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viernes, 6 de abril de 2012

Capítulo 3: El caso del loco en el metro (parte 1)


Looker no mentía cuando aseguraba haber resuelto numerosos casos. No pudo evitar recordar aquel que lo llevó a viajar por primera vez a la región de Unova, a la que ahora había vuelto.
Una vez hubo un loco suelto por el mundo. Se diferenciaba de otros muchos locos en que éste era terriblemente peligroso. Pese a su estado mental, no carecía de inteligencia, arma que utilizaba a la hora de asesinar gente. No importaba el lugar del mundo en el que estuviera la víctima: cuando se obsesionaba con alguien, viajaba a donde hiciera falta. Era muy difícil dar con él, pero Looker era experto en esta clase de casos. Por algo había dedicado su vida en convertirse en un experimentado policía internacional.
Nadie sabía el verdadero nombre del asesino, por lo que lo apodaron “el Loco” (un hurra por el ingenio del poli encargado de buscarle mote, pensó Looker). Sus víctimas, irónicamente, eran de renombre: famosos, empresarios muy conocidos o entrenadores pokemon exitosos. Looker barajaba la posibilidad de que el Loco sintiera envidia de esta gente, lo que lo llevara a la obsesión y a su posterior asesinato. Pese a que sus víctimas estaban muy bien protegidas, el Loco conseguía siempre burlar toda clase de seguridad que se interpusiera en su camino.
La cosa no pintaba bien, y éste era uno de esos intrincados casos en los que Looker debía agradecer cierta ayuda inesperada para resolverlo. La ayuda resultó estar completamente fuera de lo común, aprovechándose del único error que cometió el Loco. El fallo que condenó al fracaso el asesino fue elegir como blanco a una persona exitosa, pero por debajo de la media habitual. El Loco se confió, pues su víctima carecía de medidas de seguridad que la protegieran. En ese sentido, aparentaba ser una persona normal y corriente. Poco sospechó el Loco que Ingo, su próxima víctima, ocultaba con una aparente normalidad una exquisita combinación de inteligencia y mala hostia.

Ingo era el jefe del metro de la gran ciudad de Nimbasa, al norte de Castelia. Ostentaba dicho cargo junto a su hermano gemelo, Emmet, del cual se diferenciaba porque llevaban uniformes de distinto color (el de Ingo era negro y el de su hermano, blanco), y porque tenían personalidades opuestas. En cambio, sus rasgos físicos eran exactamente iguales, así como sus peinados, por lo que podían mirarse a la cara y verse como si estuvieran reflejados en un espejo. A pesar de su diferente personalidad, parecían complementarse a la perfección, razón por la cual decidieron trabajar juntos en lugar de mandarse a la mierda mutuamente.
La opinión que tenía el resto del mundo acerca de los gemelos era unánime: Emmet era alegre, divertido, amable; en resumen, adorable, y tremendamente paciente con su hermano, que era un auténtico cardo. Ante la supuesta perfección que todos atribuían a su gemelo, Ingo solía añadir que Emmet también era algo inmaduro y excesivamente dependiente de segundas opiniones que lo guiaran por el buen camino, ya que tendía a ser inseguro y a dudar eternamente ante cualquier cuestión. Sí, la gente odiaba más a Ingo cuando puntualizaba estos detalles, pero ambos hermanos sabían que ahí residía la clave de su unión y eterno apoyo: Emmet excusaba el carácter poco sociable de Ingo, mientras que Ingo le sacaba las castañas del fuego a Emmet.
En este caso, al antipático jefe del metro le extrañó poco que alguien deseara asesinarle. “Por fin se lanza alguien”, pensó. Enemigos tenía de sobra, sin duda. El Loco; había oído hablar de él. Asesinaba a tiros, a puñaladas, o como le diera aquel día, a gente con éxito. Los asesinaba previo aviso. Y allí, a su izquierda, sobre el escritorio, estaba la carta que le había enviado el Loco. ¿Por qué a él y no al adorado Emmet, típica presa de la envidia más brutal? No lo sabía. Cogió de nuevo el sobre y releyó la dirección. Su nombre estaba escrito allí, pero solo el suyo. Por alguna razón, el Loco lo odiaba. Interesante. Le dio vueltas a ese pensamiento en su cabeza y finalmente sonrió. Una sonrisa traviesa.
-Te estaré esperando –murmuró para sí.

-¡Aleluya! –exclamó Looker, levantándose de su asiento de un salto, eufórico por haber encontrado una pista.
Con la inestimable ayuda de un informático había hallado la fecha y el lugar en que el Loco iba a cometer su próximo crimen. Looker sospechaba que el asesino había permitido el acceso a esos datos para jugar con la policía, pues no era habitual que bajase la guardia de aquella manera. Pese a todo, el agente se aferró a la idea de que era mejor tener una pequeña pista a no tener nada. Quizás el Loco buscaba llamar la atención y hacer de sus crímenes un espectáculo.
El metro de Nimbasa. Medianoche del 12 de abril.
Era la mañana del 12 y Looker dudaba que pudiera llegar a tiempo al lugar del futuro crimen, pero debía intentarlo. Quizás tuviera suerte y pudiera incluso evitar el asesinato. Inmediatamente tomó un avión tumbo a Unova, rezando para que no hubiera ningún retraso.
Diez horas después, tras largos viajes, transbordos y desajustes horarios, se encontraba frente a la estación principal del metro de Nimbasa. Entró con toda la calma que le permitió la situación (y los cinco cafés que había tomado durante el viaje), y trató de tantear el terreno. Había contactado con la policía local, que estaba ya al tanto de la situación, pero aún así temían que el famoso Loco superara la barrera de seguridad. Además, una cuestión entorpecía la situación más aún: ¿quién era la víctima? Esta vez nadie había llamado a las autoridades para denunciar una amenaza.
Sin saber quiénes eran ni qué aspecto tenían tanto el asesino como la víctima, poco pudieron hacer la policía y Looker en la estación más que esperar a ver qué sucedía mientras buscaban entre la multitud a alguna persona de aspecto sospechoso. La tarea se presentaba difícil al estar la estación repleta de gente: viajeros habituales que iban y volvían de trabajar, y poderosos entrenadores que se retaban en duros combates a bordo de trenes especialmente preparados para las batallas. Estos entrenadores entraban dentro del rango de víctimas del Loco, pero… ¿cuál de entre todos ellos? ¿Y quién podía ser el asesino entre tanta gente? Los niños no, por supuesto. Looker no podía imaginar que un crío pudiera tener una mente tan brillante y retorcida. Había también muchos jovencitos alegres que parecían centrarse en exclusiva en sus pokemon. Ellos no serían tampoco asesinos, con gran probabilidad. Poca gente iba a solas, pero todos ellos tenían pinta de estar tan solo de paso. ¿Quién podía ser…? Por más que buscaba, nadie se salía de la norma. Looker sabía que no podía fiarse de las apariencias, pero no tenía nada más. Debía fiarse de su instinto incluso aunque pudiera acarrearle problemas. Muy a su pesar, pasó el tiempo, la policía seguía viendo todo normal, y el reloj se acercaba ya a la medianoche.
Habían avisado incluso a los jefes del metro. Looker se encargó de explicarle la situación a Emmet, que se mostró comprensivo y servicial, pese a que no había recibido noticia de nadie que hubiera sido amenazado. La preocupación se palpaba tras su sonrisa, vano intento de tranquilizar a la policía allí presente. Enseguida trató de informar a su hermano mayor, pero no fue capaz de contactar con él. Eso no ayudó a calmar sus crecientes nervios. “¿Por qué siempre desapareces en el peor momento?”, se lamentó.
Poco antes de las doce, la policía ya se había reunido de nuevo, decidiendo montar guardia en todas las entradas. Looker, sin embargo, se dispuso a patrullar el interior de la estación, ahora vacía, junto a Emmet y algún otro agente. Se repartieron las áreas de vigilancia, siendo Looker el que se quedara en la sala central, de grandes dimensiones y forma circular. Fue caminando lentamente alrededor de la columna central, investigando cada recoveco y buscando cualquier ruido en el incómodo silencio en el que se sumía el edificio. Nadie aparecía. Nadie le daba un aviso de que hubieran encontrado algo.
De repente, todas las luces se apagaron. Looker dio un salto atrás y esperó unos segundos hasta que las lámparas de emergencia iluminaran la sala lo suficiente para poder moverse sin estamparse contra una pared. Pudo oír los gritos de sorpresa de los otros policías a lo lejos, en la entrada. Se disponía a coger el teléfono móvil del bolsillo de su chaqueta cuando vio una sombra moverse por el rabillo del ojo. Giró con rapidez, logrando atisbar dicha sombra bajando unas escaleras que llevaban a uno de los andenes. Sin hacer ruido, cogió su pistola y se dirigió sigilosamente hacia los escalones. Bajó con mucho cuidado, atento a cualquier detalle, movimiento o sonido que sus sentidos pudieran captar. Cuando llegó al último paso de la escalera, vio una figura frente a él, a pocos metros de distancia. La persona allí presente emitía una risa de tono malvado, aunque en voz baja.
-Qué sorpresa, ¿no? Habéis intentado engañarme.
-¿Qué…? –murmuró Looker-. ¿A qué te refieres? ¿Quién eres?
El andén estaba muy oscuro y el policía no pudo distinguir apenas los rasgos faciales de aquella persona. Cuando sus ojos se adaptaron un poco más a la oscuridad, vio que se trataba de un joven de unos veinticinco años de edad. Bajo, pelo corto… Podría haber estado todo el día en la estación sin que nadie lo notase, pues era un muchacho de aspecto bastante normal, siéndole fácil pasar desapercibido.
-Eres el Loco, ¿verdad?
-Así me conocéis vosotros, sí –fingió una risa.
Quién lo iba a pensar… Un joven completamente normal, al menos físicamente. Looker confirmó así, una vez más, que no debía fiarse del aspecto de la gente.
-Quedas detenido por…
-Quieto ahí, no tan rápido –lo interrumpió el Loco.
El policía no podía distinguir la expresión dibujada en el rostro del asesino.
-¡He dicho que estás detenido! –gritó con voz muy firme, apuntándole con la pistola.
-¿Crees que es tan fácil? Muchos lo han intentado ya. Pero… -empezó a reír de nuevo, otra vez esa risa tan malvada-. No lo consiguieron, obviamente. Los hice desaparecer.
El Loco avanzó un paso y el policía retrocedió inconscientemente. No supo definir si lo hizo por precaución o por miedo.
-Eres un psicópata –murmuró Looker-. Y no saldrás de ésta. Tu sitio está en la cárcel. O en el manicomio.
-Oh, claro que soy un psicópata, y por supuesto que saldré. Siempre salgo. Además –levantó un dedo, imitando a un maestro de escuela-, te mostraré cómo. Serás afortunado.
Con una rapidez asombrosa, el Loco movió su brazo. Looker percibió muy brevemente un destello metálico: era el brillo de una pistola. Levantó la suya propia, preparado para disparar en defensa propia, cuando una segunda sombra cruzó corriendo el andén. Solo la vio Looker y, en tres segundos, la misteriosa figura levantó lo que parecía ser una barra larga, descargando un fuerte golpe sobre la cabeza del Loco, que quedó aturdido y dejó caer la pistola. El asesino se giró para intentar ver a su agresor, pero no le dio tiempo: el agente fue testigo de cómo la misteriosa tercera persona tumbaba de un puñetazo al joven, que cayó inconsciente al suelo. Tras ello, oyó que su salvador murmuraba, con voz grave:
-Kaputt.
-¿Quién eres? –inquirió Looker, aún con el arma en la mano y apuntando al recién llegado.
Con la ayuda de su móvil consiguió iluminar un poco la escena. El Loco (Looker pudo comprobar que era moreno) estaba tirado en el suelo, con la nariz sangrando por el puñetazo que había recibido. A su lado, una barra partida en dos. ¿Barra? “¡Le ha partido una fregona en la cabeza!”, pensó, sin saber cómo tomárselo. Era obvio que aquella persona había cogido lo primero que había encontrado, pero ¿una fregona? Aquello era surrealista. Entonces miró, por fin, a la misteriosa figura que se había parado frente a él.
-¡¿Emmet?!



***

Como un cuento de hadas, pero sin las hadas.

5 comentarios:

  1. El mochoooo *-*
    Voy a seguir leyendo, que la cosa está interesante~~

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  2. WOWOWOWOWOWOWOWOWOWOWO!!! Vale, me gusta, mucho, digo mocho roto... xDD Es un capítulo interesante y bien formado. Tengo ganas de seguir leyendo y lo haré, ahora en un rato o mañana, pero vamos, eres magnífica escribiendo ;D

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