Era media mañana y la cafetería de la
Estación Radial estaba abarrotada. Ingo y Emmet tuvieron que valerse de su
condición privilegiada como jefes del metro para poder encontrar un sitio donde
sentarse a tomar un café.
-Esto en nuestros inicios no podíamos
hacerlo –comentó Emmet.
-Beh, podría haberle gruñido a alguien para
que nos dejaran un sitio –bromeó su hermano mayor.
Mientras bebían su café tranquilamente,
Ingo recibió un mensaje en su móvil. Lo fue a mirar sin entusiasmo hasta que se
sorprendió al ver que era de Irene. “Necesito verte”. Emmet leyó el mensaje por
encima del hombro de su gemelo.
-Tiene buena pinta –sonrió, travieso.
-Calla, idiota. No es lo que piensas.
-¿Es la mujer de la que me hablaste?
-Sí.
-Y te envía ese mensaje… Debes de estar muy
satisfecho ahora mismo.
Ingo respiró hondo.
-Si fuera para algo bueno…
-Quizás podáis arreglarlo de alguna manera
–sugirió Emmet.
-No sé cómo –dijo Ingo, tomando un sorbo de
café con resignación.
-Pues no sé… Por ejemplo… Puedes
responderle “ven y te lo haré sobre la mesa de mi despacho” –propuso con tono
travieso.
El mayor de los hermanos se atragantó,
tosiendo con fuerza. Emmet no supo decir si Ingo estaba rojo por el
atragantamiento o la vergüenza. Quizás fuera una mezcla de ambas… Cuando se
calmó un poco, contestó con rabia:
-¿Por qué no se lo envías tú a Elesa?
-Buena idea –admitió, cogiendo su móvil con
una sonrisa pícara. Cuando lo hubo enviado, preguntó-: ¿Es que ya no te gusta
ella?
-Nunca he dicho que me guste.
-Pero dices que te importa más de lo que
debería y tocas canciones por ella –dijo. Se acercó a su oído y murmuró-: Es
obvio que te gusta.
Ingo tragó saliva. No respondió. Cogió el
móvil y le escribió: “¿Quieres que nos veamos después de comer?”. Poco después
ella le contestó afirmativamente.
Irene llegó a la Estación Radial a esa hora
en la que todo el mundo descansaba y los andenes estaban vacíos. Había caminado
hacia allí más tranquila que días atrás, pues sabía que nadie la perseguía por
el momento. Vio a Ingo apoyado en la columna central, esperándola
pacientemente. La aguardó hasta que ella estaba a un solo paso de él, mirándola
desde arriba por la gran diferencia de altura.
-Gracias por venir –le dijo ella nada más
llegar.
-No hay por qué darlas. ¿Ha ocurrido algo?
-Bueno… Hablé con Looker ya. No mucho, pero
le di toda la información que pude.
-Ah, está bien. ¿Fue difícil?
-Un poco…
Hizo una pequeña pausa antes de mirarlo y
palparle los brazos con curiosidad.
-No te has roto –dijo.
-¿Por qué lo dices? –preguntó Ingo sin
comprender.
-Ayer saltaste por una ventana y no te
hiciste daño.
-Uno tiene sus trucos –le guiñó el ojo a
Irene.
-Trucos, o suerte…
-Experiencia. No quieras saber qué cosas he
hecho en el metro.
Ella lo miró sorprendida. Acto seguido le
dedicó una sonrisa. Él se la devolvió.
-¿Algo más, señorita?
-Sí. Looker te contó de qué quería
hablarme, ¿verdad?
-Cierto. Estaba preocupado porque no sabía
cómo abordar el tema contigo.
Irene le apretó los brazos ligeramente. Él
la notaba tensa.
-¿Qué ocurre?
-¿Me… me escucharías si quisiera contártelo
a ti también?
-¿Y eso?
-Porque confío en ti.
El alto hombre la miró a los ojos. Ella, a
pesar de su sonrisa, le lanzaba una mirada triste. Ingo asintió lentamente.
-Supongo que preferirás un sitio más
privado.
Ella miró a su alrededor. La estación
estaba completamente vacía.
-No será mucho más íntimo que esto ahora
–rio.
Ingo también emitió una breve risa.
Después, la cogió de la mano y la llevó con suavidad hacia los túneles. En
público era un hombre recto, pero como no había nadie allí en ese momento, se
permitió mostrar aquel pequeño gesto cariñoso. Ella lo recibió con inusual felicidad.
Llegaron a los túneles donde habían estado
hablando la segunda vez que se encontraron. Como en la ocasión anterior, fueron
caminando al borde de las vías, iluminando el camino con la lámpara de aspecto
antiguo de Ingo.
-Te noto más tranquilo de lo normal
–comentó Irene.
-Cierto.
Irene sonrió. Ella también se sentía más
cómoda. Recordó que la vez anterior no confiaba aún en Ingo, y llegó incluso a
enfadarse con él. Además, por entonces, el jefe del metro aún no sabía nada
sobre ella. Se dio cuenta de que muchas cosas habían cambiado en un periodo de
tiempo muy corto. Poco a poco había ido cogiendo más confianza con él, sobre
todo desde que la salvó del ataque del matón. A pesar de que Ingo no era un
hombre fácil de tratar, ella sentía que lo comprendía muy bien. Era más, ya no
se asustaba de los trucos o acciones extrañas que él realizaba a menudo. Cuando
se le conocía mejor, él se mostraba como un buen hombre dispuesto a darlo todo
por aquellos que le concedían una oportunidad.
-¿Y bien, qué querías contarme?
-Mmmm… ¿Puedo saber qué te contó Looker
previamente?
-Que había descubierto que tu padre mató a
tu madre.
-¿Y ya?
-¿Te parece poco?
Irene lo miro con una sonrisa triste. Aquel
hombre, a pesar de su extrema sinceridad, que a veces podía resultar dañina,
también podía llegar a mostrar una sensibilidad y delicadeza extrañas pero
gratificantes. Eso era algo que a ella le gustaba mucho de él, pues la hacía
sentir más segura.
-Looker me preguntó lo mismo, y le di la
misma respuesta. ¿Por qué sois tan fríos al hablar de ese tema? Debería
afectaros, sobre todo a ti –comentó él.
-Tienes razón –concedió Irene-. Es solo que
si no intento ser objetiva, me pasaría el día llorando.
-No necesitas ser objetiva conmigo.
Ella sonrió y asintió como toda respuesta.
-¿Y qué más? ¿Qué le contaste tú a él?
–prosiguió Ingo.
-Pues… Le di la fecha en la que ocurrió el
asesinato. El 8 de abril hace once años, la noche que hui de casa.
-Recuerdo que Looker estuvo especulando
acerca de si el crimen fue lo que te llevó a huir o no.
-Sí… Lo siento.
Ingo paró en seco, mirándola estupefacto.
-¿Qué? ¿Por qué?
-Te mentí. Te dije que había huido porque
mi padre me había amenazado, pero no te dije que previamente había sido testigo
del asesinato de mi madre.
-Oh, venga… -bufó él-. No tienes que
disculparte por eso.
-No me gusta mentir.
-No mentiste, me ocultaste un detalle que
ni siquiera tenías por qué revelarme.
-Pero tú confías en mí, ¿verdad? –preguntó
ella, sintiéndose culpable.
-Eso no significa que debas contármelo
todo. No es malo tener secretos que no sepa nadie, ni la persona a la que más
quieras, así que no te preocupes. Además, yo también te oculto cosas. ¿Dejarás
de confiar en mí si no te las cuento?
Irene reflexionó unos segundos.
-Supongo que no.
-Bien. Aunque claro, si esos secretos
tuvieran que salir a la luz, sé a quién se los confiaría.
La joven asintió.
-No tienes que contármelo todo si no
quieres. Ni aunque te insista. Pero si necesitas a alguien con quien
desahogarte, como ahora, aquí estoy.
-Gracias –murmuró ella, mirándolo con un
deje de timidez.
-Para eso estoy.
Reanudaron la marcha y permanecieron en
silencio durante unos minutos. Tras ese lapso de tiempo, Irene decidió retomar
la conversación.
-Looker cree que Gianni mató a mi madre por
alguna razón especial. Yo no estoy tan segura de ello.
-¿Por qué?
-Él la maltrataba desde siempre.
-¿La, u os?
-…Nos –rectificó en voz casi inaudible.
-¿Era un machista? ¿Un manipulador?
-Sí, eso creo. Para él, Giulia era de su
propiedad y la trataba como a él le apetecía. Si ella no obedecía, le daba una
paliza. Conmigo era igual.
Ingo la observó apenado. Ella prestaba
atención al suelo que iba pisando.
-Fueron muchos años así. Él la pegaba
constantemente, a veces sin motivo. Cuando yo hacía algo que a él no le
gustaba, ella me protegía y muchas veces recibía mi parte del castigo.
De repente, Irene dejó de hablar. Ingo
tardó unos segundos en darse cuenta de que la muchacha lloraba en silencio. Sin
dudarlo un solo momento, la rodeó con sus firmes brazos, atrayéndola hacia él.
Ella le devolvió el abrazo, llorando en su pecho. Permanecieron juntos, sin decir
palabra, hasta que la joven consiguió calmarse un poco.
-Tranquila, está bien… -le susurró él.
-Lo siento…
-Vuelve a disculparte y me enfado.
Irene rio como pudo.
-No dudo que lo harías –comentó.
-Avisada quedas.
Ella lo miró a los ojos entre lágrimas. Él
se las limpió suavemente con sus manos enguantadas.
-Ya veo que no fue fácil. Y entonces, un
día… Ocurrió –conjeturó Ingo, tratando de seguir con la conversación.
-Sí. Habían discutido, como todas las
noches. Gianni debía de estar algo borracho y llegó a casa gritando y dando
fuertes golpes a los muebles. Mi madre me pidió que me encerrara en la
habitación, supongo que porque ya preveía lo que iba a ocurrir. Allí dentro, a
oscuras, tan solo deseaba que todo acabara de una vez. Odiaba sufrir y odiaba
verla sufrir… Ella llevaba años destrozada. Solía decirme que había perdido las
ganas de vivir y que yo me había convertido en su última esperanza. Era lo
único que le quedaba, su hija… Jamás podré olvidar esas palabras.
Reprimió las lágrimas como pudo, aunque
alguna llegó a escapar rodando por su mejilla.
-Pero todas las noches era igual
–continuó-. Gianni siempre estaba enfadado. Le he dado muchas vueltas, pero
nunca he conseguido averiguar por qué aquella noche la cosa fue a peor.
-¿Pudo ser un accidente?
-No, definitivamente no. Él quería matarla,
no cabe duda. Si fuera un accidente, no la habría… descuartizado.
Ella tragó saliva. Ingo se quedó en shock,
incapaz de procesar la última frase. Su mirada quedó fija en el vacío. Unos
segundos después, pareció volver a ser consciente de la realidad.
-¿Estás bien? –preguntó Irene, preocupada.
-Sí… Sí, claro. Creo… -hizo una breve pausa
para aclararse la garganta-. Creo que Looker podría tener razón.
-Yo creo que simplemente decidió que ella
ya no le hacía falta. La odiaba, solo le traía desgracias, o eso decía Gianni…
-¿Qué desgracias podría traerle una mujer?
–se preguntó Ingo, incrédulo.
-Una hija no deseada, por ejemplo.
El jefe del metro se quedó sin palabras. La
tomó de los hombros y volvió a atraerla hacia sí mismo, abrazándola con mucha
fuerza, como si no quisiera dejarla ir.
-¿Tú, no deseada? Él, un auténtico
subnormal por no apreciarte.
Irene sonrió un poco al escuchar esas
palabras.
-Ayer dijiste que pensabas que la mafia te
estaba dejando vivir. Al parecer, Gianni también odiaba a Giulia y, sin
embargo, también tardó en matarla. Creo que tuvo que haber una buena razón tras
el asesinato, no simple odio.
-Es la misma teoría que sostiene Looker.
-Dime… ¿Piensas de verdad que no hay una
razón, o es que te da miedo descubrirla?
La joven se mordió el labio.
-Sí, te da miedo –adivinó Ingo.
-Era mi madre… -se lamentó, con un hilo de
voz.
-Lo sé. Y sé que es duro. Lo digo por
experiencia.
Ella quiso preguntarle a qué se refería,
pero temió meterse donde no debía. Él suspiró.
-Confía en Looker, anda. No es tan tonto
como parece.
Irene asintió apesadumbrada. No le quedaba
más remedio.
-¿Hay algo más que quieras contarme?
-No, eso es todo. Por cierto, Looker no
sabe algunas de las cosas que te he contado.
-No le diré nada, te lo prometo. Tu secreto
está a salvo conmigo.
-Muchas gracias, de verdad.
Ingo le dedicó una breve sonrisa.
-Eres un buen hombre –le dijo ella.
-Dices eso porque te has criado con un
maltratador. No soy bueno.
-Sí, me he criado rodeada de malas personas.
Por eso puedo afirmar que tú no tienes nada que ver con ellos.
-¿Nada?
-Nada.
El jefe del metro la miró en silencio.
-Precisamente porque me he criado con lo
peor soy capaz ahora de apreciar lo mejor que tengo. ¿Qué pasa contigo? ¿Qué la
gente te critica por enfadarte a menudo? Los que lo hacen no han visto a un
maltratador en la vida. Es más, ellos son los primeros en enfadarse por
tonterías mucho mayores. Y ni siquiera dan la cara.
-Pero alguna vez he llegado a molestarte…
-Y yo a ti –le rebatió Irene.
-No lo has hecho –replicó él, extrañado.
-Ni tú tampoco.
Ingo apretó los labios, frustrado.
-Nada de excusas –lo avisó la joven.
-Eres difícil –protestó él.
-Tú también.
-Pero tú me dices cosas buenas que no puedo
rebatir.
-Tú me ganas en un combate pokemon y yo te
gano en una conversación de decir cosas buenas.
El jefe del metro frunció el ceño.
-Debí haberte dejado ganar.
-No habría cambiado mi idea sobre ti.
-No me habrías dicho que me admiras.
-O quizás sí –sugirió ella, juguetona.
Ingo la atravesó con la mirada.
-Adoro que te enfades.
-Lo cual es lo más normal del mundo –dijo
él sarcásticamente.
-Me encanta tu sarcasmo –admitió ella,
sonriente.
Había comenzado a dar vueltas en torno a él,
tratando de hacerse la misteriosa. Ingo permaneció en la misma postura firme,
observándola de reojo.
-¿Hay algo que no te guste? –preguntó Ingo,
aún irónico.
-No me gusta que te odies tanto –confesó
con seriedad.
-Es que yo soy así.
-No me vale esa excusa.
-¿Por qué? Todos tenemos defectos.
-Sigues usando excusas. Sí, todos tenemos
defectos, y virtudes. Pero no quiero que solo veas los defectos y ninguna
virtud.
-Yo no tengo virtudes.
-¿Me vas a hacer repetírtelas de nuevo?
–dijo Irene, poniéndose de puntillas y agarrándolo del cuello del abrigo.
-Puedes repetírmelas si quieres, pero te
equivocas.
-Eres un idiota.
Lo miró a los ojos con intensidad.
-Lo sé.
-Y eso me gusta. Es tu defecto y está bien.
Y tus virtudes están aún mejor. Pero no quiero que te odies. Tan solo te pido
eso. Como amiga.
Irene no apartó la mirada de los ojos
grises de Ingo. Éste se mostraba entristecido, sin encontrar palabras para
replicarle. La joven lo soltó al fin y se retiró de él unos pasos. Miró a su
alrededor, consultó la hora y le sugirió que volvieran a la estación. Él
asintió y recogió la lámpara, que había dejado antes en el suelo. Cuando se
irguió, Irene ya había comenzado a caminar.
-¡Te admiro! –le gritó con alegría.
Ingo se quedó completamente paralizado. Se
sentía terriblemente desconsolado. Al final, murmuró, casi inaudiblemente:
-Te quiero.
* * *
No estoy muy segura de la última frase. En teoría, para los germanoparlantes, la frase "te amo" tiene sentido para ellos, pero la frase "te quiero" no la tendría. Igualmente considero que Ingo es la clase de persona que absorbe las estructuras lingüísticas extranjeras y las pone en práctica aunque literalmente no tengan demasiado sentido en su idioma. Supongo que puede pasar sin problemas, pues habla el idioma con gran fluidez, y lleva muchos años y muchas lecturas a sus espaldas.
Problemas de filólogos OTL
"Precisamente porque me he criado con lo peor soy capaz ahora de apreciar lo mejor que tengo. ¿Qué pasa contigo? ¿Qué la gente te critica por enfadarte a menudo? Los que lo hacen no han visto a un maltratador en la vida. Es más, ellos son los primeros en enfadarse por tonterías mucho mayores. Y ni siquiera dan la cara"
ResponderEliminarEsto me ha llegado. Y vemos que la relación entre Ingo e Irene está tomando rumbo hacia otro nivel, este episodio explica más detalles de la vida interior de ella. Hmmmmm, veamos cómo avanza la cosa... :)
Y ahora me he imaginado a Irene en un stand dando el discurso xD
EliminarAún queda que Ingo coja confianza... Ñiejejeje.
¡Gracias por leer y comentar! ^^
AFHAJFLHSA Adoro cada vez que hablan estos dos!!!
ResponderEliminarEn serio, los diálogos te salen muy bien, me encanta. Pobre Irene, de verdad... le debe de costar muchísimo trabajo hablar de su madre y de lo que ocurrió :/ Menos mal que él la ha abrazado, porque yo habría hecho lo mismo.
Y la última frase de Ingo *v*
Ya veremos qué pasa en el siguiente~~
Vale, creo que tengo problemas para publicar los comentarios, pero vamos, que ya estoy al día (por fin) y que me ha encantado este último, especialmente el diálogo entre Ingo e Irene. La aclaración filológica ha sido un puntazo.
ResponderEliminarCon munchismas ganas de más. ¡Sigue así, Ele del pasado!
Un saludo. =)
¡Vaya tela con Emmet! XDD
ResponderEliminarMe encanta la relación entre Ingo y Irene, esa confianza mutua, y cómo ambos tienen ciertas ideas muy claras en lo que se dicen el uno al otro.
Muy intrigada con el tema del padre de ella, en sus motivos para actuar como lo hizo y lo hace :o