-Gianni mató a traficantes que no
cumplieron su parte del trato, así como a gente que no quiso colaborar con la
mafia. Lo que quiero decirte es que siempre hubo una razón tras el asesinato –explicó
Looker.
Estaba sentado frente a Irene en una de las
habitaciones de las oficinas de la policía de Nimbasa. Llevaba más de una
semana centrado en la lista de Gianni. Había pedido a sus compañeros de las
diferentes regiones y países que interrogaran de nuevo a la gente más cercana a
las víctimas.
-Está claro que se movieron por todo Hoenn
y por una zona concreta de Italia. Luego vinieron aquí. Todas las víctimas me
cuadran, incluso la del conde Benoit, que viajaba a menudo a Italia y pudo
haber tenido contacto con miembros de la mafia anteriormente. Sin embargo, hay
dos muertes que no comprendo. Una de ellas es la de Giulia. Ya sé cuál es tu
opinión, pero no podemos descartar que hubiera una razón más allá del odio
irracional.
-Vale. ¿Y qué hay de la otra víctima? –quiso
saber Irene.
-El matrimonio Zimmermann. Eran alemanes y
no entiendo qué hacía la mafia allí, en Alemania, si luego no volvieron jamás. Fue
algo muy puntual.
-Qué extraño…
Aquel día, Irene no disfrutó de los
combates que mantuvo en el metro y, de hecho, no tardó en ser vencida. Se sentía
muy extraña, como si no fuera la misma de siempre. Estaba aún desconcentrada por
la última conversación que había mantenido con Ingo, y no había dejado de darle
vueltas a su reacción. ¿Cómo un hombre como él se había cerrado en sí mismo de
repente? ¿Le habría hecho daño con sus palabras? Irene deseaba con todo su
corazón poder ayudarle, poder eliminar la tristeza que lo atormentaba, pero no
sabía cómo. Al igual que el resto de los sucesos de su vida, el cambio en su
visión respecto a aquel hombre había ocurrido apresuradamente. Ya no era un
hombre misterioso que se preocupaba por ella, sino uno atormentado por un
pasado difícil. Y la joven no consentía que alguien con tantas preocupaciones
pudiera dejarlo todo por ayudarla. Él también contaba, él también necesitaba
ayuda y tenía derecho a recibirla.
Salió de la estación y visitó un gran
parque que se encontraba a pocos minutos de allí. Necesitaba despejarse, así
que un paseo entre árboles y estanques posiblemente le vendría bien. El parque
estaba abarrotado de gente que había aprovechado el día soleado y no muy frío
para divertirse o entrenar. Había muchos jóvenes que se dedicaban a combatir en
torneos improvisados; ella quiso participar también, pero al final se lo pensó
mejor: ya llevaba algunas derrotas acumuladas ese día, y no quería añadir más.
Continuó caminando a paso lento por un sendero estrecho y empedrado que se adentraba
en la maleza. Allí, varios tipos de pokemon voladores e insectos la miraban con
curiosidad, o incluso se acercaban para jugar. Irene acabó acariciando a varios
Pidove que se posaron sobre ella, tranquilizándose al divertirse con ellos. Se
despidió de los pokemon pájaro cuando empezó a sentir hambre, por lo que anduvo
hasta un puestecillo, donde compró un gofre de chocolate.
Se sentó en el largo asiento de piedra que
había a la orilla de un estanque, situada de espaldas al agua, y comenzó a
morder el dulce que tenía entre las manos. Pronto sus pensamientos volvieron a
centrarse en Ingo. Tuvo que admitir que sentía una extraña pena hacia él, como
si no acabase de asimilar el hecho de que su amigo hubiera estado tan deprimido
que hubiese intentado quitarse la vida. Pero no podía ayudarlo. Él no dejaba
nunca entrever sus sentimientos. Ni siquiera su propio hermano sabía qué le
ocurría, como le había revelado a ella unos días antes. Irene pensó que Ingo era
un hombre realmente difícil de entender. ¿Sería aquella la razón por la que tanta
gente lo odiase? No lo comprendía. No cuando ella le tenía tantísimo cariño. Y
precisamente aquel cariño la empezaba a confundir mucho…
La melodía de su móvil la sacó de su
ensimismamiento. Era Looker, que quería saber dónde se encontraba porque
necesitaba hablar con ella. Le indicó dónde estaba y el policía le pidió que lo
esperara allí mismo. No tardó más de quince minutos en aparecer por el camino
que rodeaba el estanque. Parecía nervioso.
-¿Cómo es que has venido aquí? –preguntó Looker.
-Necesitaba
despejarme. È un bel posto, eh? (*Es un lugar
bonito, ¿eh?)
-No lo niego, pero… ¿Ha pasado algo?
-No, nada especial.
-Fui a buscarte a la estación y me llevé un
buen susto cuando vi que no estabas. Por cierto, Ingo te estaba buscando.
-¿Y eso? ¿Qué quería? –preguntó, sintiendo
que su corazón aceleraba el ritmo.
-No lo sé.
-Vale –murmuró, decepcionada-. ¿Y tú?
-Tu madre tenía un diario.
-No.
-No era una pregunta –contestó él, muy
serio.
Irene lo miró fijamente, también haciendo
gala de una gravedad muy poco habitual en ella.
-Mi compañero infiltrado dice que ha oído
hablar a Gianni sobre un diario que escribió Giulia. Ahí está escrito un
secreto que podría llevar a la mafia a su fin. Sin embargo, resulta que dicho
diario está perdido y nadie lo encuentra.
La joven permaneció inmóvil, asombrada.
-¿Dónde está? –preguntó entonces Looker.
-No… no sé dónde está. Ni siquiera sabía de
su existencia.
-No me mientas.
-¡No te miento! –exclamó ella, irritada.
Sus miradas se cruzaron. Ambos estaban en
una notable tensión.
-Si no lo tienes tú, ¿dónde está?
-¡No lo sé! Me acabo de enterar de que
existía.
Looker suspiró pesadamente. Se sentó al
lado de Irene y la miró abatido.
-Ese diario es la clave. Creo que podría
ser la razón por la que Gianni mató a Giulia, pero quizás ella escondió el
diario antes de morir. Aun así quedan muchas incógnitas por resolver… Y ahora
he vuelto a perderle la pista. Estaba convencido de que lo guardarías tú.
-Qué va… Si lo hubiese tenido yo, te lo
habría enseñado desde el principio. Soy la primera que quiere acabar con toda
esta amenaza.
-¿Y si Gianni piensa lo mismo?
-¿A qué te refieres?
-Quizás él cree que eres tú quien esconde
el diario y por eso no te ha matado aún. Podría ser que antes quiera que le
reveles dónde está.
Irene reflexionó, ponderando cuál era la
posibilidad de que fuera aquello lo que estuviera ocurriendo en la realidad.
-Podría ser… Es una posibilidad. Explicaría
bastante bien por qué no me han capturado aún. Pero eso quiere decir que podrían
llegar a torturarme a pesar de no saber nada…
Se llevó la mano a la cara, muy preocupada.
Se le había revuelto el estómago al pensar en las consecuencias. Looker le puso
la mano en la espalda, aunque supiera, en el fondo, que aquello no la animaría
en absoluto.
-No permitiré que ocurra.
-Es fácil decirlo, pero luego…
El policía la rodeó con sus brazos, notando
a Irene encogida y temblando de miedo.
-La pesadilla no acaba nunca –murmuró ella.
Se tapó los ojos en un intento de disimular
las lágrimas.
Con el miedo en el cuerpo, Irene regresó a
la Estación Radial, el lugar más seguro que conocía, a pesar de que admitía que
no era infalible. Sin embargo, aunque la mafia temiera a los jefes del metro,
¿podía seguir confiando en la seguridad de aquel lugar?
Tras descubrir la existencia del diario de
su madre había vuelto a ponerse en guardia: ahora había un motivo de peso para
que la pudieran atacar de nuevo. Volvía a estar tensa y a sentirse presionada
tras haber vivido unos días de relativa tranquilidad. A veces se preguntaba si
sería capaz de aguantar aquel ritmo de vida mucho más tiempo.
No le apetecía combatir y decidió acercarse
a la cafetería para sentarse y, quizás, leer algo, si lograba concentrarse. Antes
de guardar cola para pedir algo, se quedó mirando la vitrina de los dulces. Fue
entonces cuando notó unas manos posándose suavemente en sus hombros.
-¿Te apetece un café? –oyó decir tras ella.
Se giró y observó al alto hombre con una
sonrisa.
-Justo iba a pedir uno ahora.
-Me lo imaginaba. Es lo que suele ocurrir
cuando alguien está en una cafetería –bromeó Ingo, manteniendo su rostro serio.
-En realidad venía a adoptar un Wailord –respondió
ella, divertida.
-Ah, claro. Tonto de mí. Yo una vez me llevé
uno a casa –hizo una pausa que pretendía sonar dramática-. Me rompió la bañera.
Irene rio a carcajadas al imaginarse la
escena. Ingo intentó permanecer serio, pero terminó contagiándose de la alegría
de la joven; una ligera sonrisa se dibujó en sus labios.
-Vamos, te invito a algo.
La llevó a la cola y esperaron en silencio
su turno. Cuando les hubieron servido, fueron a una pequeña mesa y se sentaron
uno al lado del otro. Aunque el jefe del metro habría preferido estar cara a
cara con la viajera, el establecimiento estaba abarrotado y la gente sentada en
otras mesas no dejaba gran espacio para colocarse cómodamente al otro lado de
la suya. Irene, por el contrario, apreciaba tener a Ingo físicamente más próximo
y sin verse obligada a sostenerle la mirada constantemente (cosa que la
avergonzaba bastante).
-Me parece curioso que no hayas dicho nada
mientras estábamos en la cola –comentó Irene.
-No había nada que decir.
Ella observó cómo su amigo removía el café
tranquilamente.
-Looker me ha dicho que me estabas
buscando.
-Sí. He estado toda la mañana buscándote.
-¿Y cuando por fin me encuentras no me dices
nada? –se extrañó ella.
-Te he saludado.
-Aparte de eso –respondió, exasperada.
-Si hubiese querido contarte algo, no lo
habría hecho en medio de un establecimiento donde cualquiera puede oírnos. Quizás
aquí, en la mesa, sí, pero no allí.
-Veo que proteges mucho tu privacidad.
-Claro.
Tomó un sorbo de café con lentitud, e Irene
lo imitó inconscientemente.
-¿Y bien? ¿Para qué me buscabas, entonces?
-Para verte.
La pelirroja tardó unos segundos en
asimilar la respuesta.
-¿Qué?
-Que quería verte.
-¿Para qué? –preguntó, frunciendo el ceño.
-Para verte, no sé… Saber que estás bien,
que sigues ahí.
-Ah.
Siguió bebiendo su café mientras procesaba
lo que le había dicho Ingo. Le parecía una actitud más bien rara y le costaba
concebir una explicación lógica. Mientras tanto, el jefe del metro permaneció
en completo silencio, analizando a la multitud que se congregaba en la cafetería.
-¿No… vas a decir nada? –dijo Irene, en un
intento de conversar con él. Empezaba a temer que Ingo estuviera aún resentido
por la charla que habían mantenido unos días atrás.
Ingo se volvió hacia ella, con la taza en
equilibrio en el aire. La miró fijamente, con expresión perpleja. De repente,
pareció como si algo obvio que no hubiese sido capaz de ver hasta ese momento
lo hubiera azotado en plena cara.
-¿Te incomoda el silencio?
-Un… poco.
El hombre frunció el ceño.
-¿Eso es un sí o un no?
-Es más bien un sí.
Dejó la taza sobre la mesa con tal rapidez
que Irene se quedó asombrada.
-Lo siento –se disculpó rápidamente, sin
dejar de mirar a la joven-. Choque de culturas. A veces me pasa. No me había
dado cuenta de que estabas incómoda. Lo siento mucho.
-Oh, no… No pasa nada. Está bien, no te
preocupes –sonrió-. Si quieres estar en silencio no te interrumpiré. No quiero
molestarte.
-No molestas –se apresuró a decir él-. Es
solo que di por supuesto que no había necesidad de una charla banal y
superficial entre nosotros. ¿Quieres que hablemos del tiempo?
-No hace falta.
-Bien, porque odio hablar del tiempo.
Hubo un silencio cuanto menos extraño. Ingo
estaba sentado muy recto, como si se encontrara tenso ante aquella situación.
-Esto… Ingo…
-Dime.
-Está bien si no necesitas hablar, pero…
¿Te importa si yo te cuento algo? ¿Te molestaría? ¿Te interrumpiría? ¿O me
escucharías?
-Claro que te escucharé, aunque no esperes
que te ilumine acerca de los distintos tipos de nubes. Pero si me lo quieres
explicar tú…
-Te dormirías.
-Sí –admitió él.
Irene sonrió, a pesar de sentirse algo
insegura.
-Me refería a conversaciones serias.
-No tengo problemas en mantener contigo ese
tipo de conversaciones. Escuchar y responder. Puedo hacerlo. Pero si intentas
hablar solo para rellenar un silencio… No.
-Creo que el silencio también es necesario.
-Pero te incomoda.
-Bueno, sí… Pero es en parte por pensar que
a la otra persona pueda incomodarle también. Si no, no hay tanto problema en no
hablar, al menos en mi caso.
-Qué idiotez, entonces…
Irene lo miró con una mezcla de diversión y
asombro. Ingo parecía muy confuso ante aquella situación.
-Son convenciones sociales, no les busques
el sentido –explicó ella.
-Vale.
Ingo bebió el resto del café en un silencio
que ya no incomodaba tanto a la joven, una vez conocía su procedencia.
-Pero…
-No puedes estar callada.
-Tengo una duda –se quejó ella.
Él asintió con la cabeza, rectificando su
actitud.
-¿Por qué tomar algo conmigo si no
necesitas contarme nada?
-Que no hable no significa que no disfrute
de tu compañía.
Ese concepto no logró entenderlo por más
vueltas que le dio, pero no dijo nada más al respecto. No quería llevar al límite
aquella conversación. Dejó unos minutos de reflexión antes de lanzarse a
contarle algo más a Ingo.
-Estoy preocupada.
-¿Por qué? –quiso saber él. Se entretenía
removiendo la cuchara en la taza vacía.
-Looker me ha contado algo importante que
no sabía. Pero no sé si puedo decírtelo a ti.
-Entonces no me lo digas.
-En realidad me refería a que te lo voy a
contar, pero que guardes el secreto.
-Ah. Bien, vale –aceptó él.
Irene esbozó una sonrisa de satisfacción. Tras
haber pensado mucho en ello, había deducido que, en ocasiones, debía ser muy
directa con Ingo para que este la entendiera. Le alegró haber acertado.
-Resulta que Giulia, mi madre, tenía un
diario.
-Mmm.
-Y, escrito en su interior, se encontraba
un secreto que podría acabar con la mafia.
Con la última frase, la joven pelirroja
logró atraer la atención de Ingo, que dejó de jugar con la cuchara para mirarla
directamente a ella.
-Pero el diario se perdió. No sabemos si
Giulia lo escondió o no, pero Looker piensa que podría ser el motivo por el
cual la matara Gianni. También opina que la mafia podría querer capturarme con
vida para que revelase el paradero del diario antes de matarme. Por supuesto,
no sé dónde se encuentra el diario porque me enteré hace un rato de su
existencia.
-Es decir, que ahora todos estáis buscando
el diario…
-Sí.
-Y tú estás en peligro.
-Yo siempre estoy en peligro.
Ingo no apartó su clara mirada de ella
durante un largo periodo de tiempo. Irene se la sostuvo valientemente mientras
en su interior se resignaba a que, se pusiera donde se pusiera respecto a aquel
hombre, él siempre encontraría una forma de incomodarla con aquella mirada
fija. Sabía que, en el fondo, Ingo disfrutaba avergonzándola. Al final, el
rubio cedió y se echó hacia atrás, reacomodándose en la silla con una postura más
relajada. Cuando Irene menos lo esperaba, él le pasó un brazo alrededor de los
hombros y la atrajo hacia sí mismo. Ella se apoyó en su pecho y no necesitó
palabras para saber que Ingo estaba dispuesto a protegerla ocurriera lo que
ocurriese.
En serio, cada vez se me hacen más cortos... ¡los devoro!
ResponderEliminar¿Qué más decir? Buen trabajo.
Gracias ^^
Eliminar;A; ¡Que no me di cuenta de que subiste capítulo nuevo por fin! ¡Lo siento muchísimo!
ResponderEliminar"-¿Y bien? ¿Para qué me buscabas, entonces?
-Para verte."
Oyoyoyoyoyyyyyy, como las viejas de los pueblos xDD
Y tengo ganas de saber más sobre la historia del diario de Giulia y qué harán esos Zimmerman, tienen pinta de ser bastante siniestros... Pobre Irene ;3;
Ya entrando en "feedback" he de decirte que tu narración es ágil y cuentas lo justo aunque uses numerosas descripciones. Tu puntuación es muy buena (lo de las rayas ya lo sabes, pero aquí es complicado ponerlas porque salen -- así) y está impecable en escritura. Qué gozo leer un fanfic sin faltas ortográficas, de verdad...
¡A la historia le queda para rato, así que sigue adelante! ¿Vale? :_-) (Lágrima con moco, ea)
No hay problema, sé que estás agobiada ;v;
EliminarAy, me has hecho reír con lo de las viejas xDDDD
¡Muchas gracias por el feedback, es muy útil! Y yo pensando que me faltaban descripciones... Siempre he tenido la sensación de que uso muchos diálogos y poca narración propiamente dicha.
Me esfuerzo en no cometer errores, sé lo que es leer fics mal escritos (y algunos son imposibles).
Seguiré, por supuesto :'-D (resfriadete) ¡Gracias!
Bueno, haré lo que pueda!
Eliminarx__D Es que sí, todo son risas hasta que ves que las yayas tienen Pokémon ¡JU JAH!
:_) Diálogos hay muchos, pero no son excesivos, lo cual se equilibra más la cosa. Y cuida ese afán de perfección, ni poco ni demasiado.
Un abrazoooo
Las yayas, los limpiadores del metro... No sé cuál de los dos es peor x'DDD
EliminarBueno, tampoco podría cometer faltas de ortografía a estas alturas. Intento mejorar, pero sé que no debo obsesionarme y que vendrá poco a poco. O eso espero.
Muchas gracias >3<
¡Pero qué mono Ingo en este capítulo! XD Con eso de "para verte" (aw >///<) y esa conversación sobre los silencios incómodos y las convenciones sociales. Y como dice Ana, le has metido más intriga al asunto con lo del diario y los alemanes. *cada vez más curiosa*
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