Looker jamás olvidaba un caso, estuviese resuelto o no, y
ya contaba con unos cuantos en su memoria. Sin embargo, a la hora de hablar de
ellos a los demás, prefería subirse un poco el ego relatando sus aventuras más
brillantes, por lo que decidió no contarle a Irene nada sobre el antiguo caso
que lo había llevado a conocer Unova. De momento, parecía haberse ganado cierta
admiración por parte de la joven, aunque no sabía si eso se traduciría en una
mayor confianza cuando ella tuviera que contarle sus secretos.
Irene no era tonta: se había dado cuenta enseguida de que
el policía buscaba impresionarla. Le pareció una actitud graciosa, ya que él no
parecía mentirle, sino tan solo escoger sus mejores recuerdos. Ella tomaba nota
de todos aquellos pequeños detalles del comportamiento de la gente, decidiendo
así si se fiaría o no de los demás. Desde pequeña aprendió a no confiar
demasiado en la gente, pues casi siempre terminaban traicionándola. Sin
embargo, por el momento, el policía no había dado señales de querer hacerla
daño, así que decidió darle un voto de confianza. Si todo iba bien, aquella
unión debería ayudarla a solucionar su gran problema vital y podría, por fin,
vivir en paz.
En el fondo le apenaba ser tan desconfiada. Era consciente
de cómo la veía el resto del mundo, o al menos trataba de imaginarlo. De vez en
cuando captaba algunas conversaciones a sus espaldas, por lo que se hizo una ligera
idea de la situación general: unos pensaban que era tímida y necesitaba ayuda,
y otros, por el contrario, creían que era una persona antipática y poco
habladora, además de que pensaban que ella trataba con frialdad a la mayoría de
la gente. Oír estas cosas le dolía, pues intentaba ser pacífica y paciente
con toda clase de personas que se encontrara en su camino. Pese a sus
esfuerzos, no parecía caerle bien a mucha gente. Soportaba la indiferencia de
los demás, pues no todos querían meterse en líos, y mucho menos si era para
ayudar a una desconocida. Por el contrario, no aguantaba que la odiaran sin
motivo, y algunas veces había tenido que enfrentarse a comportamientos
violentos contra ella sin ninguna justificación. El ejemplo más claro lo tenía
en su padre, que siempre había deseado borrarla del mapa.
Había muchas cosas que no comprendía, pero tenía que
seguir adelante como fuera. Pensó en sus pokemon: sus fieles amigos. Había
crecido con ellos, y éstos se habían criado con ella. Se protegían mutuamente y
todos sus éxitos eran compartidos: si ella vivía y ganaba combates, era gracias
a ellos; si ellos vencían y sobrevivían, era gracias a los cuidados de su
entrenadora.
De repente recordó cómo había conocido a Skarmory, su
primer pokemon. Ella llevaba un día huyendo, con la mala suerte de haberse
perdido en un bosque. Estaba cansada y hambrienta; además, contaba con
numerosos raspones tras haberse caído varias veces y haberse arañado con las
ramas de los arbustos secos; pero, sobre todo, estaba muy triste, no acabando
de comprender del todo qué había ocurrido que la había llevado a tan
desesperada huida. Tenía unos ocho años, por lo que aún era pequeña para salir
de viaje con la compañía de un equipo pokemon. Si estaba allí perdida era
porque no tenía elección. Ni siquiera tenía su propio pokemon, así que su huida
era aún más peligrosa, pues podía ser atacada por alguno salvaje en cualquier
momento.
Cuando llegó a un claro del bosque, cayó al suelo de puro
agotamiento. Ni siquiera intentó volver a levantarse; tan solo cerró los ojos y
se acomodó como pudo entre la hierba, cuyo fresco aroma le llenaba los
pulmones. Pasó un buen rato tendida en el suelo, semiinconsciente, hasta que
empezó a oír un pequeño graznido. Abrió los ojos de nuevo. La luz del sol se
filtraba entre las ramas de los árboles e iluminaba potentemente el pequeño
claro. Allí distinguió un brillo extraño, como si hubiera algo metálico. Con
gran esfuerzo levantó la cabeza y miró hacia el lugar del que provenían el
brillo y el graznido. Enfocó la vista y observó mejor: era un pequeño pájaro de
metal. Había oído hablar de ellos: un Skarmory. Parecía joven y se agitaba,
inquieto. Irene se levantó como pudo y se acercó al pokemon, que se asustó al
verla. Intentó huir, pero aún no sabía volar y tropezó. El pájaro emitió un
quejido y la niña vio que había una espina clavada en la pata del pokemon. Se
acercó para ayudarlo, pero el ave se alarmó más y le asestó un aletazo que la
tiró al suelo. Ella se llevó la mano al hombro, donde había recibido el golpe,
y se le escapó una lágrima.
-Solo quiero ayudarte –gimió, reprimiendo las lágrimas.
El Skarmory abrió el pico como amenaza.
-Sé que te duele la pata, pero puedo ayudarte –explicó,
dudando un poco-. Si te quito la espina, dejará de dolerte.
El pokemon permaneció en silencio. Ella se atrevió a dar
un paso hacia el pájaro de acero, que no se movió. Se agachó y le cogió con
cuidado la pata herida.
-Será rápido –le aseguró.
Dio un firme tirón a la espina, que salió sin problemas.
El Skarmory se quejó y se revolvió un poco. Irene cogió un pañuelo que llevaba
en el bolsillo y le hizo una improvisada venda.
-Está bien –susurró-. No puedo hacer más. Lo siento…
El Skarmory emitió un pequeño gorjeo antes de que la niña
cayera rendida sobre la hierba. No podía más. Lo último que oyó fue un
revoloteo…
Despertó al atardecer. Algún ruido la había sacado de su
estado de inconsciencia, pero… ¿qué era? Miró a su alrededor, tratando de
enfocar la vista y vencer el mareo. De repente notó un leve golpecito en el
brazo. Miró en aquella dirección: era un Skarmory. El Skarmory de antes, que aún
llevaba el pañuelo atado a la pata. Ya no parecía dolerle la herida y, de
hecho, el ave se movía con mayor facilidad que antes. Le señaló con el pico un
pequeño montón de bayas que parecía haber recogido mientras ella dormía. Le dio
pequeños empujones en la mano con su cabeza, invitándola a que comiera.
-Está bien… Pero come tú también.
Cenaron juntos, cuidando el uno del otro. Al caer la
noche, durmieron abrazados entre la fresca hierba. Amaneció y Skarmory seguía
allí, alegre y enérgico. Desayunaron con las bayas que habían sobrado del día
anterior y después, con bastantes más fuerzas, Irene decidió que saldría por
fin del bosque.
-Escucha –le dijo a Skarmory-, estoy huyendo. Me he perdido,
pero tengo que seguir mi viaje. ¿Quieres venir conmigo?
Skarmory se subió de un salto a su brazo, cantando
alegremente. Irene consideró que aquello era un sí indiscutible. Fue el
comienzo de una larga amistad.
Era de noche y ambos viajeros estaban cansados tras un
largo día. Tras insistir varias veces, Looker consiguió convencer a Irene de
que se fuera a dormir. La joven hizo regresar a Skarmory a la pokeball y llevó
su mochila y algo de comida a una pequeña habitación que podía alquilar a muy
buen precio en el Centro Pokemon.
Comió algunas galletas mientras ordenaba un poco su ropa,
reflexionando acerca de lo que había ocurrido en los últimos días. Aún seguía
algo confusa y no llegaba a creer que sus perseguidores le hubieran perdido la
pista. Podía haber cambiado de región, pero ellos, en el fondo, siempre
terminaban sabiendo dónde estaba. Ella era consciente de ello a la perfección,
aunque se permitiera el lujo de no creerlo. La mafia –su padre- jugaba con su
vida y sus esperanzas. Siempre se habían divertido a su costa. La eterna duda
terminaría por destrozarla: ¿había tenido la suerte de escapar de sus ataques
hasta el momento, o es que ellos la habían dejado ir? Sacudió la cabeza como si
tratara de alejar físicamente esos pensamientos. Aunque la técnica funcionaba algunas
veces y las malas ideas desaparecían, siempre terminaban volviendo a acecharla.
Deshizo la cama y se metió en ella, envolviéndose con las sábanas en un
desesperado intento de sentir algo más de protección. Abrazó la almohada y dejó
que unas lágrimas corrieran por sus mejillas. No era la primera noche que
lloraba, ya que llevaba años reprimiendo sus emociones más negativas y
dejándolas que fluyeran cuando estaba a solas. Odiaba que la vieran llorar
porque temía que nadie la comprendiera, que pensaran que solo buscaba atención.
Lo único que ella quería era poder vivir en paz.
Looker tardó más tiempo en irse a dormir. Estaba en la
habitación frente a la de Irene, pudiendo así vigilar que no pasara nada.
Aprovechó el silencio de la noche para trabajar un poco más. Encendió su
portátil y se conectó a la red policial para comprobar las últimas noticias
referentes a la investigación. Miró su correo y vio que tenía un mensaje nuevo.
Ahí estaba, la mala noticia de la que había estado esperando confirmación.
Le había contado una mentira piadosa a Irene: en realidad,
la mafia que la buscaba sí estaba allí, en Unova. Y, según su compañero
infiltrado, habían llegado a Castelia, empezando desde ahí a extenderse al
resto de la región. Aquella noche, Looker apenas durmió por la creciente
preocupación.
Irene despertó sobre las ocho de la mañana, cuando los
rayos del sol atravesaron la ventana directamente hasta sus ojos. Se dio la
vuelta gruñendo, parpadeó varias veces y tomó conciencia del lugar en el que se
encontraba. “Unova, Castelia. Centro Pokemon”. Estaba acalorada y recordó que
había soñado algo inquietante, pero no era capaz de rememorar los detalles. Se
levantó con cuidado e inspeccionó la sala. Siempre hacía lo mismo para
averiguar si alguien había entrado en su habitación mientras dormía y si habían
tocado algo. Todo estaba en orden, así que suspiró aliviada y se metió en el
pequeño baño para darse una ducha. Poco después se vistió con la ropa más
cálida que tenía, pues era otoño y hacía bastante frío ya. Recogió sus pocas
pertenencias, las metió en la mochila, y salió de la habitación, que quedó
completamente vacía.
Se dirigió a la cafetería para desayunar algo, pero se
detuvo ante un pequeño kiosco. No sabía que hubiera de esos en los Centros
Pokemon, pero Castelia era la ciudad más grande que había pisado jamás y no le
extrañó demasiado. Miró por encima los productos hasta que dio con algo que le
llamó realmente la atención: una revista dedicada a entrenadores pokemon
fuertes. Una pequeña sonrisa le vino a los labios. La cogió y se la pagó al
vendedor del kiosco.
Cuando Looker entró en la cafetería un rato después,
encontró a la joven enfrascada en la lectura de la revista. La saludó, se
sirvió un café y volvió a la mesa, donde la observó sin atreverse a
interrumpirla. Al final preguntó, preso de la curiosidad:
-¿Cómo es que te interesa tanto esa revista?
Irene levantó la vista y lo miró, sorprendida. Recordó que
el policía nunca la había visto luchar.
-Bueno, la verdad es que siempre me han gustado las
batallas, y adoro medir nuestras fuerzas con otros entrenadores. Aquí aparece
muchísima gente de la que no he oído hablar, pero son fuertes, sin duda. Me
encantaría poder llegar a retarles algún día –explicó, con una sincera sonrisa.
Looker se quedó impresionado de que la chica se hubiera
atrevido a contarle aquello. Le devolvió la sonrisa.
-Lo cierto es que tus pokemon tienen pinta de ser muy
fuertes. Me gustaría verte luchar algún día. Y bien, ¿hay algún entrenador que
te haya llamado la atención en especial?
Ella negó con la cabeza.
-Es que todos son interesantes. El problema es que están
lejos de aquí, así que tendré que esperar a tener una oportunidad para
retarles.
El policía le dio unas palmaditas en el hombro y la
apremió para que terminara el desayuno y pudieran irse.
Caminaron hacia el edificio de la policía. Looker tenía
pensado hacerle unas preguntas a Irene acerca de algunos cabos sueltos de su
investigación, con la esperanza de que la joven pudiera aportar algún dato
nuevo. Irene iba ensimismada mirando los altísimos edificios que la rodeaban.
El agente, por el contrario, había viajado tanto que ya estaba acostumbrado a
ellos y le agobiaba tener que sortear a tantas personas por la calle.
Entraron en el enorme edificio en el que se encontraba la
sede de la policía. Allí, decenas de personas se cruzaban, atendiendo sus
propios asuntos. Atravesaron el gran hall, cuyo suelo era de mármol blanco
pulido, en el que se reflejaba el gran espacio central abierto entre los pisos
superiores. Varias personas se asomaban desde distintas alturas, mirando hacia
abajo con curiosidad. Irene los miró también, mientras Looker la cogía del
brazo y la guiaba hasta el ascensor, en el que subieron hasta el piso donde
trabajaban los agentes que ayudaban al policía. Nada más entrar al pasillo, una
policía joven, de larga melena rubia, se acercó corriendo a ellos y le entregó
una pequeña nota a Looker.
-Hemos encontrado esto hoy en el buzón. No está firmado.
-A Irene Bianchi –leyó Looker, mirándola de reojo-. “Sabemos
que estás aquí. Te vigilamos constantemente. No durarás mucho”.
Irene recibió la noticia con amarga sorpresa. Se mordió el
labio con gran pesadumbre. Notó que Looker le ponía la mano en el hombro.
-Lo siento. Están aquí. Lo sospechaba, pero no recibí la
confirmación hasta anoche mismo. Yo… -dudó-. No quería preocuparte más.
-Está bien –murmuró ella.
Se sentía como si le hubiera caído una pesada losa encima.
Había albergado la esperanza de que no la encontraran allí, pero había sido en
vano. Encima, Looker no le había contado toda la verdad. La confusión volvió a
apoderarse de ella.
-¿Y ahora qué? –preguntó al policía en un murmullo,
desmoralizada.
Looker pensó bien qué le quería decir. Ella lo miraba
desamparada. Él la había llevado a un lugar que no conocía y ella lo había
seguido con la esperanza de estar a salvo, una promesa que había resultado ser
falsa.
-Yo te protegeré –le aseguró.
-Pero te atacarán –replicó ella.
No le quedaba más remedio que confiar en él, si es que
llegaba a fiarse alguna vez de alguien. Sin embargo, no concebía el hecho de
que otra persona sufriera por su culpa.
-No te preocupes, estoy preparado para lo que sea. Por
algo soy policía.
Por desgracia, pensó, en realidad no creía estar listo
para enfrentarse a toda una mafia furiosa, pero no tenía elección. Era su
trabajo proteger a los que lo necesitaban.
Irene se había sentado en una esquina del pasillo de las
oficinas de la policía. Era el rincón más tranquilo y alejado de los demás que
había podido encontrar. No sabía qué debía hacer ahora. Se sentía más perdida
de lo que había estado jamás, sin saber qué camino escoger.
Looker no le había contado la verdad, pero sabía que lo
había hecho para tranquilizarla. El agente no era una mala persona, pero había
cometido un error. Era uno de esos errores fáciles de realizar y que resultaba
perdonable porque la intención era buena. Además, si no hubiese sido por su
intervención, quizás ella ya no estaría viva. Recordar lo que había pasado en
el mercado de Slateport aún le causaba escalofríos. Definitivamente Looker no
tenía la culpa de que la mafia siempre hubiese sabido dónde se escondía ella, y
el agente había tenido el valor de investigarlos pese al riesgo que corría. Con
él tenía la oportunidad de aportar información útil e incluso, con suerte, de
destruir a sus enemigos. Realmente no podía hacer otra cosa, y menos aún cuando
Looker se había ofrecido a ayudarla sin pedirle nada a cambio. Dar información
no era demasiado importante para ella, pero recibir ayuda era algo excepcional.
Era la primera vez que alguien la
tomaba tan en serio. Sonrió levemente. Aquello, pese a todo lo acontecido
antes, era bueno, y sentía que debía aferrarse a ello.
Looker se estaba tirando de los pelos en su despacho.
¿Cómo habían logrado averiguar su localización? ¿Cómo habían sido tan rápidos?
Sin duda tenían gran interés en coger (o al menos vigilar) a la chica. No le
daban ni un respiro. Sintió un extraño vacío y se preguntó cómo sería haber
vivido toda la vida con un asesino persiguiéndole con semejante ahínco. Tendría
que ser muy desesperante, y no podía evitar sentir cierta pena por Irene. Sus
reacciones, tan apáticas, le partían el corazón. Era como si ella ya estuviera
acostumbrada a recibir noticias y amenazas tan terribles. No la había visto
llorar ni enfadarse, simplemente recibía en silencio las novedades y no
compartía sus sentimientos con nadie.
Se dispuso a hablar con la policía regional, así como
avisar a las locales. Debía evitar a toda costa que la mafia se extendiera en
Unova, y no había nada como la prevención. Explicó asimismo la situación en la
que se encontraba Irene y su necesidad de mayor protección. Envió toda la
información de la que disponía en un correo electrónico a las distintas
dependencias, esperando una pronta respuesta. Por suerte, poco después sonó el
teléfono que había situado sobre la mesa, a su derecha. Lo alivió recibir una
contestación tan rápida. Descolgó y comprobó que era uno de los principales
jefes de la policía de Nimbasa, al cuál ya conocía por su anterior experiencia
en dicha ciudad.
-Tengo dos noticias que darte, una buena y otra mala –dijo
la grave y enérgica voz del agente Smith al otro lado de la línea.
-Soy todo oídos –respondió Looker, que jugueteaba con un
bolígrafo mientras escuchaba.
-La mala es que tus “amigos” de la mafia han llegado a
Nimbasa y han estado intentando sobornar a algunas empresas para facilitar el
tráfico de drogas.
-Mierda –maldijo él-. ¿Cuánto tiempo llevan allí?
-Dos semanas, más o menos.
-Se me han adelantado… Pensé que llevarían mucho menos.
-Sí. Pero la buena noticia es que no han tenido éxito.
-¡Que me dices! –exclamó Looker, cayéndosele el bolígrafo
de la sorpresa.
-Como oyes. Algunas pequeñas empresas estaban dispuestas a
trabajar con la mafia y de paso lucrarse, pero los italianos han dado con una
piedra en el camino.
-¿Quién? ¿O qué?
-Trenes –rió el agente Smith.
A Looker se le habría vuelto a caer el bolígrafo si éste
no hubiese estado ya a la aventura por el suelo. Trenes. Eso solo podía
significar una cosa y, teniendo los conocimientos que había adquirido meses
atrás, lo cierto es que no le extrañó en absoluto.
Sublime.
ResponderEliminarUna pena que se tarde tan poco en leer y tanto en esperar más.
Piénsalo: si fuera al contrario, sería un coñazo.
EliminarGracias :)
Hola, gran articulo, queremos mas :)
ResponderEliminarUn saludo,
Francisco M.
Jo, pobre Irene u_u
ResponderEliminarTengo ganas de ver cómo continúa, a ver si entre Looker e Ingo consiguen salvarla >< (y me ha parecido muy bonita la escena de cuando conoce a Skarmory :3)
¡Genial! A ver si está pronto el 5, que en cuanto salga me lo leo *_*
Yay! ¡Sé escribir escenas bonitas! xDDDD
EliminarMe alegro *v*
Pues acabo de subir el 5 :D
Sí, soy lento para leer, perdoname ^^Uu Y entre la ansiedad que me está entrando por la universidad aún más. Pero ahora tengo que comentarte cosillas del capítulo 4.
ResponderEliminarEstupendo y magnífico, puedes realizar, en una misma historia, diferentes situaciones con los mismos personajes que llegan a enamorarte. Antes con Ingo, ahora el Skarmory, precioso... ahora quiero un Skarmory!! xDD He de decir que me he sentido identificado con Looker cuando se siente mal por no poder decirle nada a Irene.
Sin duda eres una gran genio de "la tinta pixelada" vamos, que escribes genial en el PC. [Se aplica a todo vaya xDD] Seguiré leyendolo, aunque tarde un poco. Pero por favor, no pares de escribir, el mundo se merece tener una pedazo de artista como tu, en todos los sentidos. Sigue así ;D.
Muchísimas gracias, tus comentarios siempre me animan un montón ;v; Y no te preocupes por lo de ser lento, no hay prisa xD
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