Irene subió las escaleras de la estación
lentamente. Aún pensaba en lo que le había dicho Ingo. No se había fijado en la
otra entrenadora, pero cuando ella lo retó por primera vez, sí pareció
observarla con cuidado y gran atención. No conseguía entenderlo, pues ella no
creía ser nadie importante, ni se consideraba guapa o simpática. Desde luego,
no destacaba por tener seguridad en sí misma. Se preguntaba qué pensaría Ingo
de ella, y la duda la frustraba enormemente.
Caminó por la amplia e iluminada avenida
mientras le daba vueltas en su cabeza. Perdida en sus pensamientos, se iba
fijando en las baldosas de la acera sin prestar atención a su alrededor. Sí
percibió, sin embargo, que había poca gente paseando por allí, lo cual achacaba
al hecho de que era tarde y se habrían retirado a cenar a sus casas, protegiéndose del frío y descansando. Ella
también se sentía fatigada, pero no tenía hogar al que regresar, y eso la llenaba
de melancolía. Al menos podría ir al Centro Pokemon, comer algo (con un poco de
suerte en compañía de Looker) y dormir.
Tenía su atención fija en los coches que
cruzaban los puentes a lo lejos cuando oyó unos pasos tras ella. Tardó en
reaccionar el tiempo suficiente para verse incapaz de defenderse de un fuerte
golpe en su espalda que la tiró al suelo. Quedó tumbada sobre las frías
baldosas, aturdida por el dolor. Intentó girarse para ver a su atacante, pero
antes de poder identificarlo recibió una patada en el estómago que la dejó sin
aire. Se retorció en el suelo, encogiéndose como pudo para protegerse de las
patadas que seguían llegando. Poco después, los golpes cesaron, al principio
sin motivo aparente. Unos segundos más tarde, la joven escuchó los quejidos de
otra persona tras ella. Con gran esfuerzo trató de ver qué ocurría. Entre sus
lágrimas distinguió a dos figuras que forcejeaban y peleaban. Uno de ellos era
bajo, al menos en comparación con su rival, que parecía muy alto. Aun con todo,
no era capaz de reconocer a ninguno de ellos. El alto engañó a su contrincante
con una finta para seguidamente asestarle un enérgico puñetazo en plena cara.
No contento con ello, también le propinó una patada en la entrepierna, que dejó
al bajo en el suelo, tumbado y gritando de dolor. El ganador se inclinó sobre
el otro. Irene intentó incorporarse para ver qué más ocurría, pero se mareó por
el fuerte dolor y cayó de espaldas. Allí, tendida en el frío suelo, lloró,
indefensa.
-¡Irene! –oyó decir a alguien.
Al instante siguiente apareció una persona
que se acercó a ella.
-Irene, ¿estás bien?
Ella enfocó la mirada todo lo que pudo. Era
el hombre alto.
-Por favor, dime algo… Lo que sea –añadió,
desesperado.
Por fin logró distinguir algo. Unos ojos
grises.
-¿Ingo…? –murmuró con dificultad.
-Aquí estoy –respondió-. ¿Cómo estás?
-Fatal… -consiguió decir ella.
-Tranquila. No pasa nada. Todo irá bien
–trató de calmarla.
Ingo cogió su móvil y llamó a alguien.
-¿Looker?... Han atacado a Irene… Le han
dado unos cuantos golpes… Está aturdida… ¡¿Quieres calmarte!? Tienes que venir.
Estoy en la avenida que va de la estación al Centro Pokemon, a medio camino… Me
da igual a quién llames, ¡pero date prisa!... No, no traigas una ambulancia. No
vendrán por algo así… ¡Porque lo sé, joder! ¡Ven ya! Yo mismo la llevaré al Centro
Pokemon, allí la atenderán, pero VEN.
Colgó, enfadado. Miró de nuevo a Irene y le
puso la mano en la cara, limpiándole las lágrimas.
-¿Puedes decirme qué te duele?
El brusco cambio de un tono de gran enfado
a otro mucho más suave cogió por sorpresa a la muchacha.
-La cabeza… -contestó, no queriendo enojar
al hombre.
Sintió la garganta seca, pero empezaba a
ver con mayor claridad que al principio.
-Y el estómago… -añadió-. La espalda. Todo.
-Joder –maldijo él-. Pero no tienes nada
roto, ¿verdad?
-Creo que no.
-Si lo crees, es que posiblemente no lo
tengas. ¿Puedes moverte?
Irene intentó mover las extremidades. Le
dolían, pero no le impedía el movimiento.
-Tranquila, sin prisa. Con suavidad. ¿Crees
que podrías incorporarte?
-Antes lo he intentado, pero…
No puedo continuar. Tragó saliva. Aún
estaba confusa.
-¿Si te ayudo podría levantarte?
-Yo qué sé… -se quejó ella.
Oyeron unos gritos de fondo, procedentes
del atacante.
-¿Quién es él…? –preguntó Irene.
-Nuestro querido amigo el mafioso.
-Me lo imaginaba…
Ingo la miró fijamente. Se inclinó aún más
sobre ella y le dijo al oído:
-Avísame si te hago daño.
Deslizó su brazo bajo la cabeza de la
joven. Ella no dijo nada. Ingo palpó entre su pelo, pero no notó nada raro.
-No hay herida.
Pasó el otro brazo bajo los hombros de la
chica y la levantó con delicadeza. Irene gimió levemente, pero no se quejó más.
Se sentía bastante mareada y sin querer se apoyó en el hombro de Ingo.
-¿Todo bien? –preguntó éste.
-Creo que sí. Aunque mareada.
-Vale. No te muevas.
La sujetó mejor entre sus brazos,
procurando no hacerle daño. Notó la cabeza de la joven contra su hombro, y
dedujo que la cabeza le estaba dando muchas vueltas. La atrajo hacia él con la
mano para evita que se cayera. Así de juntos esperaron la llegada de Looker en
la fría noche.
La espera se les hizo eterna. Cuando por
fin vieron llegar al policía, que iba acompañado de otros dos agentes (uno de
ellos era Smith), suspiraron aliviados. Al ver a la chica herida, Looker se
alteró aún más.
-¿Cómo se encuentra? –preguntó, frenético.
-Bien –contestó Ingo, sosteniéndole una
mirada defensiva.
-No tiene pinta de estar bien –le reprochó
Looker.
-No es grave. Tú encárgate de ése –señaló
al matón, que estaba tumbado bocabajo en el suelo, sus manos esposadas a la
espalda.
-¿Qué hace esposado? –inquirió el policía,
incrédulo.
-Encárgate de ése –repitió Ingo con tono
amenazante-. Tengo que llevarla al Centro Pokemon.
-Estaré bien –susurró Irene, en un intento
de apaciguar al alterado agente.
Looker la miró preocupado, pero accedió sin
rechistar.
-Cuida de ella, o te las verás conmigo –le
espetó al jefe del metro.
Éste lo miró malhumorado, pero, sin
retrasarse ni un segundo más, elevó en brazos a la pelirroja y caminó a paso
rápido en dirección al Centro Pokemon.
-Tienes varios hematomas –la informó la
enfermera que la trataba.
-¿Hematomas? –aún estaba confusa y no
comprendía ciertas palabras de un lenguaje que no era el suyo propio.
-Cardenales –aclaró ella.
-Esa cosa morada negruzca que sale cuando
te han linchado –intervino Ingo.
La enfermera lo atravesó con la mirada.
-No deberías estar aquí –le regañó.
-Intenta echarme –la retó él.
-Podrías incomodarla.
-No me incomoda –dijo Irene.
La enfermera suspiró, resignada.
-Está bien, pero tendrás que quitarte la
ropa.
La joven se ruborizó e Ingo fingió
sorprenderse.
-¿Sigues queriendo que se quede?
Irene dudó unos instantes, pero asintió.
-Yo creo que le da la misma vergüenza la
mire quien la mire –opinó el jefe del metro-. Le revisaré la espalda.
-No eres médico.
-Tú tampoco.
La enfermera bufó, molesta. No sabía cómo
quitarse a aquel hombre de encima.
-He curado a mucha gente a lo largo de mi
vida. Unos moratones no me suponen ningún problema -justificó el hombre.
La revisaron durante unos minutos. Además
de los golpes, tenía un raspón en una pierna, pero por lo demás se encontraba
bien, sin sufrir ningún daño grave. Bastaría con que descansara un par de días.
La enfermera le dio algo para el dolor y la mandó a dormir.
Ingo se ofreció a acompañarla hasta su
habitación, ya que a ella aún le costaba caminar. Irene, venciendo su
recurrente timidez, se atrevió a apoyarse sobre él, rodeándole la cintura con
el brazo. Rezó para que no apareciera Looker y los viera en semejante posición,
o pensaría bastante mal. Para hacer más ameno el recorrido, le preguntó al alto
hombre:
-¿Cómo es que apareciste cuando me
atacaron?
-Te estaba siguiendo. ¿De verdad pensabas
que te dejaría ir sola sin más? Ya has visto que tenía motivos para vigilarte.
Irene no respondió. Vigiló el suelo para
evitar tropezar y caerse, aunque también quería evitar la mirada de Ingo.
-…Gracias por ayudarme.
El hombre aprovechó que ella no lo
observaba para dedicarle una pequeña sonrisa. Fue entonces cuando llegaron a la
puerta de la habitación.
-Te ayudaré a acostarte –se ofreció él.
-No hace falta…
-La última vez que dijiste eso te dieron
una paliza pasados cinco minutos.
-Touché. Adelante.
Ingo abrió la puerta y le cedió el paso a
la muchacha. Cuando cerró la puerta tras él, comprobó que Irene no sabía muy
bien qué hacer. Lo atribuyó a una confusión que no había desaparecido aún tras
el ataque que había sufrido la joven. Decidió llevar las riendas de la
situación y la sentó en la cama junto a él.
-Hablemos.
-¿De qué?
-¿Por qué te han atacado?
La obligó a mirarlo a los ojos. Ella no
supo qué decir.
-Te dije que… -parpadeó-. Que no te
metieras.
-Le acabo de partir la cara a un mafioso.
Me gustaría saber por qué.
-Pues porque me ha atacado –lo eludió ella.
-¡No jodas! –exclamó con sarcasmo-. ¿Y hay
un motivo para que te ataque?
-No lo sé.
-Sí lo sabes –presionó él.
-No, no lo sé.
Ingo se acercó aún más a ella, sin dejar de
clavarle la vista.
-Me dijiste que era peligroso. Sé que sabes
por qué te han atacado. Además, cuando me preguntaste quién te había atacado,
no te sorprendió mi respuesta. No intentes jugar conmigo.
-Eres muy inteligente –lo alabó ella.
-Es de las pocas cosas buenas que me dicen.
¿Y bien…?
El rostro de Irene pasó a demostrar
tristeza tras haber estado a la defensiva. Había admitido que no tenía
escapatoria con ese hombre.
-Me importas, Ingo –murmuró-. En serio. Me
importas muchísimo. No quiero que te ocurra nada por mi culpa.
El jefe del metro relajó un poco la tensión
que tenía acumulada en todos los músculos de su cuerpo.
-Si para que no me hagan daño te tienen que
dar una paliza, me vas a permitir que discrepe.
-Es muy peligroso… -se lamentó ella.
-Ya me lo has dicho. Sin embargo, llevo
muchos años lidiando con situaciones peligrosas, y aquí sigo.
-Nunca he permitido que nadie se meta en
mis asuntos –objetó Irene, frunciendo el ceño.
-Excepto Looker, por lo que he visto.
-Sí, bueno… Él es policía y me salvó.
-Yo te acabo de salvar también.
A pesar de su angustia, Irene no pudo
evitar reír ante semejante obviedad.
-Tienes razón. Eres tan atento a todos los
detalles… No se te escapa ni una.
-Es mi trabajo.
-Pero no puedo contarte nada.
-¿Y a Looker sí?
-Él investiga mi caso.
-Lo cuál me confirma que tú eres la
víctima, como me temía. Aunque sería correcto decir que ya lo sabía.
Irene abrió la boca para replicar, pero no
llegó a decir nada. Odiaba no ser capaz de desviar el tema, e Ingo era experto
en traerlo de vuelta a la conversación. Sus ojos grises la quemaban con tal
intensidad que tuvo que apartar su vista de ellos.
-Creo que tú y yo nos parecemos –dijo
entonces Ingo-. Somos diferentes a los demás y hemos vivido varios peligros, si
no me equivoco. De alguna manera, puedo comprenderte mejor que al resto de la
gente, aunque no sepa muy bien por qué.
-Yo… También creo comprenderte –admitió
ella con timidez.
Ingo esbozó una pequeña sonrisa.
-Lo que no entiendo es por qué alguien
querría hacerte daño. Si nunca te has metido con nadie, que yo sepa.
-Porque… ¿No me estarás diciendo eso para
hacerme la pelota y que te lo cuente?
El jefe del metro abrió mucho los ojos,
estupefacto.
-No digas gilipolleces –la recriminó.
La tomó de la mano en un intento de
aportarle algo de seguridad.
-Está bien si no me lo quieres contar, no
voy a obligarte. Sin embargo, pienso que a veces nos reprimimos mucho y
necesitamos a alguien con quien desahogarnos. Puede que sea un pesado, pero
quiero que sepas que no estás sola.
Ella le apretó la mano inconscientemente.
-Es que… No es que no confíe en ti. Es que
no quiero que te ocurra nada.
-¿Y qué podría ocurrirme? –quiso saber él.
-Cosas muy malas.
-¿Peores que ser yo mismo?
-¡No digas eso! –exclamó ella, preocupada.
Ingo quedó impresionado por la reacción de
la chica. Estaba tan acostumbrado a pensar lo peor de sí mismo que no había
esperado que le llevasen la contraria.
-¿Por qué siempre dices esas cosas?
–continuó protestando ella-. Es como si te odiases.
-Es que me odio –admitió él.
-¿Por qué? –cuestionó Irene, cada vez más
triste.
-Porque todo el mundo me desprecia, supongo
–contestó con un hilo de voz.
-No. Yo no. Yo te admiro. Eres un buen
hombre. Me tratas bien, me ayudas y te preocupas por mí. Además, eres fuerte,
inteligente e interesante. Y ni se te ocurra decir que me equivoco.
Ingo la contempló con una mezcla de
aflicción y asombro. No encontraba las palabras adecuadas para expresarse.
Decidió arreglarlo inclinándose sobre ella y abrazándola con fuerza, sintiendo
por primera vez en mucho tiempo una necesidad irremediable de obtener calor
humano. Aunque Irene no había esperado una reacción semejante, lo rodeó con sus
brazos, tratando de consolarlo.
-¿Ves por qué no entiendo que alguien
quiera hacerte daño? –le murmuró al oído.
Ella lo apretó más, atrayéndolo hacia su
dolorido cuerpo. Permanecieron juntos unos segundos más antes de separarse,
recuperando la compostura inicial y volviendo a quedar cara a cara.
-¿Estás bien? –preguntó Irene.
Él asintió enérgicamente.
-¿Vas a contármelo o me voy ya?
-¿Contarte qué?
-Por qué te han atacado.
La pelirroja suspiró, agotada.
-Mira que eres pesado.
-Es una de las razones por las cuales la
gente me odia.
-Oh, venga, ni se te ocurra empezar otra
vez…
-Está bien, me iré.
Estaba a punto de levantarse cuando Irene
lo cogió del brazo y lo retuvo.
-Seguirás insistiendo hasta que te lo
cuente, ¿verdad?
-Sí.
-¿Y seguirás metiéndote en mis asuntos y
peleándote con matones aunque no sepas de qué va la cosa?
-No lo dudes.
-Vale. Sabes que Looker y yo perseguimos a
una mafia, ¿no?
-Ah, ¿Qué me lo vas a contar?
Irene apretó los labios, enfurruñada. En
ocasiones aquel hombre ponía a prueba su paciencia.
-¿Vosotros perseguís a la mafia? –comentó
él-. Parece lo contrario.
La joven lo atravesó con la mirada.
-Vale, ya me callo. Cuéntame.
Capítulo increíble, creo que es mi favorito hasta ahora.
ResponderEliminarMe han encantado las conversaciones Irene-Ingo *-*
Qué ganas de leer el siguiente ^^
Muchas gracias ^^
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