Irene sintió que un escalofrío le recorría
todo el cuerpo. No había oído a nadie acercarse. Apretó la pokeball en su mano
como si quisiera asegurarse de que seguía ahí.
-Me gustan las pelirrojas, aunque no sean
naturales.
Aquella voz le sonaba.
-Aunque siempre me den la espalda.
Irene se dio la vuelta rápidamente, con
decisión. La expresión de enfado, que pretendía asustar al enemigo, enseguida
se transformó en sorpresa. Allí, frente a ella, se encontraba Ingo, que la
miraba levantando una ceja inquisitivamente.
-¿Me he portado mal? O quizás soy muy feo y
por eso nunca te das la vuelta para verme…
-No. No… ¡No!
Ingo inclinó la cabeza hacia su derecha,
preguntándole con la mirada.
-No eres feo –confesó ella, sonrojándose
ligeramente-. Quiero decir, yo… Esperaba a otra persona.
-Lo sé.
Silencio.
-¿Que sabes… qué? –preguntó ella al cabo de
un minuto, confusa.
El jefe del metro se acercó a ella,
quedando a pocos centímetros de distancia. La miró fijamente desde arriba con
sus claros ojos grises.
-¿Tienes algo que hacer ahora?
-No –murmuró Irene.
-¿Te apetece venir conmigo? –le propuso con
voz suave.
-¿A dónde?
-Ya lo verás.
-No. ¿Cómo voy a fiarme de ti si no sé a
dónde voy?
Ingo miró fijamente las escaleras
secundarias que se encontraban a la derecha del andén. La joven siguió su
mirada. No había nada allí.
-Parece que se ha ido –constató él.
-Sí… ¿Eh? ¿Quién?
Irene estaba cada vez más confusa. Plantada
allí, en medio del andén vacío y frente al alto hombre, esperó una respuesta
que no llegó.
-Acompáñame –insistió él.
-¿Dónde? –preguntó ella, algo arisca.
El hombre notó la actitud defensiva de la
chica, que le complació. Una ligera sonrisa asomó en sus labios, apenas durando
un segundo.
-¿Sabes lo que es la fe?
-Sí.
-¿Por qué no pruebas a tener un poco de fe
en mí?
-No confío en nadie. Nunca –replicó Irene.
-¿Ni siquiera en alguien a quien… -meditó
bien la palabra antes de decirla-… admiras?
-No. Una cosa no incluye la otra.
-No conozco a muchas personas tan precavidas
como tú –comentó Ingo.
-Tengo motivos para serlo.
-No lo dudo.
Hubo un breve silencio.
-No puedes saber a dónde te voy a llevar si
no vienes. Como todo en esta vida, no puedes saber qué ocurrirá tras hacer algo
si no lo haces.
Irene reflexionó sobre sus últimas
palabras. No dejaba de tener razón.
-Te daré una pista: te llevaré a un sitio
donde no pueda hallarnos tu perseguidor.
-¡¿Lo conoces?!
-Shh –se llevó un dedo a los labios-. Ven
conmigo.
Se puso junto a Irene y le tendió una mano
para que ella se la cogiera, pero no lo hizo.
-Prométeme que no me harás daño.
-Podría mentirte.
Irene apretó la mandíbula, sintiéndose
insegura.
-Pero hay un cincuenta por ciento de
probabilidades de que no te haga
daño. No puedes decir lo mismo del matón. ¿Y bien…?
Movió la mano que le tenía tendida. Tras
dudar unos instantes, Irene extendió su propia mano y tomó la de Ingo. Pensó
que jamás le había cogido la mano a nadie, al menos no de una forma tan
delicada y cálida. La única vez que recordaba haberlo hecho fue cuando Looker
se la llevó de Slateport, pero estaban huyendo y resultó más bien brusco. De
repente se sintió segura. El jefe del metro comenzó a caminar, guiando
tranquilamente a la joven a través de la estación.
Looker y Smith tuvieron que caminar un rato
por un camino terroso muy transitado por los entrenadores. Algunos de ellos
quisieron incluso retarles a un combate, pero por suerte eran policías y podían
saltarse las reglas de los combates obligatorios. Además, no debían
entretenerse bajo ningún concepto porque la mafia se movía muy deprisa y debían
alcanzarla cuanto antes.
-¿Alguna vez le has dicho a alguien tu
verdadero nombre? –preguntó Matt, que tenía muchas ganas de conversar.
-No. Llevo muchos años sin pronunciarlo.
-¿Ni siquiera lo sabe tu novia?
Looker lo miró divertido.
-No tengo novia.
-¿En serio? –se sorprendió Matt-. Qué
fuerte, si tienes pinta de ser un ligón.
Rieron.
-De vez en cuando se me acerca alguna
mujer, pero no suele durar demasiado… -explicó.
-¿Y esas mujeres no se interesan por tu
nombre? –se burló él.
Looker rebuscó en el bolsillo de su
chaqueta y sacó unas tarjetas de identidad. Se las tendió a Matt, que las miró
con enorme curiosidad.
-¡Oh, ya veo! Muy listo… Con que
identidades falsas, ¿eh?
Looker volvió a reír, complacido, y pronto
Matt se unió a la risa.
-¿Y qué hay de la jovencita esa a la que
proteges?
-¿Irene? No pensarás que…
-Parece preocuparte mucho –puntualizó
Smith.
-Venga ya, Matt. No seas ridículo. Ya tengo
una edad… -contestó Looker, recuperando la seriedad-. Casi podría ser mi hija.
De hecho, de alguna forma, la veo como tal.
-No jodas.
-En serio. Su padre lleva años buscándola
para matarla. Ella nunca ha tenido una figura paterna en la que pueda confiar.
Me da pena y… trato de estar ahí si me necesita –sonrió, mirando al cielo
ensimismado, la melancolía en su rostro.
-Es decir, que tienes complejo de padre.
Looker asintió con la cabeza.
-Llevo ya un tiempo pensando que me
gustaría formar una familia. Pero no puedo. Mi trabajo consume todo mi tiempo.
Simplemente no tengo ni compañía adecuada ni valor para dejar mi puesto. Llevo
ahí toda mi vida, es demasiado tarde ya.
-Nunca es demasiado tarde.
Looker lo miró tristemente.
-No me pongas esa cara –le replicó Matt-.
Un día de estos te voy a llevar de copas para convencerte de que formes una
familia.
El policía no puedo evitar que su compañero
le sacara una sonrisa con ese comentario. Tras eso, cogió su móvil del bolsillo
de su gabardina.
-Mientras tanto, seguiré preocupado por mi
actual “familia”.
Escribió un mensaje a Irene preguntándole
si todo iba bien. Le dio a enviar y miró de nuevo al camino. Ya se atisbaba el
bosque a lo lejos.
El móvil de Irene emitió un nuevo pitido.
Esta vez supo enseguida que era para ella. Miró a su izquierda, preguntándole
con la mirada a Ingo si podía cogerlo. Él asintió levemente.
-Hoy está cultivado con los mensajitos…
-murmuró.
“¿Va todo bien?”. Looker.
-El poli –dijo de repente Ingo.
Se había acercado tanto a su hombro que
Irene se asustó y dio un respingo.
-No… mires… mis mensajes por encima de mi
hombro –le reprendió, cerrando los ojos con fuerza.
-Pues no los leas en mi presencia –fue todo
lo que respondió él.
Irene apretó los labios, enfadada. Ingo
inclinó la cabeza, su mirada inocente.
-Yo sé lo que es la fe. ¿Sabes tú lo que es
la privacidad?
-Algo que no te salvará la vida, me temo.
Aunque tú creas que sí.
Irene lo miró apesadumbrada.
-Tenemos que hablar –le dijo el jefe del
metro-. Y ayudaría que no me ocultaras ciertas cosas. Es privado, lo sé –añadió
con rapidez cuando ella quiso replicar-. Pero sabes que esto es serio. Ambos lo
sabemos.
La joven lo observó. El rostro de aquel
hombre estaba muy serio.
-Un lugar tranquilo –susurró-. Vamos. Ven
conmigo.
Volvió a cogerle la mano y reanudó la
marcha.
-Y no te enfades –añadió, dándole un ligero
apretón de confianza en la mano-. Yo también tengo muchas cosas que contarte. Y
sí, son privadas.
El bosque estaba oscuro a pesar de que
algunos rayos de sol se colaban esporádicamente entre las ramas de los árboles.
-El lugar perfecto para traficar –comentó
Smith.
Se veían dos caminos frente a ellos: uno
recto, de asfalto y directo a la salida que daba al puente Skyarrow, y otro más
largo que se abría paso entre la vegetación, dificultando el avance en
numerosas ocasiones. Probaron a investigar primero el camino más directo, pero
era demasiado transitado para que pudiera ocurrir algo fuera de lugar. Pese a
todo, hicieron preguntas a varios entrenadores que solían moverse por allí,
pero aseguraron no haber visto nada. Volvieron a la entrada y tomaron el camino
alternativo. La presencia de pokemon salvajes los retrasaría, por desgracia.
Atravesaron la maleza con cuidado, evitando hacer ruido o alertar a alguien, y
escucharon cualquier sonido que pudiera llamarles la atención. Fueron avanzando
paso a paso, algunas ramas crujiendo bajo el peso de sus cuerpos.
-¡Alto ahí! –gritó alguien a lo lejos.
Los dos agentes se detuvieron y miraron
frenéticamente a todos lados hasta que vieron a un hombre vestido de naranja
que se acercaba a ellos corriendo y esquivando obstáculos con enorme agilidad.
-¿Quién eres? –preguntó Looker-. ¡Somos
policías!
El hombre llegó frente a ellos y se detuvo
en seco. Una expresión de confusión traspasó su rostro.
-¿Polis? ¿Qué ha ocurrido?
-Dinos primero quién eres tú.
Era un joven rubio vestido con ropa
adecuada para moverse por el bosque. Looker se fijó en que llevaba una cuerda y
otros utensilios en el cinturón.
-Soy Harry, Pokemon Ranger.
-¡Un Ranger! –exclamó Smith-. Entonces
supongo que conocerás bien el bosque.
-Como la palma de mi mano –afirmó Harry,
orgulloso-. ¿Qué buscáis?
-Buscamos a tres hombres, posiblemente
italianos, que se dedican al tráfico de droga. Estuvieron en este bosque ayer
al atardecer.
El rostro de Harry se ensombreció de
repente.
-Sí. De mediana edad, morenos y
malhablados. ¿Me equivoco? Los vi ayer.
Los policías se pusieron en alerta.
-Estaban más atrás, cerca de la entrada. Es
fácil esconderse entre los árboles, pero los descubrí porque armaron mucho
jaleo y los pokemon salvajes se alborotaron. Los estuve vigilando. Estuvieron
aquí alrededor de media hora. Llegó un hombre perteneciente a un club de
macarras de Nacrene y se pusieron a hacer negocios. Los italianos le vendieron
un buen montón de droga. Luego se marcharon: el del club volvió a Nacrene, pero
los camellos se fueron por el otro lado, hacia el puente. Tardaron más de una
hora en volver sobre sus pasos hacia Nacrene. Ya era noche cerrada por
entonces. Pensé en avisar a la policía, pero no he podido hacerlo hasta ahora
porque aún tenía que vigilar el bosque. Al menos puedo asegurar que no han
aparecido hoy por aquí.
-Bien. ¿Sabes dónde viven esos macarras de
Nacrene de los que nos has hablado? –preguntó Smith.
-No, pero sí oí a los italianos decir que
tenían un almacén cerca de las antiguas vías del tren.
-Oooh, eso es una buena pista –murmuró
Looker, satisfecho.
-Me temo que no sé nada más –se disculpó
Harry.
-No te preocupes, nos has ayudado mucho.
Gracias.
-Y no olvides avisarnos si descubres algo
nuevo –le recordó Smith.
Volvieron sobre sus pasos con toda la
rapidez que pudieron alcanzar. Su próximo destino eran los almacenes.
Cuando hubieron pasado una puerta de acero,
Ingo la cerró con llave. Estaban en un pasillo oscuro, iluminado solamente por
una lámpara de gas que el hombre llevaba consigo.
-No sabía que aún quedaban lámparas de
éstas –comentó Irene.
Ingo rio por lo bajo.
-En realidad lleva una bombilla dentro
–explicó-. ¿Pero a que da el pego?
Irene sonrió. Siempre había un detalle de
él que la sorprendía. Recorrieron el pasillo y bajaron unas cortas escaleras de
cemento. Frente a ellos aparecieron las vías del metro.
-Un lugar tranquilo y silencioso, a pesar
de los trenes que pasan de vez en cuando –constató.
-¿No es peligroso caminar por aquí?
-No. Vengo aquí a menudo y, como ves, sigo
vivo, para desgracia de todos.
Irene perdió la sonrisa tras el último
comentario. Sintió un fuerte deseo de cogerle la mano de nuevo, pero tuvo miedo
de que él se enfadara.
-Me gusta este sitio por el silencio; tan
valioso y tan difícil de conseguir…
Clavó su mirada en ella durante unos
segundos antes de ponerse a andar, tomando el camino de la derecha. Irene lo
siguió sin preguntar nada, esperando a que fuera él quien hablara. Tal y como
pensó, el hombre se lo tomó con tranquilidad, caminando en silencio durante
unos minutos. Tras ese tiempo, él dijo:
-Ya estamos solos.
-Llevamos solos un tiempo.
-Pero yo también soy precavido. Además,
necesitaba ordenar mis ideas.
Hizo una breve pausa. La miró a la cara.
-¿Quién eres, Irene?
Ella meditó bien su respuesta. Era
consciente de que aquel hombre sabía a la perfección cómo ser directo y hacer
preguntas que fueran al grano.
-Soy una entrenadora.
Ingo suspiró.
-Además de eso.
-¿Qué quieres que sea?
-Eso me lo tienes que decir tú. Viajas con
un policía y te vigila un matón.
La joven se detuvo con brusquedad.
-¿Cómo sabes eso? –preguntó, poniéndose a
la defensiva.
-Para tu información, tengo ojos.
Irene dio un paso atrás inconscientemente.
El jefe del metro la miró extrañado.
-No pensé que te sentaría tan mal que te
observara.
-¿Por qué lo haces?
Ingo miró al techo de reojo antes de
responder.
-Porque yo también he tenido problemas con
el matón.
La chica tragó saliva al oír la última
palabra.
-Miento –rectificó-. Él tuvo problemas
conmigo. El caso es que lo conozco de antes.
-El policía que me acompaña me lo comentó.
Ingo permaneció en silencio, pensativo.
-Curioso. Parece que las noticias vuelan,
pero él aún no ha venido a hablar conmigo.
-¿Tiene que hablar contigo? –se extrañó
ella.
-No lo sé. Es lo que suelen hacer los policías,
¿no? Interrogan a la gente que sabe algo.
Irene no contestó, limitándose a
reflexionar. De un día para otro, había pasado de estar frente a un simple entrenador
poderoso a hablar con una persona que podía intuir la verdad que ella ocultaba.
Conocía al matón y sabía que ella viajaba con un policía. ¿Qué más sabía ese
hombre…?
Ingo trató de acercarse a ella, pero la
joven retrocedió, asustada.
-No te voy a hacer nada –trató de calmarla,
su voz suave.
La chica no pareció muy convencida y
permaneció a varios pasos de distancia.
-Ayer nos llevábamos bien, ¿recuerdas?
–continuó.
Ella asintió, aún dudosa.
-¿Cómo… -su voz le tembló-… cómo has sabido
que el mensaje era del policía?
El jefe del metro estudió bien su
respuesta. No quería asustar más a la muchacha. Su intención desde el principio
había sido conocerla mejor, no alejarla de él.
-Conocí a Looker hace unos meses. Un caso
nos unió. ¿No te lo ha contado?
Por la cara que puso Irene, dedujo que ella
no tenía ni idea.
-Resumiendo, había un chico loco que quería
matarme. Looker vino aquí para investigarlo y detenerlo.
-Y te ayudó, ¿no?
Ingo miró a la pared haciendo un gesto
raro.
-En realidad lo ayudé yo a él.
Irene no pudo reprimir una pequeña sonrisa,
pese a que seguía algo asustada.
-Has dicho que alguien te quería matar…
-Sí.
-¿Por qué?
Ingo negó con la cabeza.
-No lo sé. Era un asesino en serie.
Igualmente no me extraña que alguien quiera matarme.
La joven lo miró desolada. Le partía el
corazón oír esas palabras tan duras. ¿Por qué se odiaba tanto? Permaneció de
pie, paralizada tras escuchar esa explicación. Ingo aprovechó para seguir
hablando y alejar el tema.
-Luego llegaron los mafiosos que intentaron
hacer negocios con nosotros. Nos opusimos y todo fue bien, pero entonces
aparecisteis Looker y tú. Cuando vi que el matón os vigilaba en plena estación
adiviné que investigabais a la mafia, pero no dije nada a nadie. No quería
llamar la atención, pero no he dejado de observaros.
La miró fijamente a los ojos. Irene le
sostuvo la mirada, por difícil que le supusiera al notar cómo la atravesaba.
-Pero tú no me cuadras en la historia. No
eres policía.
-No.
-Dime quién eres.
-No necesitas saberlo –respondió ella con
decisión.
-Qué difícil eres –comentó, entornando sus
ojos grises.
Irene estuvo tentada de responderle algo
similar, pero se calló y se limitó a cruzar los brazos en actitud defensiva.
-Vale… ¿Me sujetas la lámpara un momento?
Ella accedió. Cuando la tomó en sus manos,
Ingo metió la suya en el bolsillo del abrigo de la joven, con gran rapidez.
-¡Mi móvil! –gritó ella.
Intentó quitárselo, pero el hombre era
demasiado alto y no alcanzaba sus manos, que estaban en alto, trasteando con el
móvil.
-Te lo devolveré pronto, no te preocupes
–murmuró ensimismado.
-¡Claro que me preocupo!
Para su desgracia, no pudo hacer más que
esperar a que el jefe del metro terminara y se lo devolviera.
-Eso es abuso de poder –se quejó mientras
tanto.
-Y de altura –añadió él.
-¿Y lo dices tan tranquilo?
-Sí.
Hubo un silencio tan solo interrumpido por
el sonido de las teclas del móvil al ser pulsadas.
-Tienes una agenda de teléfonos muy extensa
–ironizó él.
Irene miró al suelo, dolorida y avergonzada
por ese comentario. Sintió una fuerte confusión: aunque Ingo le caía bien,
hacía comentarios que podían afectarle mucho. Él la miró de reojo, sin que ella
se diera cuenta, y percibió el estado de ánimo de la joven. Dedujo que se había
pasado con sus palabras, pero simplemente siguió investigando el móvil.
Para alivio de Irene, se lo devolvió poco
después. Lo guardó apresuradamente en el bolsillo del pantalón, al que era más
difícil de acceder.
-Sigamos andando –dijo él.
Ella lo siguió enfurruñada y no hablaron en
un buen rato. Cuando llegaron a una bifurcación comprobaron que todo estaba en
orden y se dieron la vuelta para volver al principio. Tras varios pasos, ella
se atrevió a decir:
-¿Por qué cuando te enfrentaste a mí no
tomaste una táctica defensiva? Dicen que sueles hacer eso para poner a prueba a
tus contrincantes.
Ingo la miró de reojo, perplejo. Ella
seguía detrás de él y le sorprendió que le preguntara algo; estaba convencido
de que ella no volvería a hablarle.
-No necesitaba ponerte a prueba.
-¿Por qué?
-¿Una entrenadora que gana veinte batallas
seguidas en un mismo día? Es obvio que eres fuerte.
-Entonces, si hiciste una excepción
conmigo, quiere decir que… -no supo cómo terminar la frase.
-Que eres excepcional –concluyó Ingo.
Hubo tal silencio que el jefe del metro
tuvo que mirar tras sí, temiendo que Irene se hubiera muerto o algo. La
encontró muy sonrojada y tan absorta en sus pensamientos que no vio a Ingo
detenerse y se chocó contra él.
-¡Lo siento!
-Ahora mismo podrías iluminar el túnel con
una preciosa luz roja –bromeó él.
Irene se llevó las manos a las mejillas.
-A juego con tu pelo –añadió.
La joven se mordió el labio. A Ingo le
divirtió mucho verla tan avergonzada. Definitivamente quería volver a verla.