Looker y Smith habían llevado al matón a la
comisaría. Éste tenía la nariz rota, pero, por lo demás, estaba en perfecto
estado, como demostró al resistirse a que se lo llevaran, a pesar de las
esposas que lo aprisionaban.
-Ha tenido suerte –comentó Matt-. Ingo no
se suele conformar con solo romperle la nariz a alguien.
-Vaya fama tiene el señor –opinó el agente
más mayor-. Aunque no me extraña, ya lo he visto en acción antes. ¿Y de dónde
ha sacado las esposas?
-Ah, él siempre lleva unas encima. Ya
sabes, es también como un “segurata” del metro.
-Y también me he fijado en que lleva armas.
¿Tiene licencia?
-Sí, no te preocupes –rio Smith.
-Este tío se cree que es policía –gruñó
Looker.
-Bueno, en el fondo nunca dejó de ser un
militar. Pero no se le da mal.
-Claro, pelearse con todos se le da de lujo
–se quejó-. ¿Pero por qué dejó de ser militar?
-No lo sé muy bien, es un asunto que nunca
ha quedado claro. Creo que tuvo algún problema dentro del ejército y se vio
obligado a dejarlo por algo más “tranquilo”. No, no me mires así –volvió a
reír-. Ya sé que estás pensando que no te extraña que tuviera problemas.
-Maldita sea. Es que todo lo que oigo sobre
él es malo. Y encima Irene se ha aficionado a juntarse con él.
-No te preocupes, Looker. En el fondo es un
buen tío. Cuidará de ella, ya lo verás.
-Ojalá no te equivoques…
Tras esa breve conversación, ambos
agentes entraron en la sala de interrogatorios, donde el mafioso los esperaba.
Cuando pasaron, notaron la mirada asesina del detenido sobre sus nucas, pero no
se acobardaron. Tenían mucha información que obtener.
-Llevo huyendo de la mafia desde que tenía
ocho años.
-¿Cuántos tienes ahora? –preguntó Ingo con
suavidad.
-Diecinueve.
-Es mucho tiempo huyendo… ¿Por qué lo
haces? ¿Es que querían que pertenecieras a ellos y te negaste?
-No. Aún era muy pequeña para decidir eso.
Simplemente pensaron que yo estaría mejor muerta.
-Entiendo muy bien qué es eso –murmuró él.
Ella asintió en silencio.
-¿Quién quería matarte?
-El capo de la mafia. Es mi padre –susurró
Irene, el miedo en su voz.
Ingo se quedó pasmado al oír dicha
revelación.
-¿Tu propio padre? Jamás hubiese podido
imaginar que un padre pudiera querer matar a su hija…
-Mi caso es una excepción. Nunca me quiso
tener. Mi existencia simplemente le molestaba, pero logré huir a tiempo. Desde
entonces la mafia me persigue para matarme.
-¿Simplemente por existir? –repitió él,
incrédulo.
-Sí… Puro odio irracional, supongo. Es una
persona muy violenta, un psicópata, un inestable mental.
A Ingo le vino a la mente el recuerdo de la
joven diciendo que la pegaban.
-Entiendo… ¿Y un día decidiste huir, así
sin más?
Irene permaneció muda unos segundos,
ordenando sus ideas y memorias en su mente.
-Mi padre me había amenazado de muerte
–hizo una pausa-. Hui sin pensármelo dos veces. Estaba aterrorizada porque
sabía de qué era capaz él. Tardé unos días en comprender realmente qué había
ocurrido. Estaba perdida en el bosque, herida, cansada y hambrienta. Por
suerte, conocí a mi Skarmory, que aún era pequeño. Lo curé, ya que tenía una
herida, y él decidió acompañarme, así que dejé de sentirme tan sola a partir de
entonces. Fue gracias a él como pude comenzar a librar batallas pokemon y a
ganar dinero, que fui ahorrando poco a poco, a la vez que lo usaba para
conseguir comida y algo de ropa. Juntos nos fuimos haciendo más fuertes,
pasando por muchos momentos difíciles pero sin dejar de confiar en nosotros
mismos. Según íbamos ganando más y más batallas, así como dinero, conseguíamos
viajar a lugares más lejanos.
>>A lo largo de mi viaje pude conocer
a los habitantes de los pueblos y ciudades por los que pasaba. Hubo varias
personas que me ayudaron, bien dándome de comer cuando no tenía apenas nada,
bien curándome las heridas, bien aconsejándome seguir ciertas rutas en lugar de
otras. Por desgracia, nunca se lo pude agradecer debidamente, así que al menos
me aseguraba de que no les ocurriera nada por mi culpa. Era consciente de que, por
mucho que me alejara de casa, siempre había alguien que me perseguía y me
vigilaba constantemente. Al menos, como mi equipo pokemon fue creciendo y
haciéndose más fuerte, me ayudaban a defenderme mejor y a escapar en las
situaciones más arriesgadas.
-Y has pasado todos estos años huyendo sin
parar.
-Sí.
-Ha debido de ser muy duro…
-He tenido momentos buenos y malos, pero
siempre he seguido adelante con la esperanza de que un día todo terminará y
podré vivir en paz. Solo quiero tranquilidad, no pido mucho más. Suerte que he
tenido a mis pokemon a mi lado siempre, no sé qué habría hecho sin ellos.
-Eres muy optimista…
-Intento serlo. No tengo mucho a lo que
agarrarme.
El rubio hombre la contempló, presa de una
mezcla de preocupación y tristeza que le presionaba el pecho.
-¿Cuándo conociste a Looker?
-Hace unas semanas. Yo aún estaba en Hoenn
y un mafioso me atacó. Pensé que era mi fin cuando unos policías aparecieron,
entre ellos Looker. Él me había estado investigando y decidió protegerme a
cambio de que le diera toda la información posible. Juntos cogimos
inmediatamente un barco que nos trajo a Unova. Pensábamos que aquí estábamos
seguros, pero la mafia volvió a aparecer. Nosotros aún estábamos en Castelia y
fue cuando nos trasladamos aquí.
-Y después fue cuando nos conocimos,
imagino.
Irene asintió.
-Ya veo. Pues sí, el asunto es serio.
-Es muy peligroso –dijo ella con voz
grave-. Ahora que lo sabes debes guardar el secreto. Finge que nunca has oído
nada sobre este tema y no intervengas, pase lo que pase.
-Que te lo has creído –contestó él, burlón.
Irene se puso de morros y se cruzó de
brazos, aunque desistió inmediatamente de lo último cuando notó un fuerte dolor
en todo su cuerpo.
-Como te pase algo te mato –amenazó, pues,
ya que no podía demostrar su inconformismo de forma no verbal.
-Mira como tiemblo –dijo él con ironía-.
¿Algo que añadir?
Ella negó con la cabeza.
-Pues a dormir –ordenó.
La joven se levantó y se dirigió al baño
para cambiarse de ropa. Mientras tanto, Ingo le preparó la cama para no obligarla
a hacer esfuerzos innecesarios.
-¿Ahora te da vergüenza que te vea y antes
no? –quiso saber Ingo, hablándole desde el otro lado de la puerta.
-Es que antes también me daba…
-Pero aun así me dejaste verte.
-Era un caso especial. Yo estaba confusa y
tú actuabas como un médico –explicó ella.
Ingo frunció el ceño, pensativo. La chica
no dejaba de tener razón: cuando se trataba de curar heridas, contemplaba los
cuerpos de la gente desde otro punto de vista, mucho más objetivo.
-¡Auch!
-¿Estás bien?
-Sí… Ya salgo.
La puerta se abrió y salió Irene con un
pijama oscuro. Se quejó del frío que hacía.
-No sabía que supieras tratar a gente
herida.
-Estuve en el ejército y me tocó curar a
varias personas.
-¿Se te daba bien?
-Sí… Digamos que tenía bastante estómago y pulso.
Aunque en caso de necesidad, todo vale.
-Ahm. Pues no sabía que hubieses estado en
el ejército, aunque sí pensé que caminabas como un militar.
-¿Cuándo has pensado eso? –preguntó él,
visiblemente extrañado.
-Cuando nos conocimos en el metro –respondió
ella, con una alegre sonrisa.
-Venga, basta de charla. A dormir.
Irene se deslizó entre las sábanas e Ingo
la arropó con suavidad.
-¿Te cuento un cuento? –bromeó él.
La muchacha lo miró con timidez, apretando
entre sus puños un trozo de sábana.
-Nunca me han contado un cuento –murmuró
con tal inocencia que al alto hombre se le escapó un suspiro.
-Lo siento, no me sé ninguno… Pero, si
quieres, buscaré alguno para la próxima vez.
Irene asintió, ilusionada.
-Ahora toca descansar. Buenas noches.
-Buenas noches, y gracias por ayudarme
tanto.
El jefe del metro sonrió, se inclinó por
última vez sobre ella y le dio un dulce beso en la frente. Le divirtió notar
que Irene se sonrojaba. La miró y comprobó que estaba bien antes de apagar la
luz y cerrar la puerta. Sabía que nadie entraría allí ni le haría daño; era un
Centro Pokemon muy seguro. Finalmente cerró la puerta y volvió a la Estación
Radial, donde aún le quedaba trabajo por hacer.
Looker y Smith trataron de sacarle toda la
información posible a Guido, pero éste no estuvo por la labor. A pesar de las
amenazas que recibió por parte de los policías, no soltó prenda durante la hora
en la que estuvo en la sala de interrogatorios.
-Mi jefe me mataría si llegara a hablar.
Igualmente, no pienso traicionarlo.
-Hables o no, irás a la cárcel, y lo sabes.
Pero si nos cuentas ciertas cosas, podríamos reducirte la pena. Has intentado
asesinar a una persona, y no vas a salir impune.
-Yo no iba a asesinarla. De eso se
encargará mi jefe.
-¿Por qué quiere matarla tu jefe? –preguntó
Looker.
-Lo sabes perfectamente. Pregúntale a ella
si quieres.
El agente moreno frunció el ceño.
-¿Y qué me dices de las drogas? –intervino
Smith-. ¿Dónde estáis actuando por ahora?
-No lo sabrás.
-Irás a la cárcel.
-Pues sí –respondió Guido con gesto burlón.
Smith bufó y miró de reojo a Looker, que le
hizo una seña para que salieran de la sala. Una vez fuera, le dijo:
-Déjalo, Matt. Todos actúan igual: son tan
fieles a su “familia” que prefieren ir al a cárcel antes que irse de la lengua.
No es la primera vez que me pasa. Tendremos que seguir confiando en los de
dentro.
-Vale. ¿Y qué hago con éste? –preguntó
Smith, señalando con la cabeza la puerta de la sala de interrogatorios.
-Que pase la noche entre rejas, y el resto
se verá en el juicio.
-Está bien. ¡Ah! –gritó cuando Looker
estaba a punto de marcharse-. Los de dentro enviaron algo antes. Con todo el
ajetreo se me olvidó decírtelo.
-¿Y qué es? –preguntó Looker, frunciendo el
ceño.
-Solo lo he mirado por encima, pero parece
una lista –explicó Smith.
-¿Una lista de qué?
-De nombres. Pero no se me ocurre quiénes
pueden ser.
Looker permaneció pensativo unos segundos.
-Luego lo miro. Buenas noches, Matt.
Cuando el policía regresó al Centro
Pokemon, lo primero que hizo fue preguntar a las enfermas sobre el estado de
salud de Irene. Para su alivio, le dijeron que todo estaba en orden.
-Su acompañante cuidó bien de ella. Aunque
era un borde –le comentó la enfermera que había tratado las heridas de Irene.
-Ah, Ingo… -se lamentó el policía.
Seguidamente continuó su rumbo hasta su
habitación, donde dejó su abrigo y sus pertenencias. Después salió
sigilosamente al pasillo y llamó con suavidad a la puerta de la habitación de
Irene, que se encontraba justo enfrente de la suya. No oyó respuesta, por lo
que se coló en la pequeña estancia con gran sigilo. Irene no tardó en despertar
al notar la presencia del policía en su habitación.
-Hola… -saludó, soñolienta.
-¿Por qué no has cerrado la puerta por
dentro?
-Ingo no dijo nada. Supongo que será
seguro.
-Toda precaución es poca. La próxima vez
que lo vea le echaré la bronca.
-Ay, déjalo… No pasa nada.
-Sí pasa –replicó él-. ¿Y si entra alguien
a mitad de la noche, qué?
-Bueno, supongo que pensó que tú querrías
entrar a verme o algo. Además, si alguien quisiera hacerme daño, colarse por la
ventana es lo más sencillo del mundo.
Looker suspiró.
-Vale. ¿Cómo te encuentras?
-Un poco dolorida, pero nada grave.
-El matón que te ha atacado no nos ha dicho
nada, pero pasará la noche en la cárcel, así que no hay de qué preocuparse por
ahora.
Irene asintió. Se sentía bastante
tranquila.
-¿Y qué tal te ha tratado Ingo? –preguntó
con tono escéptico.
-Pues bien –respondió ella, serena-. Me ha
ayudado mucho. Aun así se ha puesto pesado y he terminado contándole lo de mi
huida.
-Espero que no sepa más que yo, o me
enfadaré.
-Nah –contestó, con una sonrisa soñolienta.
-Bueno, te dejo que vuelvas a dormir. Estoy
enfrente si me necesitas.
Anduvo hasta la puerta, pero antes de
llegar oyó a Irene dándole las buenas noches mientras se acurrucaba entre las
sábanas de nuevo. Looker creyó escuchar, además, que ella murmuraba “espero que
estés bien tú también”.
-Buenas noches –se despidió, con una
sonrisa sincera, y cerró la puerta.
Volvió a su habitación y encendió su
ordenador portátil. Comprobó la información nueva que le había llegado,
buscando con especial interés la lista de la que le había hablado Smith. Cuando
la encontró, la abrió y la leyó con gran atención. Era una lista con los
nombres de todas las víctimas mortales de la mafia. Según el policía infiltrado
que se la había facilitado, Gianni Bianchi apuntaba siempre el nombre de las
personas que asesinaba, dónde se había cometido el crimen y cómo. Era un
listado macabro, pero útil para el agente, pues así podría identificar a las
víctimas y unir lazos entre ellas. Dedujo que aquella información no habría
sido fácil de obtener, pues el infiltrado habría corrido gran riesgo de ser
descubierto. Dando gracias por la suerte que había tenido su compañero de no
haber pasado asimismo a la lista como una víctima más, se dispuso a investigar
el preciado documento.
La mayoría de los nombres que allí
constaban eran bien italianos bien procedentes de habitantes de Hoenn. Era
lógico, pues era en ambos lugares donde la mafia había tendido su red criminal.
En varios casos, no había quedado registrado gran número de detalles acerca de
las muertes. Muchas de ellas habían ocurrido hacía mucho tiempo,
aproximadamente veinte años atrás. Looker tuvo en cuenta este detalle y agrupó
a las víctimas según la fecha en la que habían muerto.
Gracias a este descubrimiento pudo fijarse
también en que las muertes más detalladas se diferenciaban o porque habían
ocurrido en una fecha anormal o porque, por alguna razón, las víctimas no
cuadraban con el perfil que el policía había creado para ordenar los asesinatos.
Una muerte violenta y descrita con exactitud de detalles, que estuvieron a
punto de revolver el estómago al policía, era la de un conde francés llamado
Guillaume Benoit. La razón por la cuál Gianni la había tomado con él era
simple: el conde, en un arranque de soberbia, había hecho comentarios ofensivos
acerca de la mafia. El capo no dudó en vengarse y exhibir la muerte del rico
hombre como trofeo. Otra de las muertes violentas era la de un matrimonio
formado por Albert y Marlene Zimmermann. Sus muertes habían tenido lugar veinte
años atrás, como las de la mayoría de las víctimas. Al parecer, era un
matrimonio que controlaba una serie de vías de comunicación y se negaron a
colaborar con la mafia. Los descuartizaron en el interior de un tren, dejando a
tres hijos huérfanos.
La última muerte que Looker investigó
aquella noche lo dejó completamente perturbado. Allí, en la lista, constaba el
nombre de Giulia Bianchi. La mujer de Gianni. La madre de Irene. La fecha de su
asesinato coincidía con la edad a la que Irene había huido de su casa.
¿Tendrían ambos acontecimientos algo que ver? Cerró el portátil y decidió
acostarse, esperando poder descansar tras un día duro. Necesitaba asimilar toda
la información, en concreto el duro golpe de conocer la muerte de la madre de
la pelirroja, y decidir cómo abordar el tema ante la joven.
Eran más de las once de la noche, pero Ingo
seguía encerrado en su pequeño despacho. Era tan disciplinado que había
conseguido apartar de su mente cualquier pensamiento para seguir con el papeleo
sin ninguna distracción. Ahora, sin embargo, una vez terminadas sus tareas, el
caos volvía a su mente y necesitaba ordenar sus ideas como fuera. El primer
paso era tranquilizar su alma trastornada, por lo que se levantó de su silla,
se acercó a paso lento hasta una estantería y abrió una pequeña puerta en ésta.
Allí descansaba su viejo violín, bien protegido en su funda y cuidado con
esmero, como demostraba su reluciente madera. Lo tomó con delicadeza y probó a
sonarlo. Por suerte seguía bien afinado, aunque no lo tocara todos los días.
Con gran calma improvisó una lenta sinfonía que pudo oírse en toda la zona que
rodeaba el despacho. La música recorría cada músculo y nervio de su cuerpo,
fundiéndose éste con la triste melodía. Cuando tocaba, el mundo desaparecía de
su alrededor como por arte de magia. Al finalizar su composición, habiendo
perdido la noción del tiempo, miró a su alrededor. En el sofá estaba sentado
Emmet, que lo contemplaba con una sonrisa que denotaba gran curiosidad. Era
obvio que no lo había oído entrar al despacho, aunque no era la primera vez que
tal cosa sucedía.
-¿Ha ocurrido algo, Ingo?
El hombre del uniforme negro miró fijamente
a su hermano pequeño, que no se había movido ni un milímetro del sofá.
-Una persona me necesita.
-¿Quién?
-Una mujer.
Emmet pareció sorprendido.
-No me habías contado nada. ¡Una mujer, tú!
Pensé que no llegaría el día en que dijeras eso.
-No digas tonterías. Ni que fuera la
primera.
-A ninguna le has compuesto una melodía con
el violín.
Ingo sonrió. Podría decirle a su gemelo que
tocaba para calmarse, pero Emmet sabía bien que la necesidad de sosiego
provenía de la preocupación. Solo la inquietud provocada por una persona
especial podía causar una melodía así de triste.
-Ella es diferente.
-¿Cómo de diferente?
-Dice que le importo –explicó Ingo,
sonriendo amargamente.
Un gesto de simpatía cruzó el rostro del
hombre vestido de blanco.
-¿Y ella a ti?
Ingo reflexionó unos segundos antes de
responder:
-Demasiado para conocerla desde hace solo
tres días. Es extraño, porque no deja de ser una desconocida, pero tengo la
sensación de comprenderla mucho mejor que a ninguna otra persona. Estoy tan
confuso…
-El tiempo lo dirá todo, supongo –opinó
Emmet.
-Pero el tiempo no juega a nuestro favor
–se lamentó.
-¿Por qué dices eso?
-Ya te dije que me necesita. Una mafia la
persigue para matarla. Ya han estado muy cerca de lograrlo dos veces, si no
más. No puedo permitirlo. No como hombre de acción que soy.
-Más bien eras –remarcó Emmet-. No eres un héroe, y lo que cuentas suena
ciertamente peligroso.
Ingo caviló mientras pellizcaba suavemente
las cuerdas del instrumento.
-Sabes bien que he estado muerto mucho
tiempo –le recordó.
El rostro de Emmet se ensombreció al oír
las últimas palabras.
-Ella arrojó luz en un túnel que llevaba
años sumido en la oscuridad –relató Ingo con sombría lentitud-. Me hizo ver que
aún queda alguien que confía en mí. ¿Cuánto más habría aguantado la vida si
ella no hubiera aparecido?
-Llevas mucho tiempo sin aguantarla –murmuró
Emmet, atormentado.
Ingo cerró los ojos con pesar. Aquellos
reproches le hacían sentir una culpabilidad insoportable. Cuando volvió a
abrirlos, dirigió su mirada a su muñeca izquierda, en la cual relucía su
elegante reloj de acero. Retiró la vista inmediatamente, dándose cuenta de que
su hermano había contemplado el mismo sitio que él. Sintió una punzada en el
estómago.
-Ahora tengo una motivación en la vida. Sé
que no es fácil, pero si puedo sacar lo mejor de mí para ayudar a alguien que
me importa…
-¿Y si no te importa tanto como crees? ¿Y
si solo reflejas en ella una necesidad que llevas años sin satisfacer? –sugirió
Emmet, más serio que nunca.
-Si así fuera, aunque lo dudo… ¿Cómo
prefieres que arriesgue mi vida? ¿Cómo antes, o como ahora?
El hombre de blanco se mordió el labio.
-¿Quién es ella? –cambió de tema.
-Se llama Irene. Es italiana, pequeña y
pelirroja.
-¿Y tímida?
-Un poco. Pero eso no está mal.
-Creo haberla visto el otro día –recordó
Emmet-. En la cafetería.
-¿Qué te pareció? –preguntó, una sonrisa
inocente asomando en sus labios.
-Le sacaba tres cabezas.
-Una y media –puntualizó Ingo.
-Parecían tres.
Se hizo un silencio que el mayor de los
hermanos se encargó de rellenar con otra melodía de violín. Cuando finalizó,
Emmet se atrevió a preguntar:
-¿Crees de verdad que ella merece la pena?
-¿Una chica que ha seguido adelante a pesar
de todo lo malo que le ha ocurrido? Sí.
Emmet se levantó del viejo sofá, se acercó
a su hermano y le cogió del cuello de la camisa en un gesto amigable.
-Ten cuidado. Y protégela, si crees que es
lo correcto. Aunque no lo creas, te apoyo.
Ingo lo abrazó y le susurró:
-Lo sé.
-¿Aunque haya estado alejado de ti
últimamente?
-Ya te lo dije, ahora tienes una vida más
allá de mí. Me parece perfecto.
Se separaron y, mirándose una última vez a
los ojos, Emmet se dirigió a la puerta. Antes de salir, dijo:
-Estaré aquí para lo que quieras.
Ingo asintió, viendo la puerta cerrarse.
Acto seguido, tocó la última melodía de la noche, semejante a la primera,
aunque ligeramente más alegre.
¿Qué quieres que diga? Muy buen trabajo una vez más. Me ha encantado el diálogo final, imagino que estarás especialmente satisfecha.
ResponderEliminarPor cierto, propongo que escribas algo así como un "spin-off" con los cuentos que le contaría Ingo a Irene, incluyendo "Los tres Grumpigitos" y "Buscando a Magikarp" pasando por "La Gardevoir y el Bestia de Pillowswine".
Un saludo. =)
PS: Ahora que lo pienso, en el de Gardevoir y Pillowswine sólo faltarían la tetera y el reloj, porque ya estarían Chandelure (o como se escriba) de candelabro y Roselia como la rosa. #MiImaginaciónSeDisparaCualElectrocañón
EliminarMuchas gracias ^^ Me alegra que te guste ese diálogo, le he puesto especial cuidado (aunque luego me entristezca no llegar al mismo nivel en otros fragmentos).
EliminarSabes que no hay cuento que supere a "La bella Snorlax".
La tetera la pongo yo, cortesía de la casa xD
EliminarDIOS me ha encantado este capítulo *_*
ResponderEliminarMe ha emocionado mucho la conversación entre Ingo y Emmet, pobre Ingo u_u ¡Menos mal que ha aparecido Irene!
Y qué gusto cuando le da el beso en la frente y le dice lo de contarle un cuento >.< Ahora los shipeo más XDDD
Ah, y un dato muy triste lo de la madre de Irene :(
Con ganas de leer el próximo ^^!
¿Dije o no dije que habría beso? AJAJAJAJAJAJAJAJA
EliminarAún quedan varias sorpresas por llegar...
Gracias ^^
Ingo y el violín <3
ResponderEliminarY ya sabemos más cosas de los mafiosos. Si sale la madre de Irene se va a acercar capítulo triste D: A ver qué depara el futuro!
La verdad es que cada vez va a ser más triste... Según avance la historia las cosas se irán poniendo más serias >.<
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