Bienvenidos al infierno de las tazas

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domingo, 27 de mayo de 2012

Capítulo 7: Extremando precauciones (parte 2)


Irene sintió que un escalofrío le recorría todo el cuerpo. No había oído a nadie acercarse. Apretó la pokeball en su mano como si quisiera asegurarse de que seguía ahí.
-Me gustan las pelirrojas, aunque no sean naturales.
Aquella voz le sonaba.
-Aunque siempre me den la espalda.
Irene se dio la vuelta rápidamente, con decisión. La expresión de enfado, que pretendía asustar al enemigo, enseguida se transformó en sorpresa. Allí, frente a ella, se encontraba Ingo, que la miraba levantando una ceja inquisitivamente.
-¿Me he portado mal? O quizás soy muy feo y por eso nunca te das la vuelta para verme…
-No. No… ¡No!
Ingo inclinó la cabeza hacia su derecha, preguntándole con la mirada.
-No eres feo –confesó ella, sonrojándose ligeramente-. Quiero decir, yo… Esperaba a otra persona.
-Lo sé.
Silencio.
-¿Que sabes… qué? –preguntó ella al cabo de un minuto, confusa.
El jefe del metro se acercó a ella, quedando a pocos centímetros de distancia. La miró fijamente desde arriba con sus claros ojos grises.
-¿Tienes algo que hacer ahora?
-No –murmuró Irene.
-¿Te apetece venir conmigo? –le propuso con voz suave.
-¿A dónde?
-Ya lo verás.
-No. ¿Cómo voy a fiarme de ti si no sé a dónde voy?
Ingo miró fijamente las escaleras secundarias que se encontraban a la derecha del andén. La joven siguió su mirada. No había nada allí.
-Parece que se ha ido –constató él.
-Sí… ¿Eh? ¿Quién?
Irene estaba cada vez más confusa. Plantada allí, en medio del andén vacío y frente al alto hombre, esperó una respuesta que no llegó.
-Acompáñame –insistió él.
-¿Dónde? –preguntó ella, algo arisca.
El hombre notó la actitud defensiva de la chica, que le complació. Una ligera sonrisa asomó en sus labios, apenas durando un segundo.
-¿Sabes lo que es la fe?
-Sí.
-¿Por qué no pruebas a tener un poco de fe en mí?
-No confío en nadie. Nunca –replicó Irene.
-¿Ni siquiera en alguien a quien… -meditó bien la palabra antes de decirla-… admiras?
-No. Una cosa no incluye la otra.
-No conozco a muchas personas tan precavidas como tú –comentó Ingo.
-Tengo motivos para serlo.
-No lo dudo.
Hubo un breve silencio.
-No puedes saber a dónde te voy a llevar si no vienes. Como todo en esta vida, no puedes saber qué ocurrirá tras hacer algo si no lo haces.
Irene reflexionó sobre sus últimas palabras. No dejaba de tener razón.
-Te daré una pista: te llevaré a un sitio donde no pueda hallarnos tu perseguidor.
-¡¿Lo conoces?!
-Shh –se llevó un dedo a los labios-. Ven conmigo.
Se puso junto a Irene y le tendió una mano para que ella se la cogiera, pero no lo hizo.
-Prométeme que no me harás daño.
-Podría mentirte.
Irene apretó la mandíbula, sintiéndose insegura.
-Pero hay un cincuenta por ciento de probabilidades de que no te haga daño. No puedes decir lo mismo del matón. ¿Y bien…?
Movió la mano que le tenía tendida. Tras dudar unos instantes, Irene extendió su propia mano y tomó la de Ingo. Pensó que jamás le había cogido la mano a nadie, al menos no de una forma tan delicada y cálida. La única vez que recordaba haberlo hecho fue cuando Looker se la llevó de Slateport, pero estaban huyendo y resultó más bien brusco. De repente se sintió segura. El jefe del metro comenzó a caminar, guiando tranquilamente a la joven a través de la estación.

Looker y Smith tuvieron que caminar un rato por un camino terroso muy transitado por los entrenadores. Algunos de ellos quisieron incluso retarles a un combate, pero por suerte eran policías y podían saltarse las reglas de los combates obligatorios. Además, no debían entretenerse bajo ningún concepto porque la mafia se movía muy deprisa y debían alcanzarla cuanto antes.
-¿Alguna vez le has dicho a alguien tu verdadero nombre? –preguntó Matt, que tenía muchas ganas de conversar.
-No. Llevo muchos años sin pronunciarlo.
-¿Ni siquiera lo sabe tu novia?
Looker lo miró divertido.
-No tengo novia.
-¿En serio? –se sorprendió Matt-. Qué fuerte, si tienes pinta de ser un ligón.
Rieron.
-De vez en cuando se me acerca alguna mujer, pero no suele durar demasiado… -explicó.
-¿Y esas mujeres no se interesan por tu nombre? –se burló él.
Looker rebuscó en el bolsillo de su chaqueta y sacó unas tarjetas de identidad. Se las tendió a Matt, que las miró con enorme curiosidad.
-¡Oh, ya veo! Muy listo… Con que identidades falsas, ¿eh?
Looker volvió a reír, complacido, y pronto Matt se unió a la risa.
-¿Y qué hay de la jovencita esa a la que proteges?
-¿Irene? No pensarás que…
-Parece preocuparte mucho –puntualizó Smith.
-Venga ya, Matt. No seas ridículo. Ya tengo una edad… -contestó Looker, recuperando la seriedad-. Casi podría ser mi hija. De hecho, de alguna forma, la veo como tal.
-No jodas.
-En serio. Su padre lleva años buscándola para matarla. Ella nunca ha tenido una figura paterna en la que pueda confiar. Me da pena y… trato de estar ahí si me necesita –sonrió, mirando al cielo ensimismado, la melancolía en su rostro.
-Es decir, que tienes complejo de padre.
Looker asintió con la cabeza.
-Llevo ya un tiempo pensando que me gustaría formar una familia. Pero no puedo. Mi trabajo consume todo mi tiempo. Simplemente no tengo ni compañía adecuada ni valor para dejar mi puesto. Llevo ahí toda mi vida, es demasiado tarde ya.
-Nunca es demasiado tarde.
Looker lo miró tristemente.
-No me pongas esa cara –le replicó Matt-. Un día de estos te voy a llevar de copas para convencerte de que formes una familia.
El policía no puedo evitar que su compañero le sacara una sonrisa con ese comentario. Tras eso, cogió su móvil del bolsillo de su gabardina.
-Mientras tanto, seguiré preocupado por mi actual “familia”.
Escribió un mensaje a Irene preguntándole si todo iba bien. Le dio a enviar y miró de nuevo al camino. Ya se atisbaba el bosque a lo lejos.

El móvil de Irene emitió un nuevo pitido. Esta vez supo enseguida que era para ella. Miró a su izquierda, preguntándole con la mirada a Ingo si podía cogerlo. Él asintió levemente.
-Hoy está cultivado con los mensajitos… -murmuró.
“¿Va todo bien?”. Looker.
-El poli –dijo de repente Ingo.
Se había acercado tanto a su hombro que Irene se asustó y dio un respingo.
-No… mires… mis mensajes por encima de mi hombro –le reprendió, cerrando los ojos con fuerza.
-Pues no los leas en mi presencia –fue todo lo que respondió él.
Irene apretó los labios, enfadada. Ingo inclinó la cabeza, su mirada inocente.
-Yo sé lo que es la fe. ¿Sabes tú lo que es la privacidad?
-Algo que no te salvará la vida, me temo. Aunque tú creas que sí.
Irene lo miró apesadumbrada.
-Tenemos que hablar –le dijo el jefe del metro-. Y ayudaría que no me ocultaras ciertas cosas. Es privado, lo sé –añadió con rapidez cuando ella quiso replicar-. Pero sabes que esto es serio. Ambos lo sabemos.
La joven lo observó. El rostro de aquel hombre estaba muy serio.
-Un lugar tranquilo –susurró-. Vamos. Ven conmigo.
Volvió a cogerle la mano y reanudó la marcha.
-Y no te enfades –añadió, dándole un ligero apretón de confianza en la mano-. Yo también tengo muchas cosas que contarte. Y sí, son privadas.

El bosque estaba oscuro a pesar de que algunos rayos de sol se colaban esporádicamente entre las ramas de los árboles.
-El lugar perfecto para traficar –comentó Smith.
Se veían dos caminos frente a ellos: uno recto, de asfalto y directo a la salida que daba al puente Skyarrow, y otro más largo que se abría paso entre la vegetación, dificultando el avance en numerosas ocasiones. Probaron a investigar primero el camino más directo, pero era demasiado transitado para que pudiera ocurrir algo fuera de lugar. Pese a todo, hicieron preguntas a varios entrenadores que solían moverse por allí, pero aseguraron no haber visto nada. Volvieron a la entrada y tomaron el camino alternativo. La presencia de pokemon salvajes los retrasaría, por desgracia. Atravesaron la maleza con cuidado, evitando hacer ruido o alertar a alguien, y escucharon cualquier sonido que pudiera llamarles la atención. Fueron avanzando paso a paso, algunas ramas crujiendo bajo el peso de sus cuerpos.
-¡Alto ahí! –gritó alguien a lo lejos.
Los dos agentes se detuvieron y miraron frenéticamente a todos lados hasta que vieron a un hombre vestido de naranja que se acercaba a ellos corriendo y esquivando obstáculos con enorme agilidad.
-¿Quién eres? –preguntó Looker-. ¡Somos policías!
El hombre llegó frente a ellos y se detuvo en seco. Una expresión de confusión traspasó su rostro.
-¿Polis? ¿Qué ha ocurrido?
-Dinos primero quién eres tú.
Era un joven rubio vestido con ropa adecuada para moverse por el bosque. Looker se fijó en que llevaba una cuerda y otros utensilios en el cinturón.
-Soy Harry, Pokemon Ranger.
-¡Un Ranger! –exclamó Smith-. Entonces supongo que conocerás bien el bosque.
-Como la palma de mi mano –afirmó Harry, orgulloso-. ¿Qué buscáis?
-Buscamos a tres hombres, posiblemente italianos, que se dedican al tráfico de droga. Estuvieron en este bosque ayer al atardecer.
El rostro de Harry se ensombreció de repente.
-Sí. De mediana edad, morenos y malhablados. ¿Me equivoco? Los vi ayer.
Los policías se pusieron en alerta.
-Estaban más atrás, cerca de la entrada. Es fácil esconderse entre los árboles, pero los descubrí porque armaron mucho jaleo y los pokemon salvajes se alborotaron. Los estuve vigilando. Estuvieron aquí alrededor de media hora. Llegó un hombre perteneciente a un club de macarras de Nacrene y se pusieron a hacer negocios. Los italianos le vendieron un buen montón de droga. Luego se marcharon: el del club volvió a Nacrene, pero los camellos se fueron por el otro lado, hacia el puente. Tardaron más de una hora en volver sobre sus pasos hacia Nacrene. Ya era noche cerrada por entonces. Pensé en avisar a la policía, pero no he podido hacerlo hasta ahora porque aún tenía que vigilar el bosque. Al menos puedo asegurar que no han aparecido hoy por aquí.
-Bien. ¿Sabes dónde viven esos macarras de Nacrene de los que nos has hablado? –preguntó Smith.
-No, pero sí oí a los italianos decir que tenían un almacén cerca de las antiguas vías del tren.
-Oooh, eso es una buena pista –murmuró Looker, satisfecho.
-Me temo que no sé nada más –se disculpó Harry.
-No te preocupes, nos has ayudado mucho. Gracias.
-Y no olvides avisarnos si descubres algo nuevo –le recordó Smith.
Volvieron sobre sus pasos con toda la rapidez que pudieron alcanzar. Su próximo destino eran los almacenes.

Cuando hubieron pasado una puerta de acero, Ingo la cerró con llave. Estaban en un pasillo oscuro, iluminado solamente por una lámpara de gas que el hombre llevaba consigo.
-No sabía que aún quedaban lámparas de éstas –comentó Irene.
Ingo rio por lo bajo.
-En realidad lleva una bombilla dentro –explicó-. ¿Pero a que da el pego?
Irene sonrió. Siempre había un detalle de él que la sorprendía. Recorrieron el pasillo y bajaron unas cortas escaleras de cemento. Frente a ellos aparecieron las vías del metro.
-Un lugar tranquilo y silencioso, a pesar de los trenes que pasan de vez en cuando –constató.
-¿No es peligroso caminar por aquí?
-No. Vengo aquí a menudo y, como ves, sigo vivo, para desgracia de todos.
Irene perdió la sonrisa tras el último comentario. Sintió un fuerte deseo de cogerle la mano de nuevo, pero tuvo miedo de que él se enfadara.
-Me gusta este sitio por el silencio; tan valioso y tan difícil de conseguir…
Clavó su mirada en ella durante unos segundos antes de ponerse a andar, tomando el camino de la derecha. Irene lo siguió sin preguntar nada, esperando a que fuera él quien hablara. Tal y como pensó, el hombre se lo tomó con tranquilidad, caminando en silencio durante unos minutos. Tras ese tiempo, él dijo:
-Ya estamos solos.
-Llevamos solos un tiempo.
-Pero yo también soy precavido. Además, necesitaba ordenar mis ideas.
Hizo una breve pausa. La miró a la cara.
-¿Quién eres, Irene?
Ella meditó bien su respuesta. Era consciente de que aquel hombre sabía a la perfección cómo ser directo y hacer preguntas que fueran al grano.
-Soy una entrenadora.
Ingo suspiró.
-Además de eso.
-¿Qué quieres que sea?
-Eso me lo tienes que decir tú. Viajas con un policía y te vigila un matón.
La joven se detuvo con brusquedad.
-¿Cómo sabes eso? –preguntó, poniéndose a la defensiva.
-Para tu información, tengo ojos.
Irene dio un paso atrás inconscientemente. El jefe del metro la miró extrañado.
-No pensé que te sentaría tan mal que te observara.
-¿Por qué lo haces?
Ingo miró al techo de reojo antes de responder.
-Porque yo también he tenido problemas con el matón.
La chica tragó saliva al oír la última palabra.
-Miento –rectificó-. Él tuvo problemas conmigo. El caso es que lo conozco de antes.
-El policía que me acompaña me lo comentó.
Ingo permaneció en silencio, pensativo.
-Curioso. Parece que las noticias vuelan, pero él aún no ha venido a hablar conmigo.
-¿Tiene que hablar contigo? –se extrañó ella.
-No lo sé. Es lo que suelen hacer los policías, ¿no? Interrogan a la gente que sabe algo.
Irene no contestó, limitándose a reflexionar. De un día para otro, había pasado de estar frente a un simple entrenador poderoso a hablar con una persona que podía intuir la verdad que ella ocultaba. Conocía al matón y sabía que ella viajaba con un policía. ¿Qué más sabía ese hombre…?
Ingo trató de acercarse a ella, pero la joven retrocedió, asustada.
-No te voy a hacer nada –trató de calmarla, su voz suave.
La chica no pareció muy convencida y permaneció a varios pasos de distancia.
-Ayer nos llevábamos bien, ¿recuerdas? –continuó.
Ella asintió, aún dudosa.
-¿Cómo… -su voz le tembló-… cómo has sabido que el mensaje era del policía?
El jefe del metro estudió bien su respuesta. No quería asustar más a la muchacha. Su intención desde el principio había sido conocerla mejor, no alejarla de él.
-Conocí a Looker hace unos meses. Un caso nos unió. ¿No te lo ha contado?
Por la cara que puso Irene, dedujo que ella no tenía ni idea.
-Resumiendo, había un chico loco que quería matarme. Looker vino aquí para investigarlo y detenerlo.
-Y te ayudó, ¿no?
Ingo miró a la pared haciendo un gesto raro.
-En realidad lo ayudé yo a él.
Irene no pudo reprimir una pequeña sonrisa, pese a que seguía algo asustada.
-Has dicho que alguien te quería matar…
-Sí.
-¿Por qué?
Ingo negó con la cabeza.
-No lo sé. Era un asesino en serie. Igualmente no me extraña que alguien quiera matarme.
La joven lo miró desolada. Le partía el corazón oír esas palabras tan duras. ¿Por qué se odiaba tanto? Permaneció de pie, paralizada tras escuchar esa explicación. Ingo aprovechó para seguir hablando y alejar el tema.
-Luego llegaron los mafiosos que intentaron hacer negocios con nosotros. Nos opusimos y todo fue bien, pero entonces aparecisteis Looker y tú. Cuando vi que el matón os vigilaba en plena estación adiviné que investigabais a la mafia, pero no dije nada a nadie. No quería llamar la atención, pero no he dejado de observaros.
La miró fijamente a los ojos. Irene le sostuvo la mirada, por difícil que le supusiera al notar cómo la atravesaba.
-Pero tú no me cuadras en la historia. No eres policía.
-No.
-Dime quién eres.
-No necesitas saberlo –respondió ella con decisión.
-Qué difícil eres –comentó, entornando sus ojos grises.
Irene estuvo tentada de responderle algo similar, pero se calló y se limitó a cruzar los brazos en actitud defensiva.
-Vale… ¿Me sujetas la lámpara un momento?
Ella accedió. Cuando la tomó en sus manos, Ingo metió la suya en el bolsillo del abrigo de la joven, con gran rapidez.
-¡Mi móvil! –gritó ella.
Intentó quitárselo, pero el hombre era demasiado alto y no alcanzaba sus manos, que estaban en alto, trasteando con el móvil.
-Te lo devolveré pronto, no te preocupes –murmuró ensimismado.
-¡Claro que me preocupo!
Para su desgracia, no pudo hacer más que esperar a que el jefe del metro terminara y se lo devolviera.
-Eso es abuso de poder –se quejó mientras tanto.
-Y de altura –añadió él.
-¿Y lo dices tan tranquilo?
-Sí.
Hubo un silencio tan solo interrumpido por el sonido de las teclas del móvil al ser pulsadas.
-Tienes una agenda de teléfonos muy extensa –ironizó él.
Irene miró al suelo, dolorida y avergonzada por ese comentario. Sintió una fuerte confusión: aunque Ingo le caía bien, hacía comentarios que podían afectarle mucho. Él la miró de reojo, sin que ella se diera cuenta, y percibió el estado de ánimo de la joven. Dedujo que se había pasado con sus palabras, pero simplemente siguió investigando el móvil.
Para alivio de Irene, se lo devolvió poco después. Lo guardó apresuradamente en el bolsillo del pantalón, al que era más difícil de acceder.
-Sigamos andando –dijo él.
Ella lo siguió enfurruñada y no hablaron en un buen rato. Cuando llegaron a una bifurcación comprobaron que todo estaba en orden y se dieron la vuelta para volver al principio. Tras varios pasos, ella se atrevió a decir:
-¿Por qué cuando te enfrentaste a mí no tomaste una táctica defensiva? Dicen que sueles hacer eso para poner a prueba a tus contrincantes.
Ingo la miró de reojo, perplejo. Ella seguía detrás de él y le sorprendió que le preguntara algo; estaba convencido de que ella no volvería a hablarle.
-No necesitaba ponerte a prueba.
-¿Por qué?
-¿Una entrenadora que gana veinte batallas seguidas en un mismo día? Es obvio que eres fuerte.
-Entonces, si hiciste una excepción conmigo, quiere decir que… -no supo cómo terminar la frase.
-Que eres excepcional –concluyó Ingo.
Hubo tal silencio que el jefe del metro tuvo que mirar tras sí, temiendo que Irene se hubiera muerto o algo. La encontró muy sonrojada y tan absorta en sus pensamientos que no vio a Ingo detenerse y se chocó contra él.
-¡Lo siento!
-Ahora mismo podrías iluminar el túnel con una preciosa luz roja –bromeó él.
Irene se llevó las manos a las mejillas.
-A juego con tu pelo –añadió.
La joven se mordió el labio. A Ingo le divirtió mucho verla tan avergonzada. Definitivamente quería volver a verla.

miércoles, 23 de mayo de 2012

Proyecto que espero cumplir y guste

Victoria se había criado entre máquinas. Su primer recuerdo procedía de cuando ella tan solo tenía dos años de edad y Neil, que la había cogido de su diminuta mano, la había guiado con enorme cuidado entre cables y engranajes. Era la primera vez en su vida que veía el motor de una nave, pero fue suficiente para que la cegadora luz blanca del núcleo del motor la cautivara. Desde aquel mismo instante, Vic (como la habían conocido siempre allí) insistió hasta la saciedad en que Neil la enseñara a manejar y reparar naves enteras.

No es lo que parece, solo es el principio.

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jueves, 17 de mayo de 2012

Capítulo 7: extremando precauciones (parte 1)


Aquella noche, a pesar de que estaba bastante cansada tras haber pasado el día entero combatiendo, Irene volvió a dormir mal. Empezaba a notar ya cómo el estrés de verse siempre bajo vigilancia y la fatiga de la constante huida se acumulaban en su cuerpo. Lo peor era la incertidumbre de no saber si podría tomarse un descanso pronto o si seguiría cargando con todo ello hasta colapsar. ¿Y si un día necesitaba echar a correr pero se desmayaba y la capturaban? Al pensarlo, un nudo se formó en su estómago y se envolvió más entre las sábanas. Debían de ser más de las dos de la madrugada y aún no había pegado ojo. “Piensa en algo agradable, o volverás a tener pesadillas”.

Se despertó unas horas después, alterada y empapada en sudor. Tardó unos segundos en ser consciente de que solo había sido otro mal sueño. Unas lágrimas recorrieron su rostro, despejándola un poco. Siempre soñaba lo mismo: estaba en un callejón sin salida, a oscuras. No podía volver atrás porque su padre, armado con un hacha, le cortaba el paso. “Seguirás los pasos de tu querida mamá muy pronto…”, le decía, con una macabra sonrisa. Justo entonces se despertaba.
Miró por la ventana de su pequeña habitación. El cielo empezaba a aclararse por el horizonte. Aunque no había nubes, la ventana estaba fría al tacto. Quizás no nevara, pero sin duda haría frío ese día. “Definitivamente necesito un abrigo”. Escuchó atentamente, pero no oyó ningún ruido. Aún era pronto y la mayoría del mundo seguía durmiendo, a pesar de que había algunas luces en los edificios que se veían a lo lejos. Decidió darse una ducha y después daría una vuelta por el Centro Pokemon hasta la hora de desayunar.
Tomar un café caliente recién hecho y un croissant ayudó considerablemente en la tarea de que Irene olvidara la mala noche que había pasado. Imaginó que Looker tardaría aún un rato en bajar a la cafetería, por lo que se entretuvo hojeando la revista de los entrenadores. Releyó con gran atención la página dedicada a los jefes del Metro Batalla. Por lo que decía allí, por regla general utilizaban tácticas defensivas en sus primeros combates. Así, podían examinar bien a sus rivales y poner a prueba sus habilidades antes de enfrentarse a ellos en una batalla definitiva. Si aquello era cierto, entonces ella había sido una excepción. ¿Por qué Ingo la había tratado de una forma diferente? Pensó en preguntárselo si volvía a verlo y si su timidez se lo permitía.
Looker apareció por allí más pronto de lo habitual. Había un gesto de determinación en su rostro.
-Buenos días –lo saludó.
-Buenos días –contestó él-. Tengo que darte una noticia.
-¿Buena o mala?
-¡Buena! Hemos conseguido averiguar hacia dónde se moverá la mafia en esta región. Hoy estarán en el sur, así que intentaremos descubrir exactamente dónde se esconden allí y qué piensan hacer. Si tenemos suerte podríamos detenerlos. Eso significa que estaré ausente todo el día.
-¿Qué estarás? ¿Y yo?
-No, tú no. Preferiría que te quedaras aquí. Estarás más segura.
-¿A solas, en una ciudad gigante y sabiendo que alguien nos vigila? Lo dudo –repicó ella.
-¿Conmigo, en una redada contra la mafia que te busca? Prefiero dejarte aquí. Sé que ningún lugar es del todo seguro, pero aun así creo que Nimbasa es mejor para ti en cuestión de protección.
Irene bajó la cabeza, enfurruñada.
-Igualmente tienes a tus pokemon y ya te las has apañado antes sin ayuda. Confío en que no te ocurrirá nada malo por un día que estés sola –alegó él.
-Pero no podré salir del Centro Pokemon –se quejó ella.
Looker se inclinó hacia delante y le habló con voz más baja de lo habitual.
-Puedes ir a darle una paliza al Ingo ese…
Irene lo miró con los ojos muy abiertos.
-Si no me ha hecho nada malo. ¿Es que te cae mal?
El policía se quedó sorprendido, su mirada fija en ella. Entonces, al entender lo que había dicho, se llevó las manos a la cara.
-¡Me refería a que lo retaras a un combate pokemon como revancha!
-¡Ah, eso! –exclamó Irene, riendo-. Pero aún es pronto…
Looker le puso una mano en la cabeza, alborotándole el pelo.
-Haz lo que quieras, pero en el metro estarás segura, recuérdalo.
La joven asintió, aunque aún estaba de morros. Supuso que, al fin y al cabo, el policía tenía razón, pero temía que pese a todo la vigilaran o incluso atacaran.

Irene había acompañado a Looker a la estación. El tren era el medio de transporte más rápido para llegar al sur de la región. Una vez en el andén, el agente le recordó que tuviera cuidado.
-Sí, señor policía –se burló ella.
A Looker le dieron ganas de estamparle el maletín en la cabeza.
-No puedo saber con certeza cuándo volveré, así que te iré informando. Te mandaré mensajes o algo. Tienes mi número, ¿verdad?
Irene asintió. No le dijo que el suyo era el único número que tenía registrado en el móvil.
-Ten cuidado tú también. No sobran policías interesados en mi caso –dijo ella.
-Non ti preoccupare. Todo irá bien –sonrió él, tratando de tranquilizarla.
Irene no pudo evitar sonreír también. Apreciaba que Looker le hubiera dicho algo en su idioma natal. Finalmente el policía montón en el tren, que dos minutos después se puso en marcha. La joven observó cómo el transporte se alejaba por el túnel. Se quedó de pie en medio del andén, en silencio, pensando en qué podría hacer durante todo el día. Si no era capaz de pensar en algo así, ¿cómo pretendía tener una vida normal? Aunque la rutina la ayudaría entonces, supuso. En el fondo, lo que le había propuesto Looker era la opción más sensata. Sin prisa, se dirigió al andén del tren de combates individuales, dispuesta a retomar el reto.
Todo fue sobre ruedas aquella mañana. La joven entrenadora le había cogido el truco enseguida a los pokemon más comunes de Unova. Así, vencer los siete combates seguidos le había resultado muy sencillo. Por supuesto, volvió a bajarle la moral a los críos que había vencido, así que como compensación les enseñó algunos pequeños trucos de combate. La gratitud de los niños le hizo sentir muy bien, y descendió del tren ensimismada.
Fue a la cafetería y guardó cola para comprar un café. Era media mañana y empezaba a tener hambre, pero aún quedaba un rato hasta la hora de comer. Se dispuso a comprar un pequeño aperitivo, pero dudaba entre tomar un tentempié ligero o algo más complejo. Dejó que las personas tras ella fueran comprando mientras se decidía.
-La pizza está muy rica, y llena lo suficiente hasta la hora de comer –le dijo alguien a su lado.
Irene miró a la persona que la había aconsejado y se quedó con la boca abierta. Allí, frente a ella, estaba Emmet, que no dejaba de sonreírle.
-En serio, es la especialidad de la casa –añadió el jefe del metro al ver que la muchacha no contestaba.
-La… La probaré, sí. Tiene… buena pinta –balbuceó Irene-. Gracias –añadió con brusquedad.
Emmet sonrió complacido.
-No tengas vergüenza. Y no hay de que –contestó alegremente.
Le dio una suave palmadita en la espalda, que le aportó seguridad. Aún sonrojada, Irene pidió lo que quería y pagó. Pronunció un tímido “hasta luego” cuando Emmet se despidió de ella, maldiciendo ser tan vergonzosa delante de gente importante.
Oyó un pitido que provenía de algún lugar cercano a ella. No le dio mayor importancia hasta que, un minuto después, cayó en la cuenta de que era su propio móvil el que había emitido el sonido. Tenía un mensaje nuevo. Pensó que era normal no haberse dado cuenta, ya que nunca le habían enviado ningún mensaje. Comprobó que era de Looker, que la avisaba de que ya había llegado a Nacrene y se disponía a investigar algunos almacenes. Irene le respondió deseándole suerte.

Looker recibió el mensaje de Irene con un suspiro de alivio. Si había contestado significaba que se encontraba bien. Siguió entonces con la investigación, por lo que caminó por las calles de Nacrene junto al agente Smith. Éste le preguntó si todo iba bien.
-Sí, deduzco que ella se encuentra sana y salva por el momento.
-¿Sabes dónde está?
-No, pero me imagino que estará en el metro.
Se movieron por las calles empedradas, analizando todos los edificios a su alrededor. Se cruzaban con habitantes de la ciudad de aspecto inofensivo y no detectaban nada raro en el ambiente.
-No te preocupes por ella –lo intentó tranquilizar Matt.
-Sabes que podría estar vigilándola ese matón.
-Ya, pero si está en el metro no habrá problema. Te recuerdo que los jefes de allí tienen fichado al macarra –explicó Matt con una sonrisa traviesa.
Looker le devolvió la sonrisa con preocupación. “Ojalá tengas razón”.
-Mira, entremos a este almacén. Es una tienda y podremos preguntar si han notado alguna presencia fuera de lugar.
Abrieron la puerta de madera y cristal, provocando un tintineo que puso en aviso a la dependienta. Ésta, una mujer de mediana edad y apariencia tranquila, se acercó para atenderlos. Looker sacó su placa y la mujer le preguntó qué había ocurrido.
-¿Ha visto a alguien extraño por aquí estos últimos días? Algún extranjero que hablara de algo raro, o algo similar…
-Pues… No, no me suena. Solo han venido clientes habituales y algún niño que esté de viaje. Nada raro.
Looker oyó el suspiro agotado de Smith a sus espaldas.
-Pero ayer oí un rumor. Dicen que hay algo de drogas en el Bosque Pinwheel. No sé si será verdad, pero me da un poco de miedo.
-¿Sabe algo más acerca de ese rumor?
-No, lo siento. Se lo oí decir a una pareja de ancianos. Viven al final de la ciudad, cerca del bosque. Pero no sé nada más.
-Podemos preguntar allí –dijo Smith-. Muchas gracias por su ayuda, señora.
Salieron del almacén a paso rápido, en dirección al bosque.

Irene había pasado el resto de la mañana buscando un abrigo en las tiendas cercanas a la estación, hasta haber encontrado uno negro y grueso que la protegería bien del frío. Sin embargo, las compras le habían hecho perder la noción del tiempo y, cuando se dio cuenta, estaba a punto de perder el primer tren de la tarde. Se maldijo a sí misma por ello, pero tomó la decisión de perderlo a cambio de poder comer tranquilamente, así que fue a la cafetería de nuevo y pidió un sándwich y una ensalada. Mientras comía se entretuvo observando al resto de la gente que estaba en la cafetería. Podía deducir qué clase de entrenadores eran fijándose en pequeños detalles que los demás no llegaban a ver. Había niños que aspiraban a ser entrenadores legendarios, jóvenes tan creídos que estaban convencidos de ser míticos, y entrenadores legendarios que hacían todo lo posible por pasar desapercibidos. Por suerte para estos últimos, los egocéntricos que trataban de captar toda la atención los apartaban de la mirada de la gente corriente, por lo que nadie los molestaba.
En uno de sus recorridos con la mirada, captó de reojo a un hombre alto con una chaqueta de cuero. Cuando lo vio, éste estaba ya saliendo del establecimiento. Por un instante, Irene creyó que se le iba a salir el corazón, pero cuando se levantó y miró por las grandes ventanas hacia la estación no vio a nadie. Permaneció unos momentos mirando fijamente a la multitud allí afuera, pero no pudo distinguir nada. “Me estoy volviendo paranoica”, se lamentó. Finalmente volvió a su sitio y terminó de comer con lentitud. De repente, ya no sentía nada de hambre.
Tardó un rato largo en salir de la cafetería. Cuando lo hizo, tenía todos los sentidos puestos en aquello que la rodeaba. La estación estaba casi desierta, lo que le facilitaba analizar a cualquier persona que se cruzara con ella. Llevaba una mano colocada en su cinturón, acariciando sus pokeballs. Si alguien se acercaba demasiado a ella, no dudaría en reclamar la ayuda de sus compañeros pokemon.
Rodeó la columna central con gran atención en las esquinas y rincones oscuros. En su cabeza repetía constantemente que todo iría bien. Empezaba a creérselo ya, una vez llegada de nuevo al punto de partida, cuando vio a lo lejos, en las escaleras de uno de los andenes, al hombre de la chaqueta de cuero. Alto, moreno, barba, pelo largo. Era el tipo de la mafia, sin duda. Sin saber muy bien por qué, Irene corrió hacia él, con la pokeball de Skarmory en su mano. Quería averiguar quién era ese hombre que la seguía, a pesar del peligro que podía correr. Si no lo seguía ella, él la perseguiría igualmente.
Cuando llegó al andén miró frenéticamente a su alrededor. No había ni un alma. El temor comenzó a apoderarse de ella. Iba a darse la vuelta y volver a la cafetería cuando oyó una voz a su espalda.
-Irene, eres jodidamente pelirroja. Se te distingue a kilómetros.

Looker y Matt Smith llegaron al Café Alma, una cafetería en las afueras de la ciudad. Pese a su situación, era un lugar muy concurrido. Los dos agentes preguntaron a los camareros si sabían algo del rumor que corría sobre la droga y el bosque. Por suerte para ellos, los empleados asintieron.
-Ocurrió ayer. Tres tipos raros entraron aquí. Tenían pintas de macarras y eran bastante brutos. Se bebieron varias cervezas –explicó un joven de mirada azul.
-¿Puedes describirlos? –le pidió Looker.
Smith sacó una pequeña libreta y un bolígrafo para tomar nota.
-Dos eran morenos. Muy morenos. Y otro tenía el pelo castaño. Eran bajos pero corpulentos. Mmm… Ojos marrones y pieles morenas. Más que tú –indicó, señalando con la cabeza a Looker-. Uno era gordo y tenía cerca de cuarenta años. Los otros dos eran más jóvenes, de unos treinta.
-¿Recuerdas cómo vestían?
-Muy descuidados. Vaqueros rotos, camisetas blancas y negras. El gordo llevaba una chaqueta vaquera, otro de ellos llevaba también una camisa a cuadros, y el tercero llevaba una chupa de cuero.
-Uno de ellos también llevaba una cadena de oro en el cuello –intervino una camarera-. Me llamó la atención porque no es normal ver a gente vestida así por aquí.
-Y hablaban con acento. Creo que eran italianos.
-Ya veo… -asintió Looker-. ¿Armaron mucho jaleo?
-Un poco, porque gritaban mucho, pero bueno… No hicieron daño a nadie.
-¿Iban armados? –preguntó Smith.
-Creo que no. Al menos yo no vi nada –respondió el joven camarero.
-¿Cuánto tiempo estuvieron aquí? ¿Recuerdas la hora exacta?
-Pues… Era por la tarde. Sobre las cinco. Estuvieron más o menos una hora aquí.
-Sí, a las seis se fueron –corroboró la mujer.
-¿Dijeron a dónde iban?
-Creemos haber oído que se dirigían al Bosque Pinwheel. También oímos algo de drogas, pero no sabemos si está relacionado, aunque nos alarmó un poco.
-Es posible que sí –comentó Smith-. Hacednos un favor: si volvéis a verlos, avisadnos enseguida.
Los camareros asintieron.
-¿Habéis vuelto a verlos desde entonces? –quiso saber Looker.
-No, pero eso no quiere decir que no hayan vuelto al bosque.
-Ya veo… Muchas gracias por vuestra ayuda.
Salieron de la cafetería a paso ligero y Looker propuso a Smith dirigirse directamente al bosque.

lunes, 7 de mayo de 2012

Capítulo 6: La viajera y el militar (parte 2)


La tercera ronda fue más dura que las anteriores, como cabía esperar. Los entrenadores de los nuevos vagones tenían bastante más experiencia y se dedicaban mucho más al combate que la gente normal. Además, el cansancio y las malas noticias habían hecho mella en Irene, pero la joven se había enfrentado a situaciones peores. Estaba dispuesta a ganar como fuera, por ella y por sus amigos pokemon, que se habían esforzado tanto para llegar hasta allí.
El peor momento llegó en la vigésima batalla. Se enfrentaba a una chica que debía tener más o menos la edad de Irene, y, al parecer, había sufrido un desengaño amoroso, con lo que había decidido desahogarse con la viajera. Eso no habría supuesto un gran problema si no fuera porque los ataques que ordenaba eran muy peligrosos, más de lo habitual en cualquier reto de ese tipo. A Irene solo le quedaba ya Gardevoir, que resistía como podía los ataques del Milotic enemigo. Por desgracia, Gardevoir había tenido que concentrarse durante toda la batalla en proteger a su entrenadora, así que no había tenido tiempo de atacar. Si bajaba la guardia, Irene podría salir herida. Pese a ello, la entrenadora era consciente de que la única opción que quedaba para ganar era lanzar un ataque crítico.
-¡Gardevoir, concentra tu energía y usa Rayo!
Gardevoir la miró con inseguridad, sin saber si seguir las órdenes o seguir protegiendo a Irene. Ella le hizo un gesto con la cabeza, que el pokemon interpretó como un “no te preocupes por mí”. Ya habían hecho aquello en anteriores ocasiones. Gardevoir conocía de sobra a su entrenadora y sabía que se las apañaría para apartarse de los ataques y no hacerse daño. Al fin y al cabo, la victoria era tanto del equipo como del entrenador, y ambas partes debían dar lo mejor de sí mismas. Así, en el siguiente vagón, el jefe del metro vio interrumpida su lectura por un intenso resplandor y un grito de alegría.
“Ya viene”.
Aunque no lo demostró físicamente, le complacía tener por fin una visita. Nadie lo había retado aún y empezaba a aburrirse demasiado en la soledad del último vagón.

Irene curó a su equipo, miró con desdén a su difícil contrincante (ahora sentada y enfurruñada), cogió aire, abrió la puerta del último vagón y la cerró con cuidado, su vista fija aún en la lámina de metal que separaba los dos coches. Suspiró. Estaba nerviosa por la emoción, no solo al haber obtenido la victoria sino también por el hecho de haber llegado hasta el último entrenador. No se atrevía a mirar al poderoso contrincante que la había estado esperando.
Hacía mucho tiempo que no retaba a ninguna persona tan importante y con tanta experiencia. Recordó que las situaciones así le daban una satisfacción difícilmente obtenible por otros medios: tener el honor de enfrentarse a una persona tan respetable la hacía sentir muy afortunada. Por eso, incluso aunque perdiera, un combate así le merecía mucho la pena.
Como estaba de espaldas al otro entrenador, aún no había podido verle la cara, pero sí percibió el sonido de sus pasos al acercarse éste a ella. Sintió un nudo en el estómago.
-Creo que tu última contrincante se ha puesto un poco violenta. Espero que no te haya hecho daño –dijo él, su voz grave y suave.
Irene se atrevió por fin a mirarlo. Él era mucho más alto que ella (le sacaba cabeza y media), lo que le produjo una gran impresión. La miraba desde arriba, su rostro muy serio y atravesándola con sus ojos grises.
-Oh… -se lamentó al verle la cara a la joven-. Te ha hecho daño.
Ella se palpó la cara. Había notado escozor en su mejilla izquierda. Algo empalagoso mojó sus dedos: tenía un poco de sangre. No le llamó la atención lo más mínimo, pues ya estaba muy acostumbrada.
-No es nada –dijo ella con timidez.
-Nunca hemos dicho que nuestras batallas estén exentas de ciertos riesgos, pero no me gusta –remarcó las tres últimas palabras- que algunos entrenadores alocados lleven sus ataques al extremo sin motivo.
Silencio. Irene no sabía qué decir al respecto. La presencia del jefe del metro le imponía tanto respeto que temía decir algo que no debiera.
-Hablaré con ella. No volverá a pasar. Te pido disculpas.
Irene sonrió para indicar que aceptaba sus disculpas, aunque pensó que no era él quien tenía que darlas. El jefe del metro se alejó de ella, posicionándose al otro lado del vagón. A la joven le llamó la atención que aquel hombre caminara como si fuera un militar. Su uniforme negro, que incluía un largo abrigo y una gorra militar, ayudaban a conferirle esa imagen.
-Ahora sí, te doy la bienvenida al Metro Batalla. Yo soy uno de los jefes, Ingo. Dime, ¿cuándo comenzaste a combatir en nuestras instalaciones?
-Pues… Hoy. Esta mañana.
-¿En serio?
Ingo parecía ser un hombre que mostraba pocas emociones, pero esta vez se había dibujado en su rostro un leve gesto de sorpresa. Irene sintió que un nuevo ataque de timidez se apoderaba de ella. No le gustaba presumir antes los demás, así que se limitó a asentir con la cabeza, desviando su mirada al suelo.
-Está muy bien. A la gente le cuesta varios intentos llegar hasta aquí –comentó él. Tomó aire mientras parecía dudar, y finalmente se atrevió a decir-: Ahora tengo más curiosidad por combatir contra ti.
La chica vio que el hombre se acercaba un poco hacia ella.
-Pero debes de estar cansada –murmuró.
-Sí, un poco. Pero no es nada.
-Creo que no sería justo combatir ahora mismo. Yo aún no he luchado hoy y no puedo comparar mi cansancio con el tuyo.
-No pasa nada, puedo…
-Shh –la calló-. Sin rechistar. Aún queda mucho tiempo. Hablemos un poco.
Ingo ciertamente no era un tipo hablador, y pocas veces exigía mantener una conversación con otra persona. Sin embargo, había visto a la chica antes, en compañía del policía. Le había llamado la atención por diversos motivos y había decidido que quería saber un poco más de ella. Desde luego, no era la típica entrenadora que llegaba hasta su vagón con ganas de dejarlo para el arrastre.
-¿Cómo te llamas?
-Irene.
-¿De dónde eres?
-De Hoenn.
El hombre levantó ligeramente una ceja.
-No tienes acento de Hoenn.
-Soy italiana. Pero he vivido toda mi vida en Hoenn.
-Ya veo. ¿Qué te ha traído a Unova?
Irene no respondió. No quería mentir, pero no debía contarle la verdad a cualquiera. Seguía estando nerviosa y no era capaz de recordar sus excusas más típicas. Mientras tanto, Ingo la miraba fijamente, dando la sensación de que la analizaba al detalle. “Es inteligente, no se creería una mentira”, pensó ella. Los nervios la traicionaron con un temblor en el labio inferior. Por supuesto, al jefe del metro no se le escapó este detalle, pero en lugar de preguntarle alguna cosa comprometida, pareció entender que no debía seguir por ese camino.
-¿Turismo o combates?
Irene tardó unos segundos en entender el significado de la pregunta. Ingo le había dado una vía de escape a una situación incómoda.
-Combates.
-Interesante. ¿Has combatido mucho?
-No. Llevo poco más de una semana aquí.
-¿Y has probado primero el metro, entre tanta oferta? Es un honor.
Irene no pudo evitar sonreír con inocencia.
-Supongo que has combatido mucho en Hoenn –continuó él-. ¿Hay mucha diferencia entre los combates allí y los de aquí?
-Sí. Los pokemon son muy diferentes. He visto hoy muchas especies nuevas que no conocía. Y la gente aquí parece tomárselo más en serio. Allí en Hoenn hay unas instalaciones parecidas… La Torre Batalla. Pero hay mucho más espacio para combatir. Aquí es más difícil…
-¿Te gusta este sistema? ¿O quizás es demasiado difícil para ti?
-Oh, no, me gusta este sitio. Es muy… original. Y exige más destreza –contestó ella, convencida.
-Cierto. Limita más los movimientos. Pero eso también puede ser una ventaja.
-Sí… -murmuró ella.
Tras haber analizado el resto del vagón, se atrevió por fin a mirarlo de nuevo. Tuvo la sensación de que aquel hombre se estaba divirtiendo con la charla. Además, no había dejado de observarla en ningún momento.
-¿Te parece bien si combatimos ya? Quiero ver qué habilidades traes de Hoenn.
Irene asintió entusiasmada. Tomaron sus posiciones a cada extremo del vagón. La joven lanzó a Skarmory, mientras que su contrincante eligió a Chandelure. Ella no había visto nunca a ese pokemon y se mordió el labio, sin saber qué movimiento elegir. Al final decidió usar Tornado. Para su desgracia, el pokemon enemigo usó Protección. Inmediatamente después, Ingo ordenó a Chandelure que usara Lanzallamas. Ni la entrenadora ni su pokemon esperaban ese ataque. Irene le gritó a Skarmory que lo esquivara, pero todo fue tan rápido que no le dio tiempo a reaccionar, y el pájaro de acero recibió de lleno el poderoso ataque de fuego. Tal era su potencia que Skarmory quedó debilitado al instante, yaciendo en el suelo con el cuerpo repleto de quemaduras. Irene, muy confusa, lo devolvió a su pokeball.
-Lo has hecho muy bien –le murmuró.
Sintió una fuerte desazón al ver que su primer pokemon ya había caído con semejante facilidad. Al otro lado del vagón, el jefe del metro seguía mirándola fijamente.
-¿He sido muy directo?
-No te preocupes –le respondió ella.
No necesitaba que su contrincante redujera la potencia de sus ataques para darle una oportunidad. Prefería perder a que le hicieran más fácil el camino. Decidió sacar a Gardevoir y confiar en sus poderes psíquicos. La elegante pokemon flotó en el aire cuando se vio liberada de su pokeball. Irene confiaba plenamente en ella, pero cuál fue su desesperación al comprobar que el pokemon enemigo también era de tipo Fantasma. Gardevoir era rápida, pero el espacio dentro del vagón le dificultaba sus movimientos. Tal y como le había dicho Ingo poco antes, aquello podía ser una ventaja, aunque en este caso fuera para Chandelure, que pudo encajarle dos Bola Sombra a Gardevoir sin mayor problema. Resignada, Irene devolvió a su debilitada compañera a la pokeball.
“Lo siento tanto…”
-Tu último pokemon. Sorpréndeme.
Irene, con rabia contenida, lanzó a Blaziken. Supuso que, a pesar de que los ataques de tipo Lucha resultaran inútiles en aquella batalla, al menos podría aguantar bien los ataques de fuego. Decidió pagarle a su rival con la misma moneda, ordenando a Blaziken que usase Lanzallamas. Su sorpresa fue enorme al ver que no le afectaba en absoluto al enemigo, que absorbió el mar de llamas con gran facilidad.
-¡Está bien, usa Terremoto! –gritó Irene.
Blaziken llevó a cabo el movimiento con gran precisión, haciendo temblar todo el tren. Ambos entrenadores tuvieron que sujetarse a las barras para no caerse. Chandelure, por su lado, retrocedió con el impacto, quedando un tanto aturdido.
-Aguanta –le dijo Ingo-. Usa Psíquico.
El pokemon fantasma llevó a cabo el ataque con gran rapidez, alcanzando de lleno a Blaziken, que cayó de espaldas al suelo. El hecho de que el ataque resultase inesperado se unió al impacto del pokemon contra el suelo, dejándolo debilitado por el golpe.
Irene tardó unos segundos en encajar la derrota. Se sentía terriblemente culpable cuando hizo regresar a su pokeball a su compañero pokemon. Cuando Ingo se acercó a ella, ésta le dijo, apesadumbrada:
-Me has machacado.
-Pero lo has hecho muy bien –la consoló él-. He ido con todas mis fuerzas. Si no, habría sido más difícil para mí.
-Pero…
-Tu equipo ha tenido la mala suerte de encontrarse con una desventaja común. Skarmory no soporta el fuego, Gardevoir es débil contra el tipo Fantasma, y has usado un ataque de fuego contra Chandelure, que absorbe el ataque y lo aprovecha para hacerse más fuerte. Pero eso no lo sabías, claro.
Ella negó tristemente con la cabeza.
-La próxima vez será mejor. Aún así, busca otra estrategia.
-Sí…
Irene se quedó de pie en medio del vagón, con la mirada perdida en el suelo y analizando lentamente su derrota. Mientras tanto, el jefe del metro fue hacia una esquina del vagón, tomó una caja de metal de una de las estanterías de acero, rebuscó en la caja y, cuando hubo encontrado lo que quería, regresó al lugar en el que permanecía la joven ensimismada.
-Mírame –le dijo.
Ella obedeció. Vio que Ingo sujetaba una tira de papel entre los dientes mientras le inmovilizaba la cara con una mano. Con la otra, le limpió la herida de la mejilla con un algodón empapado en alcohol. Ella gimió débilmente por el escozor, pero aguantó todo lo que pudo sin quejarse. Después de limpiarle la herida, el hombre rasgó el papel que había sujetado antes, e Irene descubrió que contenía una tirita. Él se la colocó en la mejilla con delicadeza y la miró con orgullo mal disimulado por un trabajo bien hecho.
-Ya está –le susurró.
-Gracias –respondió ella con timidez.
Él le guiñó un ojo antes de volver a la esquina para reordenar el botiquín.
Irene empezaba a entender por qué había perdido. Notó que el tren llegaba ya a su destino y se apresuró a decirle algo al jefe del metro (no sin vencer antes el reparo que le supondría). Se acercó hasta quedar tras él, que seguía dándole vueltas al botiquín.
-Te admiro.
Ingo notó cómo se le paralizaban todos los músculos del cuerpo. Fijó la vista en el botiquín, esperando a que llegara alguna explicación.
-Luchas genial. No me esperaba semejante derrota. Creo que, aunque hubiese conocido las habilidades de tu pokemon o hubieses elegido a otro, habría perdido igualmente. Pero he aprendido mucho de ti y me encantaría poder volver a combatir contra ti. No me importa perder, de hecho ya es un honor que me des la oportunidad de poder luchar. Sé que eres una persona muy importante y que debes de combatir contra otra mucha gente importante y…
Irene no era capaz de encontrar las palabras para expresarse. Aquello le daba mucha vergüenza y tampoco recibía ninguna reacción por parte de Ingo.
-Y… Gracias por preocuparte por mi herida –finalizó.
Ingo se dio la vuelta, la sorpresa reflejada en sus ojos. El tren se paró: era hora de irse.
-Puedes volver cuando quieras. Me gustará volver a luchar contra ti otra vez –dijo a modo de despedida.
Irene asintió.
-Ha sido un placer –dijo ella a media voz-. Hasta otra.
Salió corriendo del tren tras otro repentino ataque de timidez. Ingo, por su parte, se quedó realmente confuso. Era la primera vez en mucho tiempo que alguien le decía algo bueno en lugar de insultarlo.

-¡Irene! –la llamó Looker entre la multitud que se movía por la gran estación.
Ella se acercó, abriéndose paso con algo de dificultad entre la marea de gente.
-¿Cómo ha ido?
-¡Bien! Quiero decir… He perdido, pero ha sido muy interesante.
-Oh, no, con lo bien que ibas… -se apenó él-. ¿Cuántas veces has ganado?
-Veinte. He perdido contra el jefe del metro.
Looker frunció el ceño.
-¿Has perdido contra él? ¿Y dices que ha sido interesante? Cuéntame qué ha ocurrido.
-Pues hemos hablado un poco y luego nos pusimos a luchar –explicó, gesticulando-. Sus ataques fueron muy directos, a toda potencia, y me ganó enseguida porque yo llevaba mucha desventaja y no conocía los pokemon. Pero aprendí mucho…
-¿Y esa tirita que llevas en la cara? ¿No te habrá hecho daño? –inquirió Looker.
Recordaba perfectamente cómo el jefe del metro había herido al criminal que había intentado matarle, un tiempo atrás.
-¡No! Esto fue culpa de una entrenadora que se pasó con sus ataques. Él me curó y dijo que hablaría con aquella chica tan irresponsable.
Looker no lo demostró, pero estaba impresionado. Por lo que contaba Irene, el jefe se había portado más que bien con ella.
-Está bien. Escucha… Antes no me dio tiempo a contarte algo.
-Dime.
-El hombre que me vigilaba antes… Llamé al agente Smith. Me dijo que es un matón de la mafia y me comentó que ya había estado trasteando por aquí. Precisamente es el hombre que intentó negociar con los dos jefes, que lo rechazaron.
Irene permaneció callada, procesando la información. Después dijo:
-Qué curioso… Todo parece relacionarse de una forma u otra.
-Sí. Pero debemos tener mucho cuidado a partir de ahora.
Irene asintió, preocupada.

Un hombre difícil de tratar, antipático y borde, de pocas palabras, aunque sinceras, hasta el extremo de ser dolorosas. Se enfadaba muy a menudo y no trataba bien a aquellas personas que pensaba que no merecían ni una sola palabra amable. Era muy selectivo con los demás y no permitía que cualquiera se acerca a él, menos aún que se metieran en su vida. Era consciente de que su actitud arisca provocaba insultos, falsos rumores y odio entre un gran grupo de personas. Así, era aún más difícil que alguien llegara a interesarse por él. Incluso cuando se había esforzado en tratar bien a alguien que no le gustaba, los rumores acerca de su falta de simpatía habían calado hondo en el receptor de dicho trato. Los prejuicios eran unas emociones tan dañinas… Le habían hecho creer, hacía ya mucho tiempo, que sus esfuerzos por mejorar sus relaciones con los demás no servían para nada. Sentía, cada vez que lo intentaba, que su tiempo se malgastaba, y precisamente no era tiempo lo que le sobraba.
Ese día había sido tranquilo. No había tenido discusiones ni combates pokemon. Estaba aburrido, calmado, y receptivo. Entonces había llegado la muchacha aquella, que desde el principio demostró ser diferente. No se daba aires de superioridad, era algo tímida y, sobre todo, ocultaba algo. Algo malo. Intentaba disimularlo pero, para alguien tan perspicaz como él, se notaba a la legua que no estaba bien.
Un pequeño sentimiento de empatía había aflorado en su interior, y aumentó considerablemente cuando ella se sinceró. Buenas palabras dedicadas a él. No podría creerlo, si siempre le había caído mal a todo el mundo… Pero, si ella le había dicho todo eso, era muy probable que fuera verdad. No era la típica mentirosa que buscaba que le hicieran un favor.
“No se quiere, por eso cree admirar a alguien como yo. Además, como posiblemente no ha conocido a Emmet, simplemente se ha equivocado de persona”, pensó finalmente. Era la mejor conclusión a la que podía llegar. Aún así, decidió esperar y ver qué más sucedía. La estaría observando.