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jueves, 19 de julio de 2012

Capítulo 10: Confesión


Looker y Smith habían llevado al matón a la comisaría. Éste tenía la nariz rota, pero, por lo demás, estaba en perfecto estado, como demostró al resistirse a que se lo llevaran, a pesar de las esposas que lo aprisionaban.
-Ha tenido suerte –comentó Matt-. Ingo no se suele conformar con solo romperle la nariz a alguien.
-Vaya fama tiene el señor –opinó el agente más mayor-. Aunque no me extraña, ya lo he visto en acción antes. ¿Y de dónde ha sacado las esposas?
-Ah, él siempre lleva unas encima. Ya sabes, es también como un “segurata” del metro.
-Y también me he fijado en que lleva armas. ¿Tiene licencia?
-Sí, no te preocupes –rio Smith.
-Este tío se cree que es policía –gruñó Looker.
-Bueno, en el fondo nunca dejó de ser un militar. Pero no se le da mal.
-Claro, pelearse con todos se le da de lujo –se quejó-. ¿Pero por qué dejó de ser militar?
-No lo sé muy bien, es un asunto que nunca ha quedado claro. Creo que tuvo algún problema dentro del ejército y se vio obligado a dejarlo por algo más “tranquilo”. No, no me mires así –volvió a reír-. Ya sé que estás pensando que no te extraña que tuviera problemas.
-Maldita sea. Es que todo lo que oigo sobre él es malo. Y encima Irene se ha aficionado a juntarse con él.
-No te preocupes, Looker. En el fondo es un buen tío. Cuidará de ella, ya lo verás.
-Ojalá no te equivoques…
         Tras esa breve conversación, ambos agentes entraron en la sala de interrogatorios, donde el mafioso los esperaba. Cuando pasaron, notaron la mirada asesina del detenido sobre sus nucas, pero no se acobardaron. Tenían mucha información que obtener.

-Llevo huyendo de la mafia desde que tenía ocho años.
-¿Cuántos tienes ahora? –preguntó Ingo con suavidad.
-Diecinueve.
-Es mucho tiempo huyendo… ¿Por qué lo haces? ¿Es que querían que pertenecieras a ellos y te negaste?
-No. Aún era muy pequeña para decidir eso. Simplemente pensaron que yo estaría mejor muerta.
-Entiendo muy bien qué es eso –murmuró él.
Ella asintió en silencio.
-¿Quién quería matarte?
-El capo de la mafia. Es mi padre –susurró Irene, el miedo en su voz.
Ingo se quedó pasmado al oír dicha revelación.
-¿Tu propio padre? Jamás hubiese podido imaginar que un padre pudiera querer matar a su hija…
-Mi caso es una excepción. Nunca me quiso tener. Mi existencia simplemente le molestaba, pero logré huir a tiempo. Desde entonces la mafia me persigue para matarme.
-¿Simplemente por existir? –repitió él, incrédulo.
-Sí… Puro odio irracional, supongo. Es una persona muy violenta, un psicópata, un inestable mental.
A Ingo le vino a la mente el recuerdo de la joven diciendo que la pegaban.
-Entiendo… ¿Y un día decidiste huir, así sin más?
Irene permaneció muda unos segundos, ordenando sus ideas y memorias en su mente.
-Mi padre me había amenazado de muerte –hizo una pausa-. Hui sin pensármelo dos veces. Estaba aterrorizada porque sabía de qué era capaz él. Tardé unos días en comprender realmente qué había ocurrido. Estaba perdida en el bosque, herida, cansada y hambrienta. Por suerte, conocí a mi Skarmory, que aún era pequeño. Lo curé, ya que tenía una herida, y él decidió acompañarme, así que dejé de sentirme tan sola a partir de entonces. Fue gracias a él como pude comenzar a librar batallas pokemon y a ganar dinero, que fui ahorrando poco a poco, a la vez que lo usaba para conseguir comida y algo de ropa. Juntos nos fuimos haciendo más fuertes, pasando por muchos momentos difíciles pero sin dejar de confiar en nosotros mismos. Según íbamos ganando más y más batallas, así como dinero, conseguíamos viajar a lugares más lejanos.
>>A lo largo de mi viaje pude conocer a los habitantes de los pueblos y ciudades por los que pasaba. Hubo varias personas que me ayudaron, bien dándome de comer cuando no tenía apenas nada, bien curándome las heridas, bien aconsejándome seguir ciertas rutas en lugar de otras. Por desgracia, nunca se lo pude agradecer debidamente, así que al menos me aseguraba de que no les ocurriera nada por mi culpa. Era consciente de que, por mucho que me alejara de casa, siempre había alguien que me perseguía y me vigilaba constantemente. Al menos, como mi equipo pokemon fue creciendo y haciéndose más fuerte, me ayudaban a defenderme mejor y a escapar en las situaciones más arriesgadas.
-Y has pasado todos estos años huyendo sin parar.
-Sí.
-Ha debido de ser muy duro…
-He tenido momentos buenos y malos, pero siempre he seguido adelante con la esperanza de que un día todo terminará y podré vivir en paz. Solo quiero tranquilidad, no pido mucho más. Suerte que he tenido a mis pokemon a mi lado siempre, no sé qué habría hecho sin ellos.
-Eres muy optimista…
-Intento serlo. No tengo mucho a lo que agarrarme.
El rubio hombre la contempló, presa de una mezcla de preocupación y tristeza que le presionaba el pecho.
-¿Cuándo conociste a Looker?
-Hace unas semanas. Yo aún estaba en Hoenn y un mafioso me atacó. Pensé que era mi fin cuando unos policías aparecieron, entre ellos Looker. Él me había estado investigando y decidió protegerme a cambio de que le diera toda la información posible. Juntos cogimos inmediatamente un barco que nos trajo a Unova. Pensábamos que aquí estábamos seguros, pero la mafia volvió a aparecer. Nosotros aún estábamos en Castelia y fue cuando nos trasladamos aquí.
-Y después fue cuando nos conocimos, imagino.
Irene asintió.
-Ya veo. Pues sí, el asunto es serio.
-Es muy peligroso –dijo ella con voz grave-. Ahora que lo sabes debes guardar el secreto. Finge que nunca has oído nada sobre este tema y no intervengas, pase lo que pase.
-Que te lo has creído –contestó él, burlón.
Irene se puso de morros y se cruzó de brazos, aunque desistió inmediatamente de lo último cuando notó un fuerte dolor en todo su cuerpo.
-Como te pase algo te mato –amenazó, pues, ya que no podía demostrar su inconformismo de forma no verbal.
-Mira como tiemblo –dijo él con ironía-. ¿Algo que añadir?
Ella negó con la cabeza.
-Pues a dormir –ordenó.
La joven se levantó y se dirigió al baño para cambiarse de ropa. Mientras tanto, Ingo le preparó la cama para no obligarla a hacer esfuerzos innecesarios.
-¿Ahora te da vergüenza que te vea y antes no? –quiso saber Ingo, hablándole desde el otro lado de la puerta.
-Es que antes también me daba…
-Pero aun así me dejaste verte.
-Era un caso especial. Yo estaba confusa y tú actuabas como un médico –explicó ella.
Ingo frunció el ceño, pensativo. La chica no dejaba de tener razón: cuando se trataba de curar heridas, contemplaba los cuerpos de la gente desde otro punto de vista, mucho más objetivo.
-¡Auch!
-¿Estás bien?
-Sí… Ya salgo.
La puerta se abrió y salió Irene con un pijama oscuro. Se quejó del frío que hacía.
-No sabía que supieras tratar a gente herida.
-Estuve en el ejército y me tocó curar a varias personas.
-¿Se te daba bien?
-Sí… Digamos que tenía bastante estómago y pulso. Aunque en caso de necesidad, todo vale.
-Ahm. Pues no sabía que hubieses estado en el ejército, aunque sí pensé que caminabas como un militar.
-¿Cuándo has pensado eso? –preguntó él, visiblemente extrañado.
-Cuando nos conocimos en el metro –respondió ella, con una alegre sonrisa.
-Venga, basta de charla. A dormir.
Irene se deslizó entre las sábanas e Ingo la arropó con suavidad.
-¿Te cuento un cuento? –bromeó él.
La muchacha lo miró con timidez, apretando entre sus puños un trozo de sábana.
-Nunca me han contado un cuento –murmuró con tal inocencia que al alto hombre se le escapó un suspiro.
-Lo siento, no me sé ninguno… Pero, si quieres, buscaré alguno para la próxima vez.
Irene asintió, ilusionada.
-Ahora toca descansar. Buenas noches.
-Buenas noches, y gracias por ayudarme tanto.
El jefe del metro sonrió, se inclinó por última vez sobre ella y le dio un dulce beso en la frente. Le divirtió notar que Irene se sonrojaba. La miró y comprobó que estaba bien antes de apagar la luz y cerrar la puerta. Sabía que nadie entraría allí ni le haría daño; era un Centro Pokemon muy seguro. Finalmente cerró la puerta y volvió a la Estación Radial, donde aún le quedaba trabajo por hacer.

Looker y Smith trataron de sacarle toda la información posible a Guido, pero éste no estuvo por la labor. A pesar de las amenazas que recibió por parte de los policías, no soltó prenda durante la hora en la que estuvo en la sala de interrogatorios.
-Mi jefe me mataría si llegara a hablar. Igualmente, no pienso traicionarlo.
-Hables o no, irás a la cárcel, y lo sabes. Pero si nos cuentas ciertas cosas, podríamos reducirte la pena. Has intentado asesinar a una persona, y no vas a salir impune.
-Yo no iba a asesinarla. De eso se encargará mi jefe.
-¿Por qué quiere matarla tu jefe? –preguntó Looker.
-Lo sabes perfectamente. Pregúntale a ella si quieres.
El agente moreno frunció el ceño.
-¿Y qué me dices de las drogas? –intervino Smith-. ¿Dónde estáis actuando por ahora?
-No lo sabrás.
-Irás a la cárcel.
-Pues sí –respondió Guido con gesto burlón.
Smith bufó y miró de reojo a Looker, que le hizo una seña para que salieran de la sala. Una vez fuera, le dijo:
-Déjalo, Matt. Todos actúan igual: son tan fieles a su “familia” que prefieren ir al a cárcel antes que irse de la lengua. No es la primera vez que me pasa. Tendremos que seguir confiando en los de dentro.
-Vale. ¿Y qué hago con éste? –preguntó Smith, señalando con la cabeza la puerta de la sala de interrogatorios.
-Que pase la noche entre rejas, y el resto se verá en el juicio.
-Está bien. ¡Ah! –gritó cuando Looker estaba a punto de marcharse-. Los de dentro enviaron algo antes. Con todo el ajetreo se me olvidó decírtelo.
-¿Y qué es? –preguntó Looker, frunciendo el ceño.
-Solo lo he mirado por encima, pero parece una lista –explicó Smith.
-¿Una lista de qué?
-De nombres. Pero no se me ocurre quiénes pueden ser.
Looker permaneció pensativo unos segundos.
-Luego lo miro. Buenas noches, Matt.

Cuando el policía regresó al Centro Pokemon, lo primero que hizo fue preguntar a las enfermas sobre el estado de salud de Irene. Para su alivio, le dijeron que todo estaba en orden.
-Su acompañante cuidó bien de ella. Aunque era un borde –le comentó la enfermera que había tratado las heridas de Irene.
-Ah, Ingo… -se lamentó el policía.
Seguidamente continuó su rumbo hasta su habitación, donde dejó su abrigo y sus pertenencias. Después salió sigilosamente al pasillo y llamó con suavidad a la puerta de la habitación de Irene, que se encontraba justo enfrente de la suya. No oyó respuesta, por lo que se coló en la pequeña estancia con gran sigilo. Irene no tardó en despertar al notar la presencia del policía en su habitación.
-Hola… -saludó, soñolienta.
-¿Por qué no has cerrado la puerta por dentro?
-Ingo no dijo nada. Supongo que será seguro.
-Toda precaución es poca. La próxima vez que lo vea le echaré la bronca.
-Ay, déjalo… No pasa nada.
-Sí pasa –replicó él-. ¿Y si entra alguien a mitad de la noche, qué?
-Bueno, supongo que pensó que tú querrías entrar a verme o algo. Además, si alguien quisiera hacerme daño, colarse por la ventana es lo más sencillo del mundo.
Looker suspiró.
-Vale. ¿Cómo te encuentras?
-Un poco dolorida, pero nada grave.
-El matón que te ha atacado no nos ha dicho nada, pero pasará la noche en la cárcel, así que no hay de qué preocuparse por ahora.
Irene asintió. Se sentía bastante tranquila.
-¿Y qué tal te ha tratado Ingo? –preguntó con tono escéptico.
-Pues bien –respondió ella, serena-. Me ha ayudado mucho. Aun así se ha puesto pesado y he terminado contándole lo de mi huida.
-Espero que no sepa más que yo, o me enfadaré.
-Nah –contestó, con una sonrisa soñolienta.
-Bueno, te dejo que vuelvas a dormir. Estoy enfrente si me necesitas.
Anduvo hasta la puerta, pero antes de llegar oyó a Irene dándole las buenas noches mientras se acurrucaba entre las sábanas de nuevo. Looker creyó escuchar, además, que ella murmuraba “espero que estés bien tú también”.
-Buenas noches –se despidió, con una sonrisa sincera, y cerró la puerta.
Volvió a su habitación y encendió su ordenador portátil. Comprobó la información nueva que le había llegado, buscando con especial interés la lista de la que le había hablado Smith. Cuando la encontró, la abrió y la leyó con gran atención. Era una lista con los nombres de todas las víctimas mortales de la mafia. Según el policía infiltrado que se la había facilitado, Gianni Bianchi apuntaba siempre el nombre de las personas que asesinaba, dónde se había cometido el crimen y cómo. Era un listado macabro, pero útil para el agente, pues así podría identificar a las víctimas y unir lazos entre ellas. Dedujo que aquella información no habría sido fácil de obtener, pues el infiltrado habría corrido gran riesgo de ser descubierto. Dando gracias por la suerte que había tenido su compañero de no haber pasado asimismo a la lista como una víctima más, se dispuso a investigar el preciado documento.
La mayoría de los nombres que allí constaban eran bien italianos bien procedentes de habitantes de Hoenn. Era lógico, pues era en ambos lugares donde la mafia había tendido su red criminal. En varios casos, no había quedado registrado gran número de detalles acerca de las muertes. Muchas de ellas habían ocurrido hacía mucho tiempo, aproximadamente veinte años atrás. Looker tuvo en cuenta este detalle y agrupó a las víctimas según la fecha en la que habían muerto.
Gracias a este descubrimiento pudo fijarse también en que las muertes más detalladas se diferenciaban o porque habían ocurrido en una fecha anormal o porque, por alguna razón, las víctimas no cuadraban con el perfil que el policía había creado para ordenar los asesinatos. Una muerte violenta y descrita con exactitud de detalles, que estuvieron a punto de revolver el estómago al policía, era la de un conde francés llamado Guillaume Benoit. La razón por la cuál Gianni la había tomado con él era simple: el conde, en un arranque de soberbia, había hecho comentarios ofensivos acerca de la mafia. El capo no dudó en vengarse y exhibir la muerte del rico hombre como trofeo. Otra de las muertes violentas era la de un matrimonio formado por Albert y Marlene Zimmermann. Sus muertes habían tenido lugar veinte años atrás, como las de la mayoría de las víctimas. Al parecer, era un matrimonio que controlaba una serie de vías de comunicación y se negaron a colaborar con la mafia. Los descuartizaron en el interior de un tren, dejando a tres hijos huérfanos.
La última muerte que Looker investigó aquella noche lo dejó completamente perturbado. Allí, en la lista, constaba el nombre de Giulia Bianchi. La mujer de Gianni. La madre de Irene. La fecha de su asesinato coincidía con la edad a la que Irene había huido de su casa. ¿Tendrían ambos acontecimientos algo que ver? Cerró el portátil y decidió acostarse, esperando poder descansar tras un día duro. Necesitaba asimilar toda la información, en concreto el duro golpe de conocer la muerte de la madre de la pelirroja, y decidir cómo abordar el tema ante la joven.

Eran más de las once de la noche, pero Ingo seguía encerrado en su pequeño despacho. Era tan disciplinado que había conseguido apartar de su mente cualquier pensamiento para seguir con el papeleo sin ninguna distracción. Ahora, sin embargo, una vez terminadas sus tareas, el caos volvía a su mente y necesitaba ordenar sus ideas como fuera. El primer paso era tranquilizar su alma trastornada, por lo que se levantó de su silla, se acercó a paso lento hasta una estantería y abrió una pequeña puerta en ésta. Allí descansaba su viejo violín, bien protegido en su funda y cuidado con esmero, como demostraba su reluciente madera. Lo tomó con delicadeza y probó a sonarlo. Por suerte seguía bien afinado, aunque no lo tocara todos los días. Con gran calma improvisó una lenta sinfonía que pudo oírse en toda la zona que rodeaba el despacho. La música recorría cada músculo y nervio de su cuerpo, fundiéndose éste con la triste melodía. Cuando tocaba, el mundo desaparecía de su alrededor como por arte de magia. Al finalizar su composición, habiendo perdido la noción del tiempo, miró a su alrededor. En el sofá estaba sentado Emmet, que lo contemplaba con una sonrisa que denotaba gran curiosidad. Era obvio que no lo había oído entrar al despacho, aunque no era la primera vez que tal cosa sucedía.
-¿Ha ocurrido algo, Ingo?
El hombre del uniforme negro miró fijamente a su hermano pequeño, que no se había movido ni un milímetro del sofá.
-Una persona me necesita.
-¿Quién?
-Una mujer.
Emmet pareció sorprendido.
-No me habías contado nada. ¡Una mujer, tú! Pensé que no llegaría el día en que dijeras eso.
-No digas tonterías. Ni que fuera la primera.
-A ninguna le has compuesto una melodía con el violín.
Ingo sonrió. Podría decirle a su gemelo que tocaba para calmarse, pero Emmet sabía bien que la necesidad de sosiego provenía de la preocupación. Solo la inquietud provocada por una persona especial podía causar una melodía así de triste.
-Ella es diferente.
-¿Cómo de diferente?
-Dice que le importo –explicó Ingo, sonriendo amargamente.
Un gesto de simpatía cruzó el rostro del hombre vestido de blanco.
-¿Y ella a ti?
Ingo reflexionó unos segundos antes de responder:
-Demasiado para conocerla desde hace solo tres días. Es extraño, porque no deja de ser una desconocida, pero tengo la sensación de comprenderla mucho mejor que a ninguna otra persona. Estoy tan confuso…
-El tiempo lo dirá todo, supongo –opinó Emmet.
-Pero el tiempo no juega a nuestro favor –se lamentó.
-¿Por qué dices eso?
-Ya te dije que me necesita. Una mafia la persigue para matarla. Ya han estado muy cerca de lograrlo dos veces, si no más. No puedo permitirlo. No como hombre de acción que soy.
-Más bien eras –remarcó Emmet-. No eres un héroe, y lo que cuentas suena ciertamente peligroso.
Ingo caviló mientras pellizcaba suavemente las cuerdas del instrumento.
-Sabes bien que he estado muerto mucho tiempo –le recordó.
El rostro de Emmet se ensombreció al oír las últimas palabras.
-Ella arrojó luz en un túnel que llevaba años sumido en la oscuridad –relató Ingo con sombría lentitud-. Me hizo ver que aún queda alguien que confía en mí. ¿Cuánto más habría aguantado la vida si ella no hubiera aparecido?
-Llevas mucho tiempo sin aguantarla –murmuró Emmet, atormentado.
Ingo cerró los ojos con pesar. Aquellos reproches le hacían sentir una culpabilidad insoportable. Cuando volvió a abrirlos, dirigió su mirada a su muñeca izquierda, en la cual relucía su elegante reloj de acero. Retiró la vista inmediatamente, dándose cuenta de que su hermano había contemplado el mismo sitio que él. Sintió una punzada en el estómago.
-Ahora tengo una motivación en la vida. Sé que no es fácil, pero si puedo sacar lo mejor de mí para ayudar a alguien que me importa…
-¿Y si no te importa tanto como crees? ¿Y si solo reflejas en ella una necesidad que llevas años sin satisfacer? –sugirió Emmet, más serio que nunca.
-Si así fuera, aunque lo dudo… ¿Cómo prefieres que arriesgue mi vida? ¿Cómo antes, o como ahora?
El hombre de blanco se mordió el labio.
-¿Quién es ella? –cambió de tema.
-Se llama Irene. Es italiana, pequeña y pelirroja.
-¿Y tímida?
-Un poco. Pero eso no está mal.
-Creo haberla visto el otro día –recordó Emmet-. En la cafetería.
-¿Qué te pareció? –preguntó, una sonrisa inocente asomando en sus labios.
-Le sacaba tres cabezas.
-Una y media –puntualizó Ingo.
-Parecían tres.
Se hizo un silencio que el mayor de los hermanos se encargó de rellenar con otra melodía de violín. Cuando finalizó, Emmet se atrevió a preguntar:
-¿Crees de verdad que ella merece la pena?
-¿Una chica que ha seguido adelante a pesar de todo lo malo que le ha ocurrido? Sí.
Emmet se levantó del viejo sofá, se acercó a su hermano y le cogió del cuello de la camisa en un gesto amigable.
-Ten cuidado. Y protégela, si crees que es lo correcto. Aunque no lo creas, te apoyo.
Ingo lo abrazó y le susurró:
-Lo sé.
-¿Aunque haya estado alejado de ti últimamente?
-Ya te lo dije, ahora tienes una vida más allá de mí. Me parece perfecto.
Se separaron y, mirándose una última vez a los ojos, Emmet se dirigió a la puerta. Antes de salir, dijo:
-Estaré aquí para lo que quieras.
Ingo asintió, viendo la puerta cerrarse. Acto seguido, tocó la última melodía de la noche, semejante a la primera, aunque ligeramente más alegre.

8 comentarios:

  1. ¿Qué quieres que diga? Muy buen trabajo una vez más. Me ha encantado el diálogo final, imagino que estarás especialmente satisfecha.
    Por cierto, propongo que escribas algo así como un "spin-off" con los cuentos que le contaría Ingo a Irene, incluyendo "Los tres Grumpigitos" y "Buscando a Magikarp" pasando por "La Gardevoir y el Bestia de Pillowswine".
    Un saludo. =)

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    1. PS: Ahora que lo pienso, en el de Gardevoir y Pillowswine sólo faltarían la tetera y el reloj, porque ya estarían Chandelure (o como se escriba) de candelabro y Roselia como la rosa. #MiImaginaciónSeDisparaCualElectrocañón

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    2. Muchas gracias ^^ Me alegra que te guste ese diálogo, le he puesto especial cuidado (aunque luego me entristezca no llegar al mismo nivel en otros fragmentos).
      Sabes que no hay cuento que supere a "La bella Snorlax".

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    3. La tetera la pongo yo, cortesía de la casa xD

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  2. DIOS me ha encantado este capítulo *_*
    Me ha emocionado mucho la conversación entre Ingo y Emmet, pobre Ingo u_u ¡Menos mal que ha aparecido Irene!

    Y qué gusto cuando le da el beso en la frente y le dice lo de contarle un cuento >.< Ahora los shipeo más XDDD

    Ah, y un dato muy triste lo de la madre de Irene :(

    Con ganas de leer el próximo ^^!

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    1. ¿Dije o no dije que habría beso? AJAJAJAJAJAJAJAJA

      Aún quedan varias sorpresas por llegar...

      Gracias ^^

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  3. Ingo y el violín <3
    Y ya sabemos más cosas de los mafiosos. Si sale la madre de Irene se va a acercar capítulo triste D: A ver qué depara el futuro!

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    1. La verdad es que cada vez va a ser más triste... Según avance la historia las cosas se irán poniendo más serias >.<

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