qué doctor? Yo no soy ningún doc… -se dio
la vuelta para verle la cara-. Oh, no.
Se llevó la mano al rostro, cansado. La
presencia del jefe del metro vestido de negro lo incomodaba, y no era
precisamente lo que necesitaba en aquel momento.
-¿Qué quieres? –preguntó cansinamente.
Ingo levantó una ceja.
-Un viaje en la TARDIS, obviamente.
Looker puso cara de hastío.
-Yo no soy el…
-No finjas –lo interrumpió Ingo-. Aunque
digas que te llamas Looker, tu cara está gritando “Gallifrey”. Pero no temas:
los daleks huyen cuando me ven.
-No me extraña –murmuró el agente.
El rubio hombre se sentó frente a Looker. Mantuvieron
un duelo con la mirada.
-He notado que no estuviste ayer.
-Estaba de viaje –lo informó el policía.
-Y dejaste sola a la chica.
-¿Y a ti qué te importa?
-Menos bordería, hombre –le reprochó Ingo,
inclinándose hacia delante-. La he estado vigilando. El matón que os persigue
no le quitaba el ojo de encima.
Looker frunció el ceño.
-Eres muy observador.
-Como ya le dije a Irene, tengo ojos. Veo
lo que ocurre.
-¿No crees que deberías mantenerte alejado
de todo este asunto? Quiero decir… No quiero ser borde –aclaró-, pero puede ser
peligroso.
-No es que pueda serlo. Lo es.
El agente levantó una ceja, incrédulo.
-¿Por qué dices eso?
-Irene me dijo que es peligroso. Ha sido lo
único que me ha contado, no ha querido entrar en detalles. Llevo ya unos días
viendo al mismo tipejo que quiso hacer negocios con nosotros, y sé que os está
vigilando a todas horas. Insistís en que no intervenga, lo cual puedo
comprender, pero es mi metro y hay un hombre sospechoso poniendo en peligro a
mis clientes. No pienso quedarme de brazos cruzados.
-Veo que tienes claras tus prioridades. Sin
embargo… -irguió los hombros mientras pensaba cómo continuar-. Deberías confiar
en el esfuerzo de los policías encargados de este asunto.
Ingo lo miró con expresión neutra. Looker
no supo interpretar qué pensaría el jefe del metro acerca de lo que acababa de decirle.
-Pronto pillaré al que me espía –añadió el
policía.
-Lo dudo.
-¿Qué?
-Es más listo de lo que parece. Desaparece
sin dejar rastro. Es muy rápido.
-Pero tú le hiciste frente.
-Y salió corriendo. La retirada es el arte
de los cobardes, pero un arte al fin y al cabo. Y, a veces, hasta es la opción
más inteligente.
Looker reflexionó sobre aquellas palabras.
-¿Entonces qué pretendes hacer?
-Ayudar, por supuesto. Yo tampoco quiero
que una mafia se extienda por la región.
-¿Y cómo pretendes ayudar?
-Soy militar –respondió, enarcando una
ceja.
-Eras militar –remarcó el policía.
Ingo apretó los labios, enfadado, y atravesó
con la mirada al otro hombre.
-Soy un hombre de acción, aunque no lo
parezca. Trabajé en Inteligencia, y sé investigar. También sé manejar armas.
Controlo un amplio sistema ferroviario. Puedo enfrentarme a mafiosos.
-Y ya que te pones puedes redactarme un cv…
-ironizó Looker.
-No hay necesidad –contraatacó él-. Sabes
de qué soy capaz.
Looker no dijo nada, limitándose a observarlo.
Decidió desviar el tema.
-¿Qué más te dijo Irene?
-Solo eso. Y que una vez entras en ello, no
sales.
-¿Pero por qué te lo contó?
-Digamos que toqué un punto sensible al
hablar con ella. No preguntes cuál.
-Veo que eres muy protector con ella.
-No soy protector, sino buen confidente.
-Ya veo… Y ella no suelta prenda.
-¿No soy el único?
-Parece que no. Y eso que mi investigación
depende en parte de lo que me diga ella. Sé que me está ocultando algo.
-Espero que sepas más que yo, al menos.
-Sí, eso espero –admitió Looker-. Pero es
confidencial.
Los ojos gris claro de Ingo se estrecharon.
-Me lo temía.
-Necesito que confíe en mí, y para ello
tengo que demostrarle que puede contarme sus secretos sin miedo a que los airee
–explicó el agente.
-Me parece bien. Pero dime una cosa… ¿Qué
relación tiene ella con el asunto de la mafia? Te acompaña, pero no es policía.
-Lo siento, no puedo decírtelo. Solo Irene
puede decidir si quiere contártelo o no.
-No ha querido contármelo.
-Entonces yo no puedo hacer nada –se excusó
Looker, levantando las manos.
-Me tocará esforzarme para que confíe en mí
–murmuró, pensativo.
-¿Tanto te interesa saber qué le pasa?
-Me importa.
Ingo miró al policía con una seriedad fuera
de lo habitual.
-Eso es muy raro en ti –puntualizó Looker.
-Cierto. Es extraño que alguien me dé
buenos motivos para que me importe lo que le ocurra.
-¿Se puede saber qué ha hecho?
El jefe del metro suspiró y dijo:
-Soportarme. Perdonarme. Y, sobre todo, ver
cosas buenas en mí.
Looker mostró una mueca de incredulidad.
-Y nunca ha puesto una cara como esa –añadió
Ingo.
-Entiendo que te importe. Aunque a ella no
la comprendo.
-Ni se te ocurra tomarla con ella –amenazó el
antipático hombre.
El policía no pudo evitar sonreír ante
semejante muestra de protección.
-Bueno, si la defiendes siempre así, no será
tan malo para Irene.
-Una cosa te puedo prometer, Looker, y es
que me aseguraré de que no le pase nada mientras esté conmigo.
El hombre moreno suspiró pesadamente. Dio
un sorbo a su café antes de decir:
-Ten mucho cuidado. Es peligroso, como dijo
Irene. Que quieras protegerla no significa que vaya a permitir que metas tus
narices en nuestros asuntos.
-Ya lo veremos –contestó Ingo, inclinándose
hacia delante.
Se observaron en completo silencio durante
un rato. Looker pensaba que aquello era una especie de duelo no verbal. Por el
contrario, Ingo estaba aprovechando la calma para estudiar en su cabeza la
mejor forma de ganarse la confianza de Irene sin echarlo todo a perder por una
frase mal dicha en el momento erróneo. La presencia del policía no lo
incomodaba en absoluto, y no lo interrumpía en sus cavilaciones.
La tranquilidad se rompió cuando apareció
la joven pelirroja, que entraba sonriente en la cafetería. Daba la impresión de
haberse hecho con la victoria de nuevo. Al ver al agente se alegró aún más,
saludándole con energía.
-Me alegra volver a verte –le dijo.
-A mí también –le respondió éste, abrazándola.
Irene se quedó impresionada ante la
inesperada muestra de cariño, pero la recibió con gran felicidad. Aún entre los
brazos del policía, vio a Ingo sentado en la mesa, mirándola con curiosidad
nada disimulada. Lo saludó moviendo los labios sin emitir sonido alguno, y él
inclinó la cabeza a modo de respuesta. Cuando Looker la soltó por fin, preguntó:
-¿Estás bien?
-Sí, perfectamente –respondió ella-. ¿Por?
-Ingo me ha dicho que te han estado
vigilando.
Irene perdió su sonrisa en una fracción de
segundo.
-Sí, es verdad. Pero él me ayudó a
esconderme.
-¿En serio?
Looker miró al jefe del metro
inquisitivamente, la incredulidad reflejada en sus ojos.
-Por supuesto –corroboró Ingo.
El policía y su compañera se acomodaron de
nuevo en los asientos.
-Sabía que estarías bien en mi ausencia.
-Bueno, he tenido el gran privilegio de
conocer a Ingo y que haya querido ayudarme –admitió ella, sonriendo inocentemente.
El alto hombre tosió, azorado, y escurrió
su mirada hacia el suelo.
-No ha sido nada –murmuró.
La joven se dirigió entonces a Looker.
-¿Qué tal ha ido el viaje?
-No muy bien, la verdad… Se nos han
escapado. Hemos estado muy cerca de ellos.
-Qué rabia…
-Sí. Hemos encontrado un almacén lleno de
droga. Había tres mafiosos, pero les hemos perdido de vista en cuestión de
segundos. Se colaron por las alcantarillas y no nos dimos cuenta hasta que fue demasiado
tarde. Le pedí a la policía local que rastrearan las cloacas y buscaran pistas,
pero creo que no va a ser fácil dar con ellos de nuevo. Ni siquiera sabemos a dónde
han podido ir. Tan solo queda esperar a que me avisen si encuentran algo…
Irene asintió, mordiéndose el labio. Como
otras veces, Ingo no pasó por alto su reacción y le preguntó con extraña
suavidad:
-¿Te encuentras bien?
Ella lo miró preocupada, pero asintió. El
hombre le retiró un mechón de su pelo rojizo mientras empezaba a hacer
conexiones en su mente a partir de la información que había recibido. Estaba
bastante convencido de que la mafia era una amenaza para la joven.
-Nadie te hará daño.
Irene hizo un esfuerzo por sonreír al
asentir con la cabeza.
A pesar de sus anteriores logros, Irene no
pudo hacerse con la victoria en el último tren del día. Estaba en el quinto vagón
y se enfrentaba a un entrenador de la misma edad que la suya. Había tenido la
mala suerte de que su enemigo poseyera un Chandelure, por lo que el equipo de
la pelirroja estaba en clara desventaja. Por supuesto, su Litwick aún era muy
pequeño y estaba sin entrenar, así que no lo había llevado al combate en el
metro.
Se enfrentó a su rival encarándolo con la
mayor dignidad posible, pero, pese a que él no manejaba a Chandelure con la excepcional
habilidad de la que sí podía presumir Ingo, perdió la batalla, como ya había
esperado. Hizo volver a la pokeball a su herido Blaziken, maldiciéndose a sí
misma. Aun con los consejos del jefe del metro en su mente, había vuelto a caer
en las trampas del elegante pokemon fantasma. Se sentía terriblemente frustrada
cuando se sentó en una de las esquinas de los asientos del vagón.
Poco después llegó otra entrenadora. Era
morena, alta y bastante guapa, y su actitud de seguridad la hacía parecer capaz
de vencer a cualquiera que se interpusiera en su camino. Todo lo contrario a
Irene en ese momento, que estaba desmoralizada. Apretó la mandíbula con rabia,
dándose cuenta de que su enfado no se debía del todo al hecho de haber perdido.
¿Y si la chica que estaba luchando en ese momento vencía y pasaba al siguiente
vagón? ¿Y si llegaba a luchar contra Ingo? Sintió un nudo en el estómago. Era
ella quien debería haber llegado a luchar contra el jefe del metro. Sentía que
lo había decepcionado, que no había llegado a cumplir lo que Ingo esperaba de
ella. Perder contra él era un privilegio, pero no ganar a alguien que estuviera
antes que él resultaba una humillación. ¿Y qué pensaría Ingo de aquella guapa
chica…? De repente sintió que estaba yendo por el mal camino. Una gran desolación
inundaba su alma. Sacudió la cabeza y se obligó a pensar en otras cosas.
Cuando el tren se detuvo, ya de vuelta en
la estación, Irene bajó la última, a paso muy lento. No tenía ganas de nada.
Caminó por el andén despacio, sumida en oscuros pensamientos. Lamentaba que
siempre que se sintiera alegre ocurriera algo que enseguida la entristeciera. Estaba
tan absorta en sus reflexiones que no oyó unos pasos de alguien corriendo tras
ella hasta que una mano tocó su hombro. Como no esperaba que quedara nadie allí,
dio un respingo. Con una mano en el pecho, se dio la vuelta.
-No pretendía asustarte –dijo Ingo,
extrañado.
-Ya… Hola.
-¿Ibas en el tren? –preguntó, señalando el
vehículo.
-Sí…
-Deduzco que te han vencido antes de llegar
a mí.
Irene no respondió. Se limitó a bajar la
cabeza, avergonzada.
-¿Qué pokemon ha sido? –quiso saber él.
-Un Chandelure…
-Entiendo. Pero no te preocupes, cuando
Litwick crezca, eso dejará de ser un problema.
-Eso espero –murmuró. Tragó saliva y se
atrevió a preguntar-: ¿Ha llegado alguien hasta ti?
-Sí. Una chica.
Irene apretó más la mano contra el pecho.
-¿Cómo era?
Alzó la mirada de nuevo. La expresión
facial del alto hombre denotaba algo de desconcierto.
-Ni… idea. Solo sé que ha perdido
enseguida. Bueno, parecía muy creída, eso sí.
-¿Y ya está?
-Sí.
Silencio.
-¿…No? –corrigió Ingo.
-Sí, sí… Sí…
-¿Por qué lo preguntas? –inquirió, confuso.
-Por nada. La vi luchar y venció y yo perdí
y…
-Era aburrida. Ni me fijé en ella. Me habría
gustado que hubieses sido tú. Nuestros combates son interesantes.
De repente, Irene se sintió mejor, como si
hubiera llevado una mochila pesada y acabara de descargarla. Ingo la acompañó
hasta la salida de la estación, donde ella se dispuso a despedirse de él.
-¿Quieres que te acompañe? –se ofreció el
jefe del metro.
-¡Oh, no hace falta! Estaré bien.
-Es bastante tarde –argumentó él.
-No te preocupes, de verdad. El Centro
Pokemon está muy cerca.
A pesar de que Ingo insistió varias veces,
la muchacha se negó a que la acompañara. Finalmente el jefe del metro desistió.
“Si fuera a cumplir mi palabra de no
vigilarla… Qué inocente es”, pensó.
Guido había recibido por la mañana un
mensaje de su jefe. Le había informado de que la policía los había descubierto
en el escondite de Nacrene y se habían visto obligados a huir. El matón informó
al capo de la situación de la chica y la creciente relación entre ella y uno de
los jefes del metro. Finalmente, Gianni Bianchi había decidido deshacerse de su
hija antes de que se aliara con alguien demasiado peligroso para ellos.
-Captúrala y tráemela. Me encargaré de
matarla de una vez –le dijo a Guido desde el otro lado del teléfono-. Pero
antes quiero que me hable de cierto tema.
La fría voz de su jefe le provocó escalofríos.
Cuando colgó, el matón se puso a hacer planes. Tras darle varias vueltas,
decidió que atacaría a la chica esa misma noche, cuando ella volviese sola al
Centro Pokemon desde la Estación Radial.
Sobre las ocho de la noche salió del hotel
para dirigirse a la estación. Llevaba varios utensilios, como una fuerte
cuerda, además de varias armas escondidas entre su ropa. Aunque en la calle hacía
frío, Guido siguió adelante sin rechistar: tenía una misión que llevar a cabo.
* * *
Looker e Ingo no habían hablado antes. Solo sabían que el otro rondaba por allí a través de las conversaciones de ambos con Irene. Es decir, que esta es la primera conversación real que tienen desde el caso del Loco :D